Todos son culpables en Fukushima
El accidente nuclear hunde la imagen de Japón como país tecnológico. Los expertos reconocen una mezcla de negligencia y exceso de confianza en los mecanismos de seguridad, por parte del Gobierno y de la empresa que gestiona la central afectada por el tsunami
El sector de la aviación tiene asumido que a veces, muy de vez en cuando, los aviones se caen. Lo explican con la teoría del queso con agujeros. Cada loncha de queso es una barrera de seguridad. Si pones una serie de lonchas de queso en fila, la probabilidad de que los agujeros se alineen y permitan mirar de un sitio al otro es mínima.
Pero ocurre. Cuando se da en aviación, quiere decir que han fallado todas las medidas de seguridad y se produce un accidente. Nunca hay una sola causa, sino una concatenación de errores.
El sector nuclear, en cambio, vivía con el convencimiento de que los accidentes no podían ocurrir. Que las centrales son seguras. Que Chernóbil (Ucrania, 1986) fue un desastre soviético, y Harrisburg (en EE UU en 1979), un problema de gestión. Sin embargo, Fukushima ha cambiado todo eso. Porque en Fukushima todos son culpables: la mala selección del emplazamiento, la optimista valoración de riesgo sísmico y de tsunamis, el diseño, la operación, la gestión de la emergencia y hasta de la información. Cinco semanas después, Japón no logra controlar Fukushima. Ni aventura cuándo podrá hacerlo. Ni siquiera tiene claro cómo atacar la refrigeración de la central y controlar el escape radiactivo. Y para la industria nuclear ese es el gran drama. Porque Japón no es Ucrania.
Más de 100.000 vecinos de la central siniestrada han dejado sus casas, tras 13.000 muertos y 15.000 desaparecidos
Se subestimó el problema sísmico. "El riesgo de tsunami ni se me pasó por la cabeza", dice un exdirector de Fukushima
Según un estudio de 2007 de una Universidad india, en Japón había 770 ingenieros por cada millón de habitantes, el triple que en Estados Unidos (246).
Es el país capaz de tener una red de norte a sur de tren bala, que llega a alcanzar los 300 kilómetros por hora, conectada con líneas de cercanías y de autobuses.
También es, al menos aparentemente, el país más preparado para soportar terremotos. Los rascacielos de Tokio se balancean al ritmo de las sacudidas de la Tierra y la gente en los cafés se mira durante la sacudida, pero no suele ir más allá. En un viaje en un autobús lleno por la carretera de la costa este de Japón, de repente suenan los móviles de la mayoría de los 42 pasajeros. Bip bip. Todos los teléfonos han recibido el mismo mensaje. Tanto que muchos de los silenciosos viajeros ni se molestan en mirar el móvil. Ya saben lo que es: un aviso del centro de emergencias de que ha habido un terremoto, una réplica del gran seísmo de magnitud 9 que el 11 de marzo agitó la mitad norte del país y que generó un tsunami que machacó la costa. Un viajero agita las manos en señal de temblor, pero en el autobús no se nota. Ni se para. Las réplicas no son menores. Ha habido más de mil desde el 11 de marzo y 408 de ellas han tenido una magnitud superior a 5 en la escala de Richter.
El 11 de marzo, cuando las olas de 15 metros llegaron hasta la planta de Fukushima, los dos principales ejecutivos de Tepco (Tokyo Electric Power), la eléctrica que opera en la central, estaban de viaje fuera de Japón. Con el aeropuerto de Tokio cerrado por el terremoto, cuando llegaron al despacho eran las cuatro de la tarde del día siguiente y el reactor número 1 ya había explotado. En una sociedad tan jerarquizada como la japonesa, la falta de los dos líderes de Tepco "retrasó una acción crucial", según el diario The Daily Yomiuri, que ha dedicado una serie a la lenta respuesta de Tepco.
El tsunami dejó a la central sin suministro eléctrico y, por tanto, sin refrigeración en los cuatro reactores. Enfriar un reactor nuclear es algo esencial. De lo contrario, el reactor se calienta, comienza a formarse vapor de agua y aumenta la presión en el interior, lo que amenaza la integridad de la contención.
La tarde del accidente, el Gobierno japonés comenzó a pedir a Tepco que venteara esos gases -se abre una válvula y el gas radiactivo sale fuera; es el mal menor-. Pero Tepco no tomó la decisión hasta las 10.17 del día 12. "Tepco no nos ha explicado por qué no había empezado a ventear", ha reconocido en rueda de prensa el portavoz del Gobierno japonés, Yukio Edano, un tipo capaz de dar una rueda de prensa a medianoche y otra siete horas después. Edano, con su saludo a la bandera antes de cada intervención, parece el único político que se salva de las duras críticas de sus compatriotas.
La eléctrica también ha recibido críticas por tardar casi un día entero en comenzar a inyectar agua de mar en los reactores. El agua de mar dejará inservible la planta, y la prensa local ha acusado a la empresa de intentar en un primer momento salvar la central a toda costa.
Tepco es una empresa gigante que suministra la electricidad al 40% del país. Como gran eléctrica, tiene mucho poder (eso no es exclusivo de Japón). Y como gran eléctrica ha fichado a muchos antiguos responsables del Gobierno. El último fue Toru Ishida, exdirector de la Agencia de Energía del país, agencia clave sobre la política nuclear, que en enero fichó por Tepco. En Japón, el retiro dorado de altos funcionarios y políticos en empresas con las que tuvieron relación es una tradición que tiene hasta un nombre, amakudari, literalmente "descendido del cielo". Edano ha declarado que el Gobierno considera estos fichajes "socialmente inaceptables".
El Gobierno japonés y la prensa acusan a Tepco de reaccionar tarde y mal, pero los errores comenzaron hace décadas. Japón, un país sin carbón, petróleo, gas o posibilidad de hacer grandes presas, se vio abocado a la energía nuclear, que el año pasado aportó el 29% de la electricidad. La segunda economía del mundo (hoy la tercera, por detrás de China) no podía verse estrangulada por la falta de suministro energético. Aceptó el riesgo de los terremotos, pero la previsión de riesgos se ha demostrado fallida.
Las nucleares necesitan una fuente de agua para refrigerarse, y como en Japón no hay grandes ríos, todas están en la costa. El 11 de marzo, 14 reactores en cuatro centrales se vieron afectados por el maremoto. Tsuneo Futami, director de la central de Fukushima en los años noventa y hoy profesor de ingeniería en la Universidad de Tokai, ha dicho a The New York Times: "Cuando dirigía la planta, el riesgo de tsunami ni se me pasó por la cabeza".
La barrera contra el maremoto estaba diseñada para una ola de 5,5 metros. La que llegó a la central fue de 14, según un documento del Ministerio de Economía. El subdirector de relaciones internacionales de la Agencia de Seguridad Nuclear japonesa (NISA), Keiji Hattori, admite que el riesgo no estaba bien calculado: "Con el terremoto, las centrales pararon de forma segura. Pero el tsunami que llegó fue tres veces mayor de lo previsto. Evidentemente, todo eso hay que reevaluarlo con los últimos datos científicos", explica por teléfono.
Tampoco se puede decir que fuera insólito. La costa de Sendai ha tenido en los últimos siglos menor actividad sísmica que en periodos anteriores, pero en el año 869 hubo un tsunami como mínimo similar al actual, según un artículo publicado en la revista científica Nature por el sismólogo de la Universidad de Tokio Robert Geller, un estadounidense que lleva 27 años en Japón. Geller suena irritado al otro lado del teléfono: "El Gobierno se basaba en una ciencia errónea".
No esperaban un terremoto de magnitud 9, pero hubo uno de esa magnitud en Chile en 1960, otro en Kamchatka (Siberia) y otro en Alaska. ¿Por qué no iba a haberlo en Japón? NISA se defiende: "Teníamos en los registros que hubo un tsunami en el siglo IX, pero hablamos de hace más de un milenio. Ahora es muy fácil decirlo".
Geller culpa de la situación a "los burócratas", que en su opinión dirigen de facto el país. "El Gobierno esperaba un gran terremoto, pero no en esa zona; más al sur. Y no tiene sentido. Si introdujeron un mapa hace tiempo de forma oficial, ya no hay forma de cambiarlo".
El cálculo teórico de diseño sísmico de las nucleares ha resultado demasiado optimista. En 2007, un terremoto superó por más del doble las bases de diseño sísmico de la nuclear de Kashiwazaki-Kariwa. Nunca antes había sucedido en el mundo. En el último mes se ha repetido dos veces: el 11 de marzo en Fukushima y el pasado 7 de abril, cuando una réplica excedió las bases de diseño de Onagawa. Tres veces en cuatro años. Las tres en Japón.
Geller coincide en que Japón subestimó el problema sísmico al adoptar su programa nuclear: "Si no puedes construir una central de forma segura, no lo hagas". El profesor concluye que "la percepción de que Japón tenía todo controlado en cuanto a terremotos era un mito. Solo en los edificios". Hattori, de la agencia nuclear nipona, admite que Fukushima obligará a replantearse todo el programa energético del país y que habrá que revisar "de abajo arriba" la seguridad de todas las nucleares.
La revista científica Nature, en un editorial, ha resumido esta catástrofe y otras como la del vertido en el golfo de México de BP. En todas, dice, la causa fue "el exceso de confianza en el poder de los sistemas y las decisiones humanas".
El accidente deja además dudas sobre el diseño de los reactores, construidos por General Electric (EE UU), Toshiba e Hitachi (ambas japonesas). El sistema de contención de esta tecnología hizo que se acumulara hidrógeno en el interior. Cuando por fin la eléctrica dejó salir el gas del interior para evitar que el exceso de presión dañara la vasija, el hidrógeno explotó en dos de los reactores dentro del edificio de contención, lo que terminó de rematar la central, hizo que se liberaran enormes cantidades de radiactividad y dificulta aún los trabajos en la planta.
El reactor número 1 tiene una contención, denominada Mark-I y diseñada por General Electric, que en los setenta fue objeto de controversia entre las autoridades de EE UU sobre si resistiría una situación como la actual. Pese a que había críticos, la Mark-I fue aprobada y solo en EE UU está en 24 centrales. Garoña, en Burgos, también la tiene. Tras una serie de mejoras, a finales de los ochenta EE UU abandonó el debate sobre esa contención, y Garoña sostiene que en 1991 introdujo mejoras sobre el sistema de venteo. El Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) afirma que ha revisado el sistema de Garoña y que eso no ocurriría. Los expertos consultados insisten en que si la explosión se repitió en varios de los reactores de Fukushima, ahí subyace un error de la planta, aunque aún no se ha explicado bien.
Pero si la central y la eléctrica han fallado, el Gobierno japonés ha recibido críticas del exterior por la falta de información. Sus vecinos y enemigos Corea del Sur y China lo han expresado claramente y han criticado el vertido de toneladas de agua radiactiva al mar, que ha hecho que se encuentre pescado contaminado incluso a 35 kilómetros de Fukushima.
NISA ha tardado un mes en dar a Fukushima el nivel máximo en la escala internacional de accidentes nucleares (INES, que va de 0 a 7). Japón mantuvo el nivel 5 cuando era un clamor que, como mínimo, debía ser un 6. Japón lo admitió dos días después de unas elecciones locales en las que el partido en el Gobierno, el Partido Democrático de Japón, salió derrotado. Uno de los miembros de la Agencia de Seguridad Nuclear, Seiji Shiroya, ha admitido que él consideró que era un 7 desde el primer momento.
Hasta ahora, solo Chernóbil había tenido esa calificación. "Menuda deshonra para Japón", ironiza un periodista local. Aun así, Fukushima no es igual de grave que Chernóbil: aquí no ha explotado el reactor, no han muerto trabajadores directamente por la radiación... La fuga radiactiva de Fukushima en los primeros días fue solo un 10% de la de Ucrania, pero Junichi Matsumoto, uno de los responsables de Tepco, admitió que, de seguir la situación durante meses, podría llegar a superar el escape de Chernóbil.
El Gobierno también ha tardado semanas en ampliar el área de exclusión de Fukushima. Primero trazó una zona de 20 kilómetros con un compás; después recomendó a quienes viven entre 20 y 30 kilómetros que no salieran a la calle, y finalmente anunció que evacuaría cinco pueblos hasta una distancia de 40 kilómetros a los que los vientos dominantes habían llevado más contaminación.
Los vecinos de Fukushima viven con indignación la situación. Más de 100.000 han abandonado sus casas. En Iwaki, por ejemplo, al suroeste y fuera del radio de exclusión de la central, los niños no salen al patio a jugar. Los que quedan, porque muchos padres han enviado a sus hijos con familiares de otras prefecturas. Las escuelas están semivacías. Los agricultores no pueden vender sus productos y los pescadores no pueden faenar. Miles de personas llevan así más de un mes, y un asesor del primer ministro, Naoto Kan, admitió la posibilidad de que haya que crear una zona de exclusión alrededor de la central durante más de una década.
Las consecuencias de Fukushima son enormes y mundiales. En Japón, porque ha visto cómo 50 países restringían la importación por miedo a la radiación, porque hay extranjeros que se han marchado y porque Japón recibirá menos turistas. Además, un tercio de la generación eléctrica del país está parada (las nucleares del norte no han vuelto a arrancar), lo que ha causado apagones y problemas en todo el mundo: las grandes compañías de automóviles como Toyota, Nissan y Honda tienen problemas de suministro en sus plantas de Europa y EE UU.
Eso en un país con kilómetros y kilómetros de costa arrasados por un tsunami que dejó más de 13.000 muertos y 15.000 desaparecidos. Un mes después, en Ishinomaki, al noreste, aún huele a polvo y a basura. Más de la mitad de esta ciudad de más de 150.000 habitantes quedó inundada por la ola. "Hasta aquí llegó", explica el empleado de un restaurante señalando una marca por encima de la cintura. Saca un metro y mide: la ola tenía 1,24 metros de altura. Y eso que el mar ni se divisa desde este punto. La ciudad sigue sin apenas electricidad ni agua.
El resto del mundo tampoco se libra de la sombra de Fukushima. Las centrales nucleares de toda Europa pasarán nuevas pruebas y hay países como Italia que han abandonado su programa atómico. El sistema energético está tan relacionado que el precio del CO2 ha subido en Europa debido a que Alemania va a aumentar sus emisiones al cerrar las plantas más viejas. Eso es solo el principio. Desmantelar Fukushima llevará más de diez años. El nombre perdurará durante décadas.
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