Vergüenza
Transición. Hermosa palabra. Cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Ahora mismo se perpetra uno en Tahrir Square y sus alrededores: es decir, en todo Egipto. Tahrir ha sido el corazón de la protesta y sus criaturas resisten bravamente, pero todos sabemos que los esbirros de Mubarak -algunos los llaman partidarios: cómo no lo van a ser- vencerán. Nos tienen a nosotros detrás. A Estados Unidos y su novia de toda la vida, Israel, y a este carcamal medio paralizado y enmudecido que llamamos Unión Europea.
El sapo tirano ha escupido sobre todos nosotros y nos ha inmovilizado. No le ha hecho falta saliva. En el fondo, todos sabemos cuál es su arma suprema, de qué se sirve para tener a Obama y a sus siervos en el bolsillo: islamismo. Uhhhhhhh, que vienen los islamistas.
Nunca lo sabremos. Nunca les damos la oportunidad, a esos pueblos, de decidir por sí mismos. Y si se la damos, tampoco les permitimos decepcionarse y rectificar en las urnas, como hacemos nosotros. Sucedió en Argelia, y vino un baño de sangre.
Era fundamental que Egipto resultara un ejemplo. El pueblo lo deseaba y se sentía orgulloso, tras la estela de Túnez pero en grandioso. No podían comunicarse entre sí, el sátrapa ordenó aislarles de Internet, del teléfono móvil. Pero ellos se veían, se sentían, se sabían. Han presenciado demasiadas veces esta épica, protagonizada por otros, para ignorar que hacían historia.
Pues bien, ya lo sabéis. Ejemplarmente, Egipto va a ser sometido a los deseos de los queridos amigos de Occidente y su palanganero local. Habrá más islamistas que nunca, nos odiarán más que antes.
Y nosotros continuaremos impávidos, como esas palmeras de plástico que Mubarak hizo poner en El Cairo para camuflar las antenas de los celulares luego enmudecidos. Inmóviles, sin que ningún viento nos sacuda. Aborrecibles.
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