Africanos bajo sospecha
Los rebeldes libios detienen a centenares de inmigrantes subsaharianos acusados de ser mercenarios del régimen
Aterrorizados, sin dinero, sin pasaporte. "Volver a nuestro país no es una opción", asegura Walter Ojeme, un nigeriano en la treintena, uno más del millar de hombres y mujeres que viven en una cárcel al aire libre, a 25 kilómetros al oeste de Trípoli, vigilados por cuatro de los rebeldes que derrocaron a Muamar el Gadafi. "Mi esposa y mi hijo están en Nigeria. Dependen de mí. Llevó aquí dos meses. Tuve que escapar de mi casa para salvar la vida, pero nos quitaron el dinero y todo lo que teníamos. No sé si eran gadafistas o rebeldes", añade junto a los barcos de pesca varados en un puerto que les sirven de refugio.
Centenares de africanos negros han sido detenidos por los rebeldes libios. A plena luz del día, y a sabiendas de que los periodistas observaban, los puñetazos y las patadas a estos desdichados formaban una estampa común en los primeros días del asalto de los sublevados a la capital, hace dos semanas.
"Tuve que escapar para salvarme, pero me lo quitaron todo", dice un nigeriano
"Hay cientos de miles de inmigrantes que siempre han sufrido el racismo. Pero ahora, además, son acusados de mercenarios. Hemos documentado redadas masivas de personas de Chad, Nigeria, Sudán, Malí y Somalia, pero también de libios. Arrestan a todos los negros y los llevan a colegios. Ahora están reuniéndolos en instalaciones oficiales, donde el potencial para los abusos decrece. En Bengasi también hubo violencia, incluso linchamientos", explica Fred Abrahams, investigador de Human Rights Watch.
Las penurias de la comunidad negra comenzaron desde el inicio del alzamiento, en febrero. Fue entonces cuando Gift William, una mujer de 26 años, supo que habían matado a su marido. "Disparaban indiscriminadamente. Vine a Libia hace cuatro años para trabajar en las casas. Aunque mi padre murió en 2007, todo iba bien, pero ahora lo he perdido todo", lamenta junto a una cacerola que añade calor a la canícula. Gift no es la que peor suerte corrió; varias mujeres han denunciado violaciones. Un tipo sentado a su lado le dice a Gift que llore y se moja el dedo con saliva para simular una lágrima. Pero la mujer no está para bromas. La historia se repite.
"He perdido a mi hermano, no sé si está vivo o muerto. Yo tengo lo que ves", dice Efuso señalándose la camiseta raída, los pantalones cortos de paño que viste y las chanclos. "Si salimos de aquí, nos detienen", añade este ghanés paupérrimo cuyo nombre significa riqueza. "No puedo volver a mi país sin nada. Si mi padre me ve regresar con lo puesto...". Efosa trabajaba pintando viviendas. A destajo. Hasta que caía el sol. "Antes de la guerra", continúa, "prefería irme a casa antes del anochecer porque los chavales se divertían apedreándonos".
Viven de los alimentos que entregan algunas ONG. Se las apañan como pueden. Hacen cola para utilizar los servicios de los barcos anclados en tierra; ya hay una pequeña tienda que regenta una mujer enérgica y en las tripas de un buque se lee: "barbería", y una flecha que apunta a cuatro hombres ociosos. "Yo ganaba hasta 2.500 euros al mes", sorprende Anthony, que asegura haber soportado el racismo de muchos libios jóvenes. "Tenemos miedo porque si antes de la guerra no era fácil, ahora el odio a los negros aumentará. Cuando los rebeldes tomaron Trípoli nos sentaron a todos, pistola en mano, nos obligaron a gritar fuck Gadafi y nos quitaron el dinero y los móviles, aunque también algunos libios traen comida. Tenemos que empezar la vida otra vez". Ojeme dice que no será en Libia. Pero ignora dónde. "Tampoco", afirma, "nos dan trabajo en Túnez".
Las nuevas autoridades libias no dan abasto. "La mayoría son trabajadores empleados por libios que pueden venir a recogerlos y que no han luchado junto a Gadafi", admite Mohamed Ali, uno de los responsables de la seguridad en Trípoli, que parece quitar hierro a las aberraciones: "Los nervios estaban desbordados. Esto es una revolución".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.