Por qué se queja la generación perdida
Uno de cada tres menores de 30 años se encuentra en paro en España. Y entre los que no han alcanzado los 25, casi la mitad. En las improvisadas concentraciones del 15-M, las voces se alzan para gritar lo que ya clamaban las estadísticas: la generación que más oportunidades de formación ha tenido es carne de paro y precariedad. En el caso de los más jóvenes, la tasa de desempleo (45,3% entre los de 16 a 25 años, según la última EPA) es el doble que en la Unión Europea. Ese porcentaje se reduce al 34,7% si nos fijamos en toda la población activa hasta los 30 años. Los que trabajan tienen empleos precarios en una proporción amplísima: el 45,4% de los contratos son temporales.
Es difícil evaluar el peso de una educación mejor en la búsqueda de una colocación. Entre los jóvenes de 20 a 24 años que han completado la educación secundaria superior, el desempleo es 10,7 puntos porcentuales menos que entre los que no alcanzan ese nivel. Sin embargo, los titulados superiores menores de 30 años no encuentran fácilmente un trabajo acorde con su formación. No es un problema exclusivamente español: según la OCDE, el 23% de los contratados trabaja en empleos inferiores a su cualificación; pero en España esa cifra se dispara hasta casi el 40%, según el informe Panorama de la educación 2010, realizado por la OCDE.
Los esfuerzos en formación son notables. Aunque el fracaso escolar se acerca todavía al 30% -el doble de la media europea-, no estamos ante una generación poco preparada. Al contrario: el problema es que la juventud mejor preparada de la historia, al menos teóricamente, no consigue ganarse la vida como debería permitirle su formación. El porcentaje del PIB dedicado a educación ha crecido en los últimos años, hasta aproximarse a la media de la OCDE y la UE. Y aunque el conjunto de la población española cuenta con menos licenciados superiores que la media europea, la mejora se nota en la generación que hoy tiene entre 25 y 34 años, con muchas más licenciaturas en el bolsillo. En esa franja de edad, el 39% ha terminado una carrera, frente a la media del 35% en el conjunto de la OCDE. Pero los salarios de quienes han estudiado son menores que en Europa. Un varón con titulación superior en España cobra 58.173 euros más respecto al que carece del graduado escolar; en cambio, la diferencia media en los países de la OCDE es de 102.040 euros. Los resultados son poco halagadores para un sistema que ha convertido la educación universitaria en una apuesta casi única: la formación profesional es todavía la gran olvidada. Las tasas de matriculación en FP aumentaron del 15% al 22% entre 2000 y 2008, pero en conjunto es notablemente inferior tanto respecto de la media de la OCDE (47,4%) como de la UE (52,9%).
Hasta el estallido de la crisis financiera, la hostelería era la mayor fuente de empleo en España; el 23,6% de las personas de entre 16 y 34 años se colocaban en restauración, servicios personales, seguridad y como vendedores en comercios. La construcción ha sido otro de los grandes suministradores de empleo a los jóvenes, junto a diversos trabajos no cualificados. Son datos del módulo de Incorporación de los jóvenes al mercado laboral que el INE publicó en 2009. Desde entonces las cosas han cambiado mucho en el mundo laboral español, para peor. La construcción se ha hundido, y con ella los empleos de muchos chicos que dejaron prematuramente la escuela tentados por un mercado en ebullición que ofrecía buenos sueldos y un montón de trabajo.
Pero si el paro juvenil es una de las lacras de la sociedad actual, cuando se analiza la situación por sexos, se llega a otro descubrimiento desalentador: las mujeres sufren cifras más altas de trabajo temporal y desempleo, pese a que el informe de la OCDE sobre educación deja claro que las jóvenes han invertido más tiempo en los estudios que sus compañeros varones y llegan más lejos que estos en la universidad.
En todo caso, la situación es explosiva para ambos sexos, y estallaría de no ser por el colchón familiar. Solo se emancipa la mitad de los que cuentan entre 18 y 34 años. Y una vez fuera de casa, los padres les siguen apoyando. Según la OCDE, más de la mitad de los jóvenes entre 25 y 29 años reciben dinero de sus familias, porcentaje que sube al 80% entre los de 20 a 24 años. -
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