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El sindicalista que desafía a Sarkozy

El ex bombero Charles Foulard se convierte en el símbolo de la protesta en Francia contra la ley de reforma de las pensiones del presidente conservador

Antonio Jiménez Barca

Con su gorro rojo de lana marca Quechua y las manos en los bolsillos de su trinchera negra, Charles Foulard, representante del sindicato CGT en la petrolera Total, se pasea por la entrada bloqueada de la estratégica refinería de Grandpuits. Tras zamparse una manzana a bocados, atiende a todas las televisiones que se le acercan -"Hasta la victoria no vamos a parar"-, a todas las radios -"Los radicales están en el Elíseo"-, a todos los periodistas nacionales o extranjeros -"Este país es la punta de lanza para luchar por una sociedad más justa"-. A su pesar -"Yo paso de eso"- se ha convertido en el símbolo de la protesta sindical en Francia, en el rostro que encarna las dos semanas de huelgas, bloqueos de depósitos de carburante, guerra de gasolina y manifestaciones crecientes sin un final claro. "Desde Mayo del 68 no se ha visto en Francia una parálisis parecida", sostiene.

"Hasta la victoria no vamos a parar", dice el representante de la CGT
"Los franceses no han visto una parálisis parecida desde Mayo del 68"
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Ex bombero, de 53 años, sindicalista desde los 25, partidario de los bloqueos de los depósitos de combustible, de estrangular el flujo de gasolina para forzar al Gobierno a dar un paso atrás, situado en el ala dura de su propio sindicato (más duro, en cualquier caso, que su secretario general, Bernard Thibauld), Fou-lard, en los primeros días de la huelga, ya avisó cuando Sarkozy afirmó que no iba a permitir que los trabajadores impidieran la salida de camiones con carburante: "Vais a ver cómo jugamos al ratón y al gato con la policía". Su pronóstico se cumplió: en un mismo día, por ejemplo, la policía desbloqueaba un depósito prioritario en La Rochelle, al este del país, y los sindicalistas, horas después, bloqueaban otro parecido en Caen, al norte.

También la refinería en la que trabaja, Grandpuits, situada a 70 kilómetros al sureste de París, siempre en huelga, con el depósito bloqueado desde el primer día, se ha vuelto también una especie de termómetro del estado del movimiento contra Sarkozy debido a que sus depósitos abastecen a la capital. Controlar Grandpuits significa, ni más ni menos, controlar el bombeo de gasolina a París. Así, la lucha entre un Gobierno decidido a aprobar cuanto antes su reforma de pensiones y unos sindicatos aplicados a torpedearla se ha convertido, también, en la pugna personal entre un presidente de la República que tachó de inaceptables los bloqueos de depósitos de gasolina y un veterano sindicalista al que no se retira así como así de la entrada de su refinería de Grandpuits.

El viernes, de madrugada, se produjo el primer encontronazo serio: para asegurar el abastecimiento a esta región -y tal vez también por su condición de refinería símbolo en el movimiento de protesta- el prefecto de Seine-et-Marne, Michel Guillot, ordenó la intervención estatal de los depósitos y la movilización obligatoria de una veintena de trabajadores en huelga escogidos a fin de que rellenaran camiones con gasolina. Hubo golpes, empujones, porrazos y tres heridos. Los antidisturbios tomaron la emblemática entrada de la refinería ante la mirada impotente de los sindicalistas, entre los que se contaba, claro, Foulard, con su inseparable bonete rojo, que se apresuró a proclamar: "Sarkozy acaba de pisotear el derecho de huelga y la democracia".

Los sindicalistas recurrieron la decisión del prefecto y el juez, el viernes por la noche, les dio la razón. Pero una nueva orden gubernamental, más aquilatada judicialmente, según su criterio, ya está en marcha.

Con todo, los camiones comenzaron el viernes a salir desde Grandpuits cargados de gasolina. Esto, junto al desbloqueo de otros depósitos, ha hecho que la gasolina fluya en mayor cantidad hacia París y hacia las autopistas que la rodean. El ministro de Medio Ambiente, Jean-Louis Borloo, aseguró ayer, en el parte de guerra diario, que la situación en las estaciones de servicio "va camino de normalizarse".

La semana se antojaba decisiva e imprevisible para un Sarkozy acosado. Ahora, con la gasolina de vuelta en las ciudades y en los coches, con medio país de vacaciones de Todos los Santos, los estudiantes en casa y la ley aprobada por el Senado el viernes, todo parece indicar que ha superado lo peor. "Es el Parlamento el que decide y no la calle", asegura el secretario de Estado de Función Pública, Georges Tron.

Los franceses, hasta hace unos días alineados con el movimiento de protesta, parecen dividirse tras la escasez de combustible, las horas de colas en las gasolineras y las imágenes en la televisión de jóvenes encapuchados destrozando escaparates a pedradas en el centro de Lyon. Un sondeo publicado ayer por el periódico Le Figaro aseguraba que el 56% de los franceses es favorable a que todo termine ya. Sarkozy también lo desea, a fin de reformar, por fin, el Gobierno, sacudirse varios ministros convertidos en pesos muertos y enfilar, revitalizado, la última etapa de su mandato.

Pero otra encuesta, que se publica hoy en el diario Ouest-France, mantiene que el 63% de los franceses justifica las nuevas jornadas de protesta. La primera se celebrará el jueves 28 de octubre. Será entonces cuando se demuestre si el movimiento, que desde el 24 de junio no ha hecho sino crecer, se desinfla o no.

Los sindicalistas más optimistas y confiados aseguran que la lucha seguirá hasta que Sarkozy no promulgue la ley, dentro de 15 días. E incluso después. Entre ellos, claro, se cuentan los empleados de las 12 refinerías del país, paralizadas desde hace 15 días, comandados por un ex bombero y veterano sindicalista vestido siempre con una trinchera negra y un gorro rojo que sostiene con mucha tranquilidad, mientras se zampa otra manzana, que esto aún no ha acabado.

El coordinador del sindicato CGT en la la petrolera Total, Charles Foulard (derecha), en la entrada de la refinería de Grandpuits, cerca de París.
El coordinador del sindicato CGT en la la petrolera Total, Charles Foulard (derecha), en la entrada de la refinería de Grandpuits, cerca de París.AFP

El origen del caos

- La ley de reforma de pensiones prevé el retraso de la edad de jubilación de los 60 años a los 62. Todo se hará de forma progresiva. De este modo, las personas nacidas en 1951 serán las primeras afectadas.

- La duración del tiempo de cotización necesario crece: de 40 años actuales a 41,5.

- Las personas que no hayan cotizado el tiempo pertinente para cobrar la pensión completa, deberán jubilarse a los 67 años (ahora lo hacen a los 65).

- Las madres de tres hijos nacidos entre 1951 y 1955, aunque no hayan cotizado todo el tiempo pertinente, se podrán jubilar a los 65 años.

- El retraso de la jubilación supone, según los cálculos del Gobierno, unos 20.000 millones de euros de ahorro.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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