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Revolución democrática en el Magreb

Noche de pillaje y vandalismo

El miedo se adueña de las calles durante el toque de queda - La ausencia de autoridad siembra la incertidumbre entre los tunecinos

La que debía ser una de las noches más felices para decenas de miles de tunecinos, se convirtió en un espanto. El tirano acababa de abandonar el país —cuentan vecinos que viven junto al aeropuerto que tres aviones despegaron la tarde del viernes— y Túnez era sometido a un estado de emergencia que recluyó a la gran mayoría de la población en sus domicilios. Pero ni en sus casas pudieron celebrarlo. Nada de alcohol. "Estamos de resaca revolucionaria", sonríe Moez Ben Smail, traductor de profesión. Pero las noticias de saqueos y allanamientos de viviendas mantuvieron en vilo a miles de personas. El teléfono funcionó a destajo. Una triste vigilia. Túnez ha soportado 53 años de autocracia, pero está conmocionado por lo nunca visto: la violencia indiscriminada, la ausencia de autoridad... "No sabemos qué va a suceder. Incertidumbre es la palabra. Se está quemando rápidamente todo lo que construimos tan despacio. La situación es pésima porque, aunque hubiera elecciones, no tenemos liderazgo", cuenta, nerviosa, la profesora de periodismo Enma Benjeema, de 33 años.

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Hay que parar unos momentos. La mujer comienza a llorar. Respira hondo. "Mucha gente tiene pavor al pillaje. No sé si puede sobrepasar a la policía", añade. No es de extrañar el temor de la docente. Al margen de los ataques a residencias particulares perpetrados por matones del ex presidente y de que los más radicales manifestantes destrozaran o incendiaran mansiones de familiares de Ben Ali en el balneario de Hammamet y en Cartago, durante la madrugada del sábado imperó el caos en la capital y en buena parte de sus suburbios. Por la mañana, el panorama era desolador. A mediodía, todavía olía a quemado en la estación central de ferrocarriles, seriamente dañada y donde se recogían los escombros, al igual que apestaba una tienda de televisiones de plasma y como lo hacían los montones de basura sin recoger en una capital siempre muy limpia.

En los barrios periféricos de Túnez, el desorden fue mayúsculo. A plena luz del día, desharrapados de toda condición desvalijaban un supermercado en el barrio de Ettahrir hasta que los soldados los disolvieron con disparos al aire; decenas de jóvenes vigilaban, con palos, bates y cuchillos en mano, las calles de este vecindario y del contiguo de Denden. Se repetían escenas similares en Cartago y en Elkram, donde descansaban los restos calcinados de una decena de coches. Pero la furia se desató más agresiva contra la sede de la Asamblea Constitucional Democrática y el edificio de gobernación de Ettahrir, lugar donde la revuelta brotó por primera vez días atrás.

La palma se la llevó el mayor supermercado del país, Géant, a 15 kilómetros del corazón de Túnez y propiedad de un familiar de Ben Ali. La columna de humo era descomunal. Y es que da la impresión de que el Ejército no puede garantizar la seguridad en toda la geografía tunecina. En la capital, por primera vez, se desplegaron tanques, y no solo vehículos blindados, y la presencia de militares era notoriamente superior a la víspera. No son temidos. "El Ejército no va a intervenir en política. Es obediente", apunta Ben Smail.

Benjeema, no obstante, expone otra preocupación: "En una democracia, los islamistas deberían participar de alguna manera, pero temo que pretendan aprovechar el vacío de poder. Cuando la gente no ve una salida, se pone a rezar. Ahora pueden manipular mucho más fácilmente, sobre todo en el sur pobre. Si comienzan a ayudar a la gente, eso sería muy peligroso. No tienen mucho apoyo, pero si los matones de Ben Ali siguen robando, la gente puede empezar a apoyarles".

Quienes han tenido suerte han comprado pan por la mañana. Hay temor a la escasez. Los comercios no abrieron y, cuando cae la tarde, la gente desaparece de las calles. Florecen los autobuses amarillos, donde descansan policías que aguardan órdenes para actuar. O para ir por libre. Algunos han sido detenidos por participar en los saqueos y quién sabe en qué tropelías más. Eso sí, ya no vigilan la enorme fotografía de Ben Ali, mano en pecho, que ha sido arrancada de su soporte, al final de la avenida Habib Burghiba, junto a la estatua del pensador Ibn Jaldún, fundador en el siglo XIV de las modernas ciencias sociales.

Tres manifestantes lanzan piedras a la policía durante los disturbios del viernes en Túnez.
Tres manifestantes lanzan piedras a la policía durante los disturbios del viernes en Túnez.

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