La industria del 'sushi' tiembla
Dos provincias han prohibido la pesca por temor a la radiactividad - Indignación de los pescadores contra Tepco por arruinar su medio de vida
Cuando el pasado 11 de marzo, a las 14.46 (ocho horas menos en la España peninsular), la tierra crujió y desencadenó el peor terremoto que ha vivido Japón desde que comenzó a registrar datos hace 140 años, Tsutomu Okada hizo todo lo contrario de lo que urgían la radio y los altavoces a lo largo de la costa nororiental: se dirigió al océano en busca del tsunami que se acercaba a toda velocidad.
"Estaba en casa, y, al oír la alerta, mi hermano mayor y yo nos fuimos a toda prisa al puerto para sacar al mar los dos barcos que tenemos y pasar la ola gigante. Él llegó a tiempo al puerto de Nakaminato, donde estaba el barco más grande, que tiene 60 pies de eslora, y consiguió salvarlo. Yo fui en busca del segundo a otro puerto. Pero, cuando llegué, el maremoto ya había arrasado todo y lo había destrozado", cuenta este pescador de 48 años y rostro curtido por el sol.
Las ventas caen un 40% en Tsukiji, el mayor mercado de pescado del mundo
"No sé si podré volver a faenar algún día", lamenta Tsutomu Okada
"Sabíamos que era peligroso, pero estaba en juego nuestro medio de vida", dice Okada en Hitachinaka, la población junto al puerto de Nakaminato, en la prefectura de Ibaraki, unos 120 kilómetros al norte de Tokio.
En los alrededores de Hitachinaka, el tsunami tuvo cuatro o cinco metros de altura, muchos menos que los 20 metros que llegó a alcanzar más al norte, cerca del epicentro. Más de 18.000 barcos resultaron destruidos o dañados a lo largo de toda la costa devastada.
Pero lo peor estaba por llegar. El terremoto y el tsunami dañaron gravemente la central nuclear de Fukushima 1 —unos 120 kilómetros al norte de Nakaminato—, donde los trabajos de los equipos de emergencia para enfriar los reactores y evitar que se fundan han provocado vertidos de agua radiactiva al mar, que han contaminado el pescado.
Ejemplares capturados el jueves pasado en Fukushima han dado niveles de cesio radiactivo de 570 becquerelios por kilogramo, cuando el límite es 500 becquerelios. Anteriormente, había sido detectado yodo con radiación por encima del máximo legal en Ibaraki.
La pesca ya estaba prohibida en un radio de 20 kilómetros alrededor de la planta nuclear, y la industria había decidido paralizar de forma voluntaria las capturas también en Ibaraki porque los intermediarios habían dejado de comprar pescado de estas zonas.
En Nakaminato, Genichi Nemoto, de 87 años, está revisando el barco de colores blanco y azul, que una grúa ha vuelto a dejar en el agua. Junto al casco, emergen dos buzos que están inspeccionando bajo el agua las roturas provocadas en los muelles por el maremoto. "El tsunami arrojó el barco sobre el muelle, y se incendió el motor", dice este hombre, cuya familia tiene dos pesqueros. "Ahora, la radiación nos impide faenar", afirma, y muestra su enfado con Tokio Electric Power (Tepco), la compañía propietaria de la central de Fukushima. Igual que Okada, dice que no confía en lograr compensaciones de Tepco ni del Gobierno por la contaminación del mar.
La crisis atómica ha herido profundamente al sector pesquero en el país que ha dado al mundo el sushi y el sashimi, y ha cambiado el hábito alimenticio de muchos japoneses, para quienes el pescado es uno de los componentes básicos de su dieta alimenticia. Japón importa mucho más pescado y marisco del que vende en el extranjero, pero aún así el año pasado exportó por valor de 2.300 millones de dólares (1.600 millones de euros), y muchos países han impuesto restricciones.
La gravedad de la crisis es evidente en Tsukiji, el mayor mercado de pescado del mundo, en Tokio. A las dos de la mañana, los camiones descargan atunes congelados en las palas de las carretillas. Los operarios los arrastran con garfios. Los depositan perfectamente alineados sobre palés metálicos. Una vez que se descongelan, un empleado les sierra la cola para inspeccionar la calidad de la carne. Unas tres horas más tarde, tiene lugar la subasta.
"Apenas hay clientes. Hemos dejado de vender pescado de Fukushima e Ibaraki. El negocio ha caído un 40%. La situación es muy grave y no sabemos cuánto va a durar", afirma Keio Yamamoto, que regenta una pescadería. En los locales, lenguados, atún, doradas, caracoles, gambas, calamares o besugos, perfectamente presentados, esperan a los compradores que no llegan. Mientras algunos precios han bajado por falta de clientes, otros han subido por falta de suministro.
"Las pérdidas son muy serias. Vendemos un 40% menos. Y el negocio tardará en recuperarse", dice Tamura Yoshitaka, camarero en un restaurante de sushi cercano". Con el nombre de Fukushima e Ibaraki asociado a la radiactividad, la situación es aún más grave para Okada. "Incluso si nos dicen que podemos volver a faenar porque el pescado no tiene radiación, nadie querrá comprarlo", asegura este hombre, que solía coger lenguado y calamar. "Toda mi vida he sido pescador, pero no sé si podré volver a faenar algún día", afirma.
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