Disentir en China
La detención de Ai Weiwei pone nombre propio al gran recrudecimiento de la represión
El más conocido de los artistas chinos, Ai Weiwei, abierto crítico del Partido Comunista, fue detenido hace casi una semana cuando se disponía a volar a Hong Kong. Nadie ha dado todavía noticia de este artista comprometido con las libertades, cuyo estudio de Shanghái ya fue demolido en enero, al que el Gobierno considera sospechoso de "delitos económicos". Como a Weiwei, y desde mediados de febrero, coincidiendo con el apogeo de las revueltas árabes, Pekín detiene a mansalva a activistas pro derechos humanos, disidentes, abogados, coordinadores de ONG, etcétera. La violencia se acompaña de una acentuada censura sobre Internet y periódicos y periodistas no suficientemente adictos.
Se trata de la mayor represión en años -detenciones secretas o extrajudiciales, amedrentamientos, palizas- decretada por un Gobierno que acusa a sus víctimas de incitar a la subversión e ignora palmariamente sus propias normas legales, que proclama como envidiables.
Pekín se debate entre el desdén por la opinión exterior y la inseguridad que le procura su propia sensación de asedio. El partido comunista -que el año próximo releva la cúspide con la sustitución del presidente Hu Jintao por su actual vicepresidente, Xi Jinping- teme al virus de la libertad que se extiende hacia Oriente, pero también que el espectacular crecimiento chino no sea suficiente para preservar a la segunda economía del mundo de sus amenazas internas. La más importante, obviamente, que los ciudadanos pierdan el miedo al Estado dictatorial.
El arresto y desaparición de figura tan prominente como Ai Weiwei acarrea el mensaje de que no hay nadie intocable si de cercenar las veleidades democráticas se trata. Pekín traza las líneas rojas de la libertad en China e intenta enjaular los costosos avances de la sociedad civil en los últimos años. Weiwei se quejaba de que los países desarrollados, que proclaman cansinamente su compromiso con derechos y libertades, se olvidan de esta prédica cuando tratan con el gigante asiático.
Lo que está ocurriendo en China exige a la comunidad internacional hablar alto y claro a un régimen envalentonado. La diplomacia callada occidental tras la detención, en 2008, de Liu Xiaobo no ha impedido que el Nobel de la Paz esté cumpliendo 11 años de prisión. Poner a Pekín frente a su inadmisible ejecutoria puede no servir para cambiar el rumbo del PCCh, pero el silencio solo garantiza su impunidad.
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