Sumidos en la agonía perpetua
Grecia sume a la deuda soberana europea y al euro en la agonía perpetua. Esta consiste en la desorientación de Gobiernos e instituciones sobre las medidas a tomar, la acerba crítica mutua pública y los consiguientes descontrol, volatilidad e histeria de los mercados.
A cada fase se repite similar secuencia. Alemania lanza un envite (de aparente dureza extrema); le llueven chuzos desde la Comisión, el BCE y otros Gobiernos (por excesiva); Francia le ayuda a limar asperezas (con rebajas de doble lectura); la discusión técnica se empantana (difuminando las meteduras de pata); se roza el peligro del contagio global (surgiendo a veces desafectos imprevistos, y siempre el aguijón venenoso de las agencias descalificadoras) y se hace la luz del pacto.
Nadie explica por qué fracasó el primer plan. No basta la austeridad. Hay que reactivar
Lo fastidioso de esta secuencia es que a lo largo de toda ella asoma el precipicio porque el dinero caliente mueve, al nanosegundo, tres billones de dólares diarios. Ahora estamos en el antepenúltimo paso, el de la discusión empantanada, al menos hasta el 3-11 de julio: sobre la entrega de la quinta ayuda (12.000 millones) del primer paquete de rescate (de 110.000) y sobre el segundo paquete, una vez Yorgos Papandreu ha conseguido la confianza parlamentaria a su nuevo Gobierno y al esbozo de su nuevo plan de ajuste.
De forma que ya vale de zaherir más al paciente. "La primera responsabilidad es de Grecia", decía el lunes el ministro belga Didier Reynders. OK, encauzada.
"Solo es posible dar más dinero y más tiempo", añadía, "si tenemos suficiente claridad sobre la sostenibilidad de la deuda griega". Pero este ya no es fundamentalmente un problema griego. Comparte la responsabilidad sobre la ejecución de su primer rescate con la UE, el BCE y el FMI. Grecia ha hecho múltiples esfuerzos (reducción del déficit en tres puntos, moderación salarial, adelgazamiento administrativo, aumentos impositivos) pero no ha logrado, contra lo previsto en el diseño del ajuste, que la economía creciera lo suficiente para estar en disposición, en 2012, de acudir a los mercados externos para financiarse.
El fracaso es compartido. Todos aprobaron el plan. Y lo monitorizan al milímetro, al examinar su desarrollo antes de cada entrega de dinero. Y sin embargo, ni Bruselas, ni Fráncfort, ni Washington explican ni detallan por qué ha fracasado. O sea, ¿por qué erraron sus previsiones? ¡Deben explicarse, esto no es una broma! Sin extraer lecciones del error pasado, ¿cómo creeremos en el acierto futuro?
La hipótesis más probable, a tenor de los esbozos del nuevo plan, es que el primero era demasiado cruel: por su cuantía (escasa), sus plazos (exiguos) y sus condiciones (tipos de interés excesivos). Algunos aducen también que los sacrificios exigidos eran exorbitantes, aunque eso admite más discusión: Grecia necesitaba más que un remozado de fachada.
De modo que habrá que replantear las cuantías, plazos y condiciones. Y por supuesto, inventar nuevas andaderas externas para estimular su crecimiento. El adelanto de 1.000 millones de los fondos de cohesión (de los 14.000 que recibirá Atenas hasta 2013), anunciado por la Comisión, aunque suene a propina, mete el dedo en la llaga. No basta con aplicar austeridad. Hay que reactivar.
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