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Columna
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Desolación política

Josep Ramoneda

Si el PSOE no lo remedia, y difícilmente lo remediará, Mariano Rajoy será jefe del Gobierno sin haber conseguido nunca el aprobado en valoración de la opinión pública. Difícilmente se puede elegir a un presidente con menos entusiasmo. Si esto ocurre, y cada vez es más probable, será el resultado de la concatenación de cuatro elementos: una grave crisis económica que, como se va viendo en la evolución del mapa electoral europeo, castiga al que gobierna con pérdidas de entre 10 y 15 puntos; una gestión vacilante y llena de contradicciones por parte de un presidente del Ejecutivo en estado de permanente improvisación, que nunca ha transmitido la sensación de controlar el rumbo de la nave; una oposición que en ningún momento ha presentado un proyecto alternativo y que ha confiado su suerte a que la crisis desgastara el Gobierno, entre el griterío de la guardia pretoriana del silencioso Rajoy; y un sistema electoral bipartidista imperfecto que, excepto en las naciones periféricas, limita enormemente las opciones de voto, de modo que el desgaste de uno de los dos grandes partidos garantiza automáticamente el éxito del otro. (Una de las paradojas del sistema es que un buen resultado de Izquierda Unida es casi garantía segura de victoria de la derecha).

Zapatero empieza a ser consciente de que es una parte importante del problema
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En este contexto, José Luis Rodríguez Zapatero ha aconsejado a sus alcaldes y presidentes autonómicos que, si quieren ganar, incidan en la gestión. Es exactamente lo que decía el PSC en los últimos años del tripartito catalán, con los resultados de todos conocidos. Cuando se apuesta todo a la gestión es porque las ideas y los proyectos están agotados. Dicho de otro modo: es porque no se sabe explicar adónde se quiere ir y cómo se quiere ir. Este es el problema del PSOE desde que empezó esta legislatura y el presidente se empeñó en negar la evidencia de la crisis. Pero este es también el problema de la oposición, que se ha limitado a dejarse llevar por el viento que sopla en contra del Gobierno y, por defecto, a su favor. De ahí el desolador panorama que la política española ofrece: un Ejecutivo -y especialmente un presidente- calcinado por la crisis, y un líder de la oposición pésimamente valorado que llegará al poder por pura inercia.

Pero el consejo de Zapatero a los líderes socialistas locales y autonómicos tiene otro mensaje: libraos de mí. En el fondo, lo que les está diciendo es que, si se centran en la gestión de la ciudad o de la autonomía y se olvidan de las propuestas políticas, le alejan de la escena a él, que es quien las simboliza. La apuesta de Zapatero por publicitar la gestión coincide con la supresión del mitin central que, bajo su presidencia, tenía que dar el tono a la campaña. Los barones territoriales le piden que anuncie que no se volverá a presentar, confiando en que la noticia alivie a la ciudadanía y les dé oxígeno a ellos, y el presidente responde suprimiendo una comparecencia electoral. Zapatero empieza a ser consciente de que es una parte importante del problema y de que hace tiempo que ya no es la solución del PSOE.

Zapatero y su partido podrán utilizar la crisis como coartada para evitar la reflexión sobre por qué están perdiendo pie en la sociedad. No hay ninguna duda de que la crisis consume a los Ejecutivos. Vivimos en una sociedad de usar y tirar, y los gobernantes no escapan a esta lógica. Pero Zapatero ha sido un serio enemigo de sí mismo. Llegó con muchas banderas a la vez: una estrategia económica más social, una política internacional distinta, una nueva relación entre los territorios para una España plural, y una apuesta reformista en materia de costumbres y derechos individuales. Cuando estalló la crisis, la mayoría de estas banderas ya estaban arriadas. En política internacional tomó una sola medida realmente importante, la salida de las tropas de Irak, que le dejó paralizado para el resto de su mandato. De la España plural se olvidó en seguida, justo después de dar vía libre a la peripecia del Estatuto catalán. Su apuesta por la política social murió en la crisis. Solo ha quedado la bandera de la liberalización de las costumbres, sin duda la gran aportación de Zapatero, que quedó desdibujada eso sí con las urgencias económicas.

Demasiadas renuncias en tan poco tiempo, que ahora obligan a hablar de gestión por extinción de las ideas y los proyectos. Pero ¿qué atractivo puede tener la gestión de los socialistas cuando España tiene 4.300.000 parados y una sensación de profundo estancamiento? Que pase el siguiente.

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