Y al séptimo día... empezó otro festival
El director, Marco Müller, no aclara su futuro en una jornada de huelgas y problemas
"Un 5% más de entradas vendidas". Eso es lo más positivo del discurso que Paolo Baratta, presidente de la Biennale de Venecia, pronunció ayer en la comida que mantuvo con diversos medios de comunicación de todo el mundo, entre ellos, EL PAÍS. Al otro lado de la mesa, escuchando con atención, se encontraba Marco Müller, el director de la Mostra. Se suponía que la decisión de si Müller seguía o no podría conocerse en la cita, pero al final todo quedó en agua de borrajas: el capo de la Biennale habló durante un rato de cifras y retos mientras su subordinado le miraba, circunspecto. Hubo algunos guiños al trabajo de Müller mientras sotto voce en la mesa se especulaba sobre el tema, sin llegar a ningún consenso.
Lo cierto es que el italosuizo lleva ya siete años al frente del certamen y este año puede por fin sacar pecho de verdad tras una primera semana sensacional. Por otro lado queda saber qué nos depara la recta final, y como decía hoy un periodista en la mesa: "Hasta el momento todas las películas de lengua no inglesa han resultado decepcionantes".
Para cambiar eso (o al menos intentarlo) llega mañana Eva, el film de Kike Maíllo, que pisó ayer el Lido acompañado de Daniel Brühl, Lluís Homar, Clàudia Vega y el propio Maíllo, entre otros miembros del equipo de la película. Llegar ya tuvo su mérito porque por culpa de la huelga general en Italia la expedición tuvo que improvisar y organizarse para estar en la ciudad de los canales a tiempo. Finalmente, y a excepción de Marta Etura, que no podrá estar en el Lido, todos llegaron sanos y salvos, aunque algo agotados por la peripecia.
De eso se hablará hoy largo y tendido (la película se presenta a la prensa a las once de la mañana), pero de lo que se charlaba ayer era de los problemas en la proyección de película sorpresa, Ren shan ren hai, del director chino Cai Shangjun. El filme en cuestión empezó a proyectarse sin subtítulos, después se anunció que estos estaban "corruptos" y los asistentes tuvieron que abandonar la sala, ya que al parecer el problema no era solucionable. Eso sí, se les entregó un papelito para que pudieran acudir a la sesión de ayer por la tarde -donde encima se proyectaron las bobinas en desorden antes del desalojo de la sala, que fue desordenado y rematado con falsos rumores de incendio- o a la de esta mañana, que se ha añadido al calendario después de los incidentes.
Todo ello, para el disgusto de los muy madrugadores que esperaban ver la película, por si acaso, sabiendo cómo es Müller aficionado a este tipo de aventuras fílmicas sin avisar; el remate a un festival en el que, inevitablemente, las proyecciones se solapan unas con otras. Sea como fuere, la Mostra ya empieza a parecerse más a sí misma.
Babelia
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