Carnaval capitalista
Nadie va a escapar de esta crisis. Pero vamos a ver quién sabe aprovecharla. Sacar partido de la crisis es la consigna del día en Washington, donde un célebre economista (Paul Romer, nada que ver con Christine Romer, la presidenta del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca) formuló hace cinco años la sentencia que el eco ha ido repitiendo hasta dejarla esculpida como la frase más citada de la temporada, en boca del jefe de Gabinete del presidente, Rahm Emanuel: "No dejes que una crisis grave se desperdicie".
La crisis es el carnaval de la economía. Es el momento en que se levantan las prohibiciones y tabúes. No es extraño que salga Marx en procesión después de tantos años con Adam Smith. Muchos se admiran de que las inversiones que no fueron posibles cuando las vacas gordas se conviertan en obligatorias con las flacas. No se dan cuenta de que éste es exactamente el argumento de la obra. Alan Greenspan está ahora a favor de la nacionalización de la banca, temporal por supuesto, para regocijo de los impenitentes partidarios de nacionalizarlo todo, en cualquier tiempo y lugar.
Los republicanos ya piensan en quitarle a Obama la doble mayoría en el Congreso en 2012
Para sacar todo el provecho posible de la recesión ha construido Barack Obama el paquete económico por importe de 787.000 millones de dólares (unos 605.000 millones de euros) que acaba de firmar, justo cuando se cumple un mes de su llegada a la Casa Blanca, bajo el nombre de Ley de Recuperación y Reinversión (ARRA: American Recovery and Reinvestment Act), probablemente el mayor proyectil de inversiones públicas jamás lanzado desde la II Guerra Mundial, y sólo superado en términos relativos por el conjunto de inversiones del New Deal, con las que Franklin Roosevelt afrontó la Gran Depresión en 1933. Puro keynesianismo.
Una tercera parte son devoluciones fiscales. Las clases medias y bajas recibirán un cheque de 400 dólares, que será utilizado rápidamente, dadas las múltiples y urgentes necesidades de esta parte de la población. Su eficacia será mayor que la misma medida aplicada a todos los contribuyentes, tal como hicieron Bush o Zapatero en el primer semestre de 2008, pues los más ricos no trasladan estos regalos al consumo. Las otras dos partes, más de 500.000 millones de dólares, van directamente a inversiones destinadas a producir dos efectos simultáneos: crear puestos de trabajo y sustentar el cambio de modelo hacia una economía más verde y tecnológica. La receta es clara: se riega el país con dinero y se intenta poner los cimientos de los negocios futuros que tirarán de la economía cuando termine la crisis.
Hay que ser muy prudente con sus efectos inmediatos. La velocidad de pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos es de medio millón al mes. Veremos si el paquete de Obama es capaz de crear o salvar esos tres millones y medio de puestos de trabajo que promete. Sus efectos a medio y largo plazo ofrecen menos dudas: informatizar la red eléctrica para hacerla más eficiente y ahorradora, instalar banda ancha en las zonas rurales, mejorar el aislamiento de los hogares para recortar el consumo energético, utilizar la tecnología para gestionar mejor el sistema de salud, construir coches más ecológicos y eficientes o apostar por energías alternativas son objetivos de inversión seguros. El paquete también atenderá los déficit más sangrantes en infraestructuras y equipamientos públicos del tipo que condujeron al desastre del Katrina, que asoló Nueva Orleans; este tipo de asignaciones, sin ser directamente productivas, también mejoran la competitividad.
Obama quiere aplicar su plan de salvación con la participación de los ciudadanos y la máxima transparencia y control democrático. Aplicando ya sus recomendaciones, ha creado un portal en Internet con el objetivo de que se pueda seguir hasta el último dólar que se gaste en este nuevo New Deal de 2009 (www.recovery.org). Los europeos debiéramos tomar ejemplo: de la envergadura, de su visión a largo plazo, y sobre todo de la vocación de gobierno abierto y participativo.
Todo esto disgusta a los republicanos. Vaya paradoja: consideran que tanto gasto e intervención pública son cosas de europeos. Su auténtico líder, el radiopredicador Rush Limbaugh, ya ha dicho que desea antes que nada el fracaso de Obama ante la crisis: hasta ahí llega su patriotismo. Aunque un buen puñado de gobernadores ha cerrado filas con el presidente, sólo tres senadores republicanos le dieron su voto, que era imprescindible. Obama no ha conseguido el consenso nacional que obtuvieron Franklin Roosevelt con su New Deal en 1933 o Ronald Reagan con su recorte de impuestos en 1981. Sobre todo, porque la política y las ideas suelen ir detrás de los hechos. Los republicanos ya piensan en quitarle la mayoría en las dos cámaras en 2010 y se aferran a los dogmas del libre mercado y del Gobierno inhibicionista. Así es como aprovechan la crisis, aunque saben que estamos en carnaval y toca invertir los términos del mundo tal como lo hemos conocido.
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