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El debate del IVA
Columna
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El cántaro de la lechera

El Congreso rechazó ayer una moción del PP dirigida a anular la subida del Impuesto del Valor Añadido (IVA) que el PSOE, PNV y CC aprobaron el pasado diciembre para reducir parcialmente el déficit público mediante ese aumento recaudatorio. La diferencia entre los gastos y los ingresos del Estado alcanzó en 2009 el 11,4% del Producto Interior Bruto (PIB); si España quiere cumplir el Plan de Estabilidad de la Unión Europea, deberá rebajar ese déficit al 3% en 2013.

Buena parte de la discusión de los expertos acerca de las medidas más adecuadas para superar la recesión ha girado desde hace meses en torno a un dilema: o bien el Gobierno adoptaba severas medidas de ajuste (elevación de impuestos y contención del gasto público) para rebajar el déficit, o bien mantenía los incentivos en detrimento de los equilibrios presupuestarios con el objetivo de relanzar la actividad productiva y crear empleo, aplazando cualquier incremento de la presión fiscal hasta la salida de la crisis. Los avisos enviados implícitamente por los mercados y explícitamente por las instituciones europeas inclinaron finalmente la respuesta a favor del ajuste.

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Los dirigentes populares, sin embargo, no se sienten presos en ese dilema: la vuelta a la senda del crecimiento, la multiplicación de los puestos de trabajo, la bajada de los impuestos y la reducción del gasto público serían compatibles entre sí. El programa económico del PP parece inspirado por las viejas películas de Frank Capra -Vive como quieras, Juan Nadie o ¡Qué bello es vivir¡- animadas por gente encantadora que confía en la parábola evangélica sobre los pájaros del cielo y los lirios del campo. Si los periodistas preguntan a los populares sobre la reforma del mercado laboral, la edad de la jubilación y el periodo para la cotización de las pensiones no recibirán más que respuestas retóricas.

Así, Rajoy tendría una fórmula mágica para escapar del círculo vicioso de la crisis donde los malos de la película- nunca mejor dicho- habrían encerrado a la economía española y para conducirla luego al círculo virtuoso de la prosperidad indefinida. El PP mantendría intactas las partidas correspondientes a la inversión productiva y al gasto social; sólo con eliminar la farfolla de altos cargos superfluos (un 25% del total, a ojo de buen cubero) enchufados por los socialistas se resolvería el problema. Para aumentar la recaudación no sólo resultaría innecesario subir los impuestos (como ha hecho el Gobierno socialista con el IVA) sino que incluso habría que bajarlos: la mayor actividad económica aseguraría de manera automática un mayor ingreso. Con el PP en el poder, los ciudadanos serían tan felices como los personajes de Capra: bastaría con limpiar de zánganos la Administración, bajar la presión fiscal y adoptar algunas medidas (por ahora secretas) sobre el mercado laboral y las jubilaciones para conseguirlo. Un Gobierno presidido por Rajoy restablecería de inmediato las altas tasas de crecimiento del pasado, crearía millones de puestos de trabajo, reduciría el déficit al 3%, equilibraría el presupuesto y bajaría espectacularmente la deuda.

En su pugnaz pelea para alzarse con la candidata popular en las próximas elecciones generales, la presidenta de Madrid se adelantó a la moción del PP contra el aumento del IVA derrotada ayer en el Congreso con un vibrante llamamiento a la rebelión popular -en el doble sentido de la palabra- frente a la inicua subida. Gracias al pecado original cometido al morder la manzana que le fue tentadoramente ofrecida por los dos diputados socialistas transfugas, Esperanza Aguirre ha gobernado con mano de hierro la comunidad autónoma desde 2003. Durante su mandato, esta lideresa -así le gusta ser llamada- presuntamente liberal (tolerante con la corrupción pero perseguidora implacable del aborto, la eutanasia, la educación cívica, el buen gusto y la libertad de expresión) ha financiado la arruinada televisión pública regional dedicada por entero a cantar sus glorias, ha intentado secuestrar Caja Madrid y ha llenado de clientes los altos cargos y asesorías de la Administración autonómica.

La reducción de impuestos no está reñida con la deuda y el déficit de los rollizos presupuestos de la Comunidad madrileña. La forma de Aguirre de cuadrar las cuentas es sencilla: mientras una de sus manos sabotea la subida del IVA, la otra mendiga al Gobierno más de 20.000 millones por una supuesta deuda histórica. Pero para gobernar no basta el desparpajo de la presidenta: a la lechera del cuento el cántaro se le acabó rompiendo.

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