Suleimán amenaza con usar la violencia
El vicepresidente de Egipto advierte que no tolerará la "desobediencia civil" - La oposición descarta la vía del diálogo hasta que Mubarak abandone el poder
Las clases medias egipcias y Estados Unidos deseaban una reforma gradual, un proceso de democratización tutelado por el Ejército que evitara las opciones extremas, el colapso del régimen del presidente Hosni Mubarak o el baño de sangre. Esa opción intermedia parece cada vez menos probable. Las amenazas de "golpe de Estado" lanzadas por el vicepresidente y actual hombre fuerte del régimen, Omar Suleimán, solo lograron ayer inflamar aún más la protesta popular en las calles. Y demostraron que, tras las vagas promesas de días anteriores, no había más que una dictadura dispuesta a perpetuarse.
Suleimán convocó el martes por la noche a los directores de la prensa egipcia para formularles una declaración. No admitió preguntas ni aclaraciones. El vicepresidente afirmó que, si la oposición rechazaba el diálogo con el régimen, Egipto quedaría expuesto a un golpe de Estado. No especificó por parte de quién. Alguno de los periodistas interpretó que se refería a una presunta toma del poder por integristas islámicos. La gran mayoría entendió, sin embargo, que Suleimán hablaba de un golpe militar y de la consiguiente creación de una Junta dispuesta a reprimir la revuelta a sangre y fuego.
Suleimán descarta que el presidente dimita antes de que termine su mandato
Uno de los asistentes a la reunión explicó que el grupo de directores se sentía perplejo al salir de palacio. Ninguno esperaba tanta cerrazón en el hombre formalmente señalado por Estados Unidos, histórico patrocinador del régimen egipcio, para pilotar una reforma controlada. Suleimán descartó por completo la posibilidad de que el presidente, Hosni Mubarak, abandonara el poder antes del fin de su mandato, en septiembre. Ni siquiera consideró la opción de levantar el estado de excepción vigente en las tres pasadas décadas.
Suelimán afirmó que las protestas constituían "una absoluta e intolerable falta de respeto hacia el presidente". Definió a la sociedad egipcia como "falta de cultura democrática". Y aseguró que no estaba dispuesto a permitir "ninguna forma de desobediencia civil". Aun así, volvió a repetir que no quería utilizar "instrumentos policiales" para reprimir la revuelta. Sonó tan misterioso como amenazante.
Hacía falta una imaginación muy fértil para concebir un golpe militar contra un régimen básicamente militar. Aun consiguiéndolo, y suponiendo que un sector del Ejército fuera aún más inmovilista que el actual Gobierno (dirigido por un general retirado y compuesto al 50% por militares, a las órdenes de un presidente y vicepresidente que fueron generales), convenía tener en cuenta que amplios sectores de la oficialidad, formados en Estados Unidos, apostaban por la apertura. ¿Qué otro sector del Estado podía tomar el poder por la fuerza? En los cuerpos policiales, con 1,7 millones de agentes, había sin duda gente tan involucrada en 30 años de represión como para impulsar una represión violenta. Pero no había policía capaz de enfrentarse a unas cuantas columnas de tanques.
La opción islámica resultaba aún más peregrina.
"No hay que descartar la posibilidad de una reacción violenta del régimen, porque ya ensayó esa vía en jornadas anteriores y porque podría esconder de nuevo la mano, atribuyendo la responsabilidad de una matanza de manifestantes a elementos patrióticos incontrolados dentro de las Fuerzas Armadas o de la policía", comentó uno de los periodistas convocados.
Las palabras ominosas que Suleimán dejó flotar en el aire, repetidas después en televisión, confirmaron las sospechas de la inmensa mayoría de los manifestantes, una inmensa muchedumbre que ese mismo día, el martes, había desbordado el centro de El Cairo y de otras ciudades: las inconcretas promesas de liberalización no eran más que una cortina de humo tras la que trataba de ocultarse un régimen aferrado al poder e incapaz de transformarse a sí mismo.
El movimiento juvenil Seis de Abril, uno de los convocantes de la manifestación del 25 de enero, con la que estalló la protesta, emitió ayer un comunicado en el que calificaba de "intolerables" las amenazas de Suleimán y consideraba ya inútil cualquier intento de negociación con "un régimen tirano". En términos parecidos se expresó Wael Ghoneim, el ejecutivo de Google y bloguero que tras su detención y liberación se ha convertido en uno de los iconos de la protesta. Los Hermanos Musulmanes también descartaron la vía del diálogo, al menos hasta que Hosni Mubarak abandonara la presidencia y el régimen se mostrara dispuesto a hablar de "un calendario para la transferencia del poder y la celebración de elecciones libres".
El poder y la calle aparecían irremediablemente enfrentados. El régimen no dejaba de usar sus televisiones para atribuir la organización de la protesta a Estados Unidos, Israel, Hamás y Hezbolá (imposible conformar un grupo más incongruente), mientras, en otro rasgo de incongruencia, negaba en los informativos oficiales la propia existencia de la protesta. Se multiplicaban las noticias sobre la represión violenta de las protestas político-laborales en Suez, Port Said y otras ciudades egipcias, con al menos tres muertos. Seguían las detenciones arbitrarias.
En la calle, la palabra "muerte" se escuchaba con creciente frecuencia. Entre los manifestantes, que habían lanzado un nuevo desafío con su presencia permanente ante el Parlamento, abundaban quienes se declaraban dispuestos a vencer o a morir. Bastantes de ellos habían experimentado las torturas policiales y sabían a qué se exponían. Un pueblo apaleado que descubre su fuerza colectiva no es fácil de amedrentar. Por otra parte, cuesta acabar con un régimen acostumbrado a reprimir a sus ciudadanos y a saquear la riqueza pública, siempre en nombre de la sagrada estabilidad de Egipto, la nación más antigua del mundo.
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