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Ola de cambio en el mundo árabe | El papel del ejército
Columna
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Mubarak es la inestabilidad

Mubarak primero retiró a la policía de la calle dando lugar al caos. Ahora ha soltado a sus perros y desencadenado la violencia. Lo primero ya fue un indicio de hasta qué punto se había agotado la promesa de estabilidad que le ha garantizado 30 años de poder omnímodo. Lo segundo confirma que Mubarak se ha convertido de hecho en la principal amenaza a la estabilidad de Egipto.

La elección que históricamente se nos presentaba entre estabilidad e islamismo era bastante tramposa. Ahora ya es evidente que ese dilema, que siempre se resolvía en contra de la democracia, es directa y llanamente falso. Tal y como se están desenvolviendo los acontecimientos, la permanencia de Mubarak en el cargo puede ser ya considerada el mal mayor, no un mal menor. Así que, sea desde los más altos principios morales, desde el más puro pragmatismo diplomático o desde el cinismo de la realpolitik y los intereses estratégicos, la presencia de Mubarak es insostenible. Por eso debe marcharse, y por eso Estados Unidos y la UE deben ponerse inmediatamente de acuerdo en pedir su renuncia.

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Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, el Ministerio del Interior egipcio tiene a su disposición una fuerza policial cercana a los 400.000 efectivos, unos 60.000 de los cuales tendrían medios y capacidades antidisturbios. A eso habría que sumarle unas fuerzas armadas con algo más de 450.000 soldados, a los que se podrían sumar hasta 400.000 efectivos más si se contaran reservistas y fuerzas paramilitares. No parece por tanto que ni el Ejército ni el Ministerio del Interior anden escasos de efectivos como para proteger de forma mínima, no ya el derecho de manifestación de los egipcios, sino algo tan básico como su misma vida y propiedades. Y sin embargo, todo lo que nos llega vía los blogs, correos y mensajes de los propios egipcios es su desesperación al ver cómo la policía permitió que se asaltaran y vaciaran las cárceles y cómo abandonó la protección de edificios e infraestructuras públicas, y dejó que el caos, el pillaje y los asaltos a personas se apoderaran de todas las ciudades. Muchos manifestantes han vuelto a sus casas para proteger a sus familias, sus bienes y sus negocios, conseguir alimentos y organizar patrullas de vigilancia en los barrios.

A pesar de las esperanzas que desencadenó su comunicado asegurando que no usaría la fuerza contra el pueblo y que sus demandas le parecían legítimas, el Ejército no parece que lo esté haciendo mucho mejor: se demuestra ahora que su despliegue fue completamente improvisado y carente de plan alguno para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Con su inacción, revela el minimalismo de sus ambiciones, muy probablemente limitadas a sustituir a Mubarak (al fin y al cabo, un militar), por otro militar más aceptable tanto nacional como internacionalmente, pasar la página y seguir tutelando el régimen desde fuera.

El problema es que cuando, como ha ocurrido en Egipto, un Estado se retira de la escena y renuncia a proteger a sus ciudadanos, el pacto de obediencia que vincula a estos con esas instituciones queda automáticamente disuelto. Si además, ese Estado transfiere el monopolio de la violencia a una horda de paramilitares o civiles violentos, de lo que tenemos que comenzar a hablar es de crímenes muy graves que no deberían quedar impunes.

Sorprende pues que tanto Estados Unidos como Europa sigan paralizados ante la disyuntiva de tener que elegir entre sus principios y sus intereses. Millones de personas en Europa, Estados Unidos e incluso el mundo árabe apenas han necesitado unas horas para convencerse de que Mubarak debe irse. Millones a los que, claro está, hay que restar los 27 ministros de Exteriores de la UE, a lady Ashton y a Hillary Clinton, que siguen atenazados ante el vértigo que saben que les producirá subirse al último peldaño de la escalera por la que estos días los egipcios les han ido haciendo subir a empujones y pedir la renuncia de Mubarak. Por eso, los seis puntos en los que se basan las declaraciones de Washington y de los ministros de los Veintisiete, reunidos en Bruselas el lunes pasado, y repetidas otra vez ayer por Zapatero, Merkel, Cameron, Sarkozy y Berlusconi (cese de la violencia, diálogo, elecciones libres, etcétera), son tan válidos y razonables como insuficientes. Esos puntos reflejan las aspiraciones legítimas de muchos egipcios, pero ignoran que cualquier egipcio que tenga esas aspiraciones sabe perfectamente que son imposibles de lograr con Mubarak en el poder. Con sus acciones, Mubarak ha deshecho el nudo que nos tenía paralizados. ¿Es nuestra reticencia a dar el siguiente paso prueba de sabiduría, o simplemente de miedo?

jitorreblanca@ecfr.eu

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