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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Colonos, el enemigo interior

El medio millón de colonos en territorios palestinos ocupados supone el principal obstáculo a la paz y viola los principios fundacionales de Israel. Ahora Netanyahu debe escoger entre ellos y Estados Unidos

En octubre de 1991, pocos meses después de la primera Guerra del Golfo, mi periódico me envió a Madrid para cubrir la histórica conferencia sobre Oriente Próximo que promovió la Administración del primer presidente Bush.

Cargos destacados de la mayoría de los países árabes y representantes de los territorios palestinos ocupados se sentaron junto a una impresionante delegación israelí, encabezada por el primer ministro Isaac Shamir y el viceministro de Asuntos Exteriores, Benjamin Netanyahu. Yo estaba abrumado. Por primera vez en 40 años de beligerancia, dirigentes árabes y sionistas se sentaban juntos, prometiendo llevar la paz a nuestra desgarrada región.

No todos estaban tan encantados. Junto a mí, en el avión que nos llevó de vuelta a casa, estaba uno de los fundadores del movimiento de los colonos, preocupado por el futuro de su proyecto vital. En ese momento, 220.000 colonos judíos vivían en Cisjordania, la franja de Gaza y Jerusalén Este. Todo el mundo creía que en poco tiempo el proceso de paz obligaría a Israel tanto a devolver a los palestinos los territorios ocupados en junio de 1967, como a la retirada de los colonos. A cambio, los dirigentes árabes pondrían fin a la situación de guerra con Israel y normalizarían sus relaciones con el Estado judío.

En Jerusalén Este y Cisjordania hay 127 asentamientos autorizados y más de 100 'ilegales'
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En junio de 2009, menos de 18 años después, cuando el presidente Barack Obama hizo su histórico discurso de reconciliación en El Cairo, el número de colonos alcanza prácticamente el medio millón, 300.000 de ellos en Cisjordania y el resto en Jerusalén. En la franja de Gaza ya no quedan, ya que en 2005 Israel evacuó a los 8.000 que allí vivían.

Estas cifras pueden explicar el creciente escepticismo que cunde entre los árabes cuando se habla de la esperanza de poder instaurar un Estado palestino viable e independiente cuya capital sea Jerusalén Este. Los 127 asentamientos que fueron autorizados y financiados por los sucesivos Gobiernos israelíes y los más de 100 "enclaves ilegales" dividen en pequeños trozos los territorios ocupados en la guerra de 1967. En la actualidad, el hijo del colono que conocí hace 18 años en el avión que me traía de Madrid es un activista que habita en uno de esos enclaves "ilegales" y que se opone al Gobierno cuando intenta eliminar todos los asentamientos construidos en propiedades privadas palestinas.

Según un informe publicado recientemente por la OCHA (Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios, en sus siglas en inglés), los asentamientos son "el factor que más determina los movimientos y las restricciones que sufren en sus accesos" los 2,5 millones de palestinos que habitan Cisjordania. El Área C, que según los acuerdos de Oslo se encuentra totalmente bajo control israelí, constituye en torno al 60% del territorio cisjordano y se destina exclusivamente a los asentamientos.

Durante muchos años, la sociedad israelí, incluyendo a perspicaces personas de izquierda, vio en el movimiento de los colonos una nueva versión nacional-religiosa del movimiento sionista laico que levantó el país cuando éste se componía principalmente de pantanos y desiertos, rodeados de aldeas árabes hostiles. Como para la mentalidad popular robar las tierras palestinas de los territorios ocupados era un noble acto ideológico, los colonos contaban con un amplio apoyo. Ese clima les ayudó a establecer vínculos sólidos con los dirigentes políticos, militares y económicos.

La Declaración de Independencia de Israel de 1948 se concibió como cimiento moral de la perspectiva sionista. Ese documento seminal del sionismo garantiza que el nuevo Estado proporcionará "a todos sus habitantes una absoluta igualdad social y política". Así que si los territorios ocupados en 1967 son formalmente anexionados, Israel estará obligado a garantizar derechos de ciudadanía a sus residentes palestinos, en los que deberán incluirse el derecho al voto y el derecho a presentarse a la Knesset, el Parlamento israelí.

Dentro de los márgenes de la Línea Verde, es decir, de las fronteras anteriores a 1967, los judíos constituyen la gran mayoría de la población (el 79%). Según las proyecciones demográficas, la separación entre Israel y los territorios ocupados garantizaría también en 2020 el mantenimiento de esa ventaja relativa para los judíos. Pero la anexión de Cisjordania y Jerusalén Este -oficial o de facto- convierte, ya desde ahora, el territorio situado entre el mar y el río Jordán en un Estado binacional con el 54% de judíos y el 46% de no judíos.

Los dirigentes sionistas declararon que el Estado de Israel "se basará en la libertad, la justicia y la paz". Durante 42 años, los asentamientos situados en mitad de los territorios ocupados han privado de libertad a millones de personas. ¿Qué relación existe entre la incautación de tierras privadas y la justicia y la paz? ¿Cómo encaja el enorme incremento del número de colonos desde la conferencia de Madrid con esa declaración de hace 62 años: "Tendemos nuestra mano a todos los Estados vecinos y a sus pueblos, ofreciéndoles paz y buena vecindad"?

De no ser por su miedo a los colonos, quizá Israel no estaría haciendo caso omiso de la mano tendida por la Liga Árabe, que continúa ofreciendo, desde marzo de 2002, paz y buena vecindad dentro de las fronteras del 4 de junio de 1967.

La Declaración de Independencia también era un llamamiento a las Naciones Unidas "para ayudar al pueblo judío a levantar su Estado y a recibir al Estado de Israel en la comunidad de naciones". En realidad, los asentamientos y la construcción del muro de separación, concebido para adaptarse a las necesidades de los colonos, han sido los hechos que más condenas por parte de la ONU y más protestas internacionales contra Israel han suscitado.

El principal documento político sionista anunciaba asimismo que el nuevo Estado "fomentará el desarrollo del país en beneficio de todos sus habitantes". El desarrollo de la tierra ocupada por los colonos, en beneficio de una minoría que ni siquiera representa el 5% de los habitantes del país, se llevó a cabo en detrimento de otras zonas del país, entre ellas ciudades desfavorecidas. Y ni siquiera hemos mencionado las enormes sumas que se gastan para que las Fuerzas de Defensa Israelíes protejan los asentamientos y sus rutas de acceso.

En los últimos años ha aumentado el número de israelíes que considera que los asentamientos no son únicamente un obstáculo en el camino que conduce a un Estado palestino independiente. También han comprendido que la ocupación es un impedimento capital para la existencia y el desarrollo del sueño sionista. El ex primer ministro Ehud Olmert declaró al periódico Ha'aretz en noviembre de 2007 que si no se llegaba pronto a una solución con dos Estados, "el Estado de Israel está acabado". Sin embargo, aparte de hablar, Olmert estaba haciendo bien poco para apartar ese obstáculo de la senda de la paz y del sionismo.

Ahora, el primer ministro es Netanyahu, representante de Israel en la Conferencia de Madrid en calidad de viceministro de Asuntos Exteriores. Pocos meses después de esa conferencia, el presidente Bush, padre, dejó claro a Israel que hablar al mismo tiempo de asentamientos y de paz es un contrasentido. Insistió en que el Gobierno israelí tendría que elegir a quién debía enfrentarse: a Estados Unidos o a los colonos. El Ejecutivo israelí prefirió la primera opción y perdió tanto la amistad estadounidense como las elecciones generales. Ahora el presidente Obama ha planteado el mismo dilema. Netanyahu no tardará en tener que elegir.

Akiva Eldar es columnista del periódico israelí Ha'aretz y coautor del libro Lords of the Land, the war over Israel's settlements in the occupied territories, 1967-2007 [Los dueños de la tierra: la guerra por los asentamientos israelíes en los territorios ocupados, 1967-2007]. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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