Paquillo el demoledor
El granadino se cuelga la medalla de oro tras arrasar en los 20 kilómetros marcha, mientras que en los 10.000, Fitschen, un alemán desconocido, sorprende en la última recta a Martínez y a De la Ossa, que son plata y bronce
Hubo un momento, en los kilómetros finales, en los que Paquillo Fernández sacaba tanta ventaja a sus perseguidores que cuando ellos iban, él ya estaba de vuelta en el circuito, marchaba por la acera opuesta. Y marchaba tan seguro que parecía ir de paseo. Y sólo le habría faltado interrumpir brevemente el braceo acompasado con que acompañaba cada giro de cadera, de pelvis, y saludar con la palma de la mano a los que, sin aliento apenas, intentaban mantener la esperanza. "Pero, claro", contó luego Paquillo, "no era eso, no era eso. Yo puedo sentirme muy superior a todos. Y ver que no hay nadie como yo. Pero yo siempre he sido muy respetuoso con los compañeros. Nunca se me pasó por la cabeza hacerles un gesto que hubieran podido interpretar mal".
"Íbamos tan seguros de ir solos que ni pensamos en Fitschen", admiten Martínez y De la Ossa
"Soy el primer español que gana dos Europeos seguidos. Creo que es algo", dice Paquillo
No era el momento, claro. Era un Campeonato de Europa, una gran competición de marcha. Y tampoco Paquillo iba de paseo. Marchaba, infatigable, gestos repetidos sin dudar, a cuatro minutos el kilómetro. O sea, iba andando, sin levantar en ningún momento los dos pies simultáneamente del húmedo suelo -recién remojado por un chaparrón de verano-, a una velocidad de 15 km/h. Que lo intente cualquiera. Aunque sea en bicicleta. Y durante 20 kilómetros, durante casi 80 minutos, subiendo y bajando por la misma avenida, contando paradas de tranvía, calculando cuánta gente había en las aceras.
"Bah", dice. "Eso es un ritmo francamente fácil para mí". Este es el Paquillo de 2006, el atleta más seguro de sí mismo, el deportista español más tranquilo, más feliz en su nube. Y también, quizás, el más infalible. "Creo que poco a poco estoy haciendo historia", dijo el orgulloso hijo de Guadix. "Ésta ha sido mi quinta medalla consecutiva en una gran competición, mi segundo campeonato de Europa consecutivo. Soy el primer español que gana dos Europeos seguidos. Creo que es algo".
"Pero no todo ha sido tan fácil como parecía", añadió, quizás temiendo que una excesiva soberbia no sería bien interpretada. "Forcé mucho entre el cinco y el 10, y los cinco últimos kilómetros ya empecé a darle vueltas a las cosas en la cabeza, ya era consciente del dolor de piernas, del ácido láctico... Pero claro, si iba sacando más de un minuto al segundo, era difícil motivarse, concentrase en ir más fuerte, la relajación era inevitable".
Paquillo iba solo desde la puerta del estadio, desde que los respetuosos rivales le dejaron 20 metros de ventaja y él empezó a acelerar, a acelerar, hasta, controlando en todo momento los datos que podían influir en el rendimiento -tiempo, pulsaciones, ritmo- con rápidas ojeadas al pulsómetro de muñeca, alcanzar su velocidad de crucero. 15 km. por hora. Fácil para él pese a la humedad, devastadora para los rivales, que decidieron, finalmente, derrotados, refugiarse en un grupo y plantear el asalto final a la medalla de plata. En ese grupo estaba Juanma Molina. Calculando como sólo él sabe. Esperando que se desgastara un ruso, vigilando a un portugués. Ya sólo quedaban 1,5 kilómetros. Ya estaba dispuesto para el golpe final. Ya veía la plata colgando de su cuello, cuando lo que se le cruzó por delante fue un severo juez con una tarjeta roja. Tercera infracción. Tercera vez que no doblaba la rodilla. Expulsión. "Tengo problemas técnicos en la pierna derecha a causa de una lesión en la inserción del isquio", dijo el murciano, bronce en el último Mundial.
De bronce y plata se quedaron, y pasmados también, Juan Carlos de la Ossa, el atleta de Tarancón (Cuenca) ligero como un silbido (1,60 metros, 47 kilos), que corre como los atletas africanos, que piensa como ellos, que parece uno de ellos, y Chema Martínez, el grandote madrileño, tremenda zancada, fuerza final. Los dos pensaban que su sueño ya estaba allí, al final de la recta. Que lo más duro había pasado, que entre ellos dos, amigos, compañeros de entrenamiento, se iban a jugar, mano a mano, la gloria europea cuando, a la salida de la última curva, un expreso alemán, salido de ninguna parte, les obligó a apartarse para no verse arrollados. "Íbamos controlando todo el tiempo por la pantalla gigante", dijeron los dos. "Pero al final los planos eran muy cortos, y estábamos tan seguros de que nos habíamos quedado solos que ni pensamos que pudiera salir este atleta, al que ni siquiera conocemos". El desconocido en cuestión se llama Jan Fitschen, tiene 29 años y llegaba a Gotemburgo con una marca de 28m 19s en los 10.000 metros. Lo que en el mundo en el que se mueven los españoles no es nada. "Claro que en una carrera tan lenta como ésta, en una carrera por encima de 28 minutos, cualquier atleta es peligroso", dijo Martínez, que hace cuatro años, bajo la lluvia de Múnich, encabezó el doblete español en el 10.000 por delante de Ríos.
En Gotemburgo, el doblete debería de haberlo encabezado De la Ossa, de 29 años, quizás el fondista español con más clase de la historia. También, uno de los más desafortunados. Una fascitis plantar le ha hecho llegar mermado a su gran cita. Y la pasividad de más de una docena de fondistas de toda Europa, que salieron a seguir al primero, le condenó a una carrera demasiado lenta para su estilo. Peleó, habló, discutió, subió, bajó, intentó organizar relevos para avivar la marcha. Como quien habla a una pared. Finalmente, un cambio de ritmo del suizo Belz en el 9.000 pareció abrirle el camino. Con el ataque helvético sucumbió el ucranio Lebid, el más temido. A 300 metros, en la penúltima curva, Martínez y De la Ossa se fueron solos, tan felices. Hasta que, demasiado puntual para ellos, surgió de entre la algarabía el expreso alemán que les condenó.
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