"Por la calle todos iban como zombis"
Españoles residentes en el país describen el espanto de los japoneses y la magnitud de la catástrofe
Fueron solo un par de minutos, pero se hicieron interminables. El suelo empezó a agitarse con más fuerza que nunca y muchos españoles residentes en Japón sintieron un gran miedo en el cuerpo cuando vieron caras de espanto entre ciudadanos japoneses que en otras ocasiones no solían inmutarse ante un movimiento sísmico. Aquello no era normal. Aquel no era un temblor cualquiera.
- Alain García, informático. Alain vio cómo el mundo se venía abajo: "Estaba en un gimnasio de Tokio, en la planta 24ª, cuando las taquillas comenzaron a caerse y por megafonía empezaron a lanzar alertas para que todos se alejaran de las ventanas. La gente entró en pánico. Fueron uno o dos minutos en los que todo se caía". Al principio no les dejaron salir a la calle por miedo a posibles olas gigantes. Una vez fuera, la ciudad estaba colapsada. No había metro ni trenes de cercanías y los atascos eran monumentales. La vuelta a casa duró más que nunca: tres horas y media de caminata. "Por las calles todo el mundo iba como zombis, tratando de llegar a sus casas", explica.
- Albert Mateo, ingeniero. Albert estaba en una reunión en la capital japonesa, mientras diseñaba un edificio, cuando le sorprendió el temblor. "El balanceo pasó de débil a fuerte y, cuando creía que era el pico del terremoto, vi que estaba equivocado, que era solo el inicio".
Todo empezó a balancearse. Los cristales temblaban y una carretera elevada oscilaba sin parar. Cuando se detuvo el temblor la gente salió del edificio corriendo. "Mi jefe cogió sus papeles, dio por terminada la reunión y se subió al primer taxi hacia casa. Sabia decisión, pues en los siguientes cinco minutos ya no había ningún taxi libre y el caos era total", cuenta. Como tantos, Mateo tuvo que irse andando a casa: "En las calles se veía a las mujeres oficinistas comprando zapatillas de deporte y dejando sus zapatos de tacones en bolsas, preparándose para la gran travesía. La marabunta era increíble".
- Juan Manuel García, científico. Juan Manuel se hallaba bastante lejos del epicentro, en la Universidad de Tohoku, en la ciudad de Sendai. "Miré hacia el edificio que acababa de abandonar. Con su estructura antisísmica mantenía el tipo ante semejante terremoto, pues la tierra seguía temblando. Duró más de dos largos minutos, lo que se tarda en leer un par de párrafos".
Aunque el edificio de la facultad se movía como "un tiovivo", "no hubo gritos". "No hubo histeria, tanto que comenté si estaban acostumbrados, pero un colega comentó inmediatamente que había sido el mayor de su vida. Todo se organizó inmediatamente. Alguien tomó el mando. Con un altavoz empezó a dar órdenes que yo no entendía... pero sí comprendí entonces que la ciudad se había preparado para combatir a este monstruo de la naturaleza".
- Jesús Izaguirre, estudiante. "En mi cuarto el balanceo iba a más. Así que me lancé fuera de la casa en pijama y bajé corriendo por las escaleras", relata este joven español que estudia en la Universidad de Ciencias de Tokio. "Fuera, en la calle, me encontré con muchas caras asustadas. Nadie se había percatado si quiera de mi pijama".
Había mucha gente en la calle mientras se oían helicópteros y sirenas constantemente. Nadie se atrevía a estar bajo techo. "La entrada al edificio presentaba grietas y el ascensor estaba inutilizado", narra Jesús, que tardó mucho tiempo en decidirse en volver a su casa. Le daba miedo. Cuando volvió a su apartamento, "el microondas estaba por los suelos, había varios vasos rotos y agua por todas partes".
- Paco Pinillos, turista. A Paco la primera gran sacudida le pilló en el metro, en el centro de la capital japonesa. "Estábamos a punto de subir las escaleras de salida cuando el suelo empezó a agitarse. En un principio pensé que sería el paso de algún tren subterráneo, pero enseguida el temblor fue en aumento. La gente se apoyaba contra las paredes. Acto seguido, empezaron a correr. Los escalones se movían violentamente de un lado a otro, se abrían grietas a lo largo de las escaleras y caían pequeños cascotes. Se sentía el pánico". Alejado del subsuelo, ya en la superficie, Paco se sorprendió al ver cómo "las calles estaban abarrotadas de personas equipadas con mochilas de emergencia contra terremotos y cascos protectores".
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