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Entrevista:Antony Beevor | Historiador

"La guerra la ganaron los que no tuvieron piedad"

José Andrés Rojo

Antony Beevor (Londres, 1946) publicó la primera versión de su libro La Guerra Civil española, que no se tradujo en España, en 1982. Lo ha reescrito, modificándolo profundamente, y acaba de aparecer en Crítica. "Se han abierto muchos archivos desde entonces -los soviéticos, los alemanes, incluso muchos españoles- que han enriquecido mucho la información que se tiene sobre el conflicto", comenta este historiador británico, que, con una gran capacidad narrativa, ha sabido combinar el análisis de las grandes cuestiones de la historia con las experiencias de los que la padecieron. Lo hizo en Stalingrado; Berlín. La caída, 1945; La batalla de Creta; París después de la liberación: 1944-1949 y El misterio de Olga Chejova (todos en Crítica).

"La gran paradoja de la República fue que, por la crisis económica, no podía satisfacer las aspiraciones de la gente que la había apoyado"
"Los republicanos intentaron poner orden en sus filas y evitar la barbarie. Los militares rebeldes, en cambio, alentaron el horror"

"Es muy difícil para las generaciones actuales, con un sentido de la vida tan individualista, entender la realidad de aquellos hombres y mujeres que se vieron envueltos en una situación que les exigió tomar partido, y que no pudieron evitar un destino que les impusieron fuerzas que no controlaban", explica Beevor, antiguo oficial del ejército regular británico, refiriéndose a la Guerra Civil que llenó España de cadáveres entre 1936 y 1939.

Pregunta. ¿Cómo era el mundo cuando estalló la guerra?

Respuesta. Era un momento de ideologías muy polarizadas y de una gran actividad propagandística. El centro era muy vulnerable y resultaba imposible establecer un compromiso entre las fuerzas extremas. En ese contexto, tanto la izquierda como la derecha se embarcaron en la tarea de deshumanizar al enemigo a través de intensos mensajes que desacreditaban al rival. De un lado, el triunfo de la revolución bolchevique; de otro, el ascenso del nazismo y del fascismo. Y ese afán de desencadenar el odio para movilizar a los adeptos de cada uno de los bandos.

P. En ese contexto llega la República a España. ¿Qué márgenes de maniobra tenían sus dirigentes?

R. Muy limitado. La República triunfó en España en un momento extremadamente delicado. Acababa de producirse la gran crisis económica de 1929 y crecía día a día el número de desempleados. El nuevo régimen no podía, por tanto, satisfacer las aspiraciones de la gente que lo había apoyado. Se produjo, además, una trágica paradoja: los liberales de centro-izquierda que gobernaban no tenían otra alternativa, ante una derecha tremendamente inmovilista, que apoyarse en los movimientos de extrema izquierda. Pero, aunque quisieran, no podían satisfacer sus demandas. Además, las reformas que la República pretendió llevar a cabo en unos cuantos años se habían llevado a cabo en otros países a lo largo de periodos de tiempo mucho más dilatados.

P. ¿Qué ocurrió entonces para que la rebelión de los militares no se impusiera sin problemas?

R. Los generales rebeldes eran muy arrogantes y daban por sentado que se impondrían sin problemas, y no supieron planificar bien el golpe. Contaban que Barcelona caería sin problemas y, desde allí, si las cosas no habían salido bien en Madrid, el avance se podía producir sin muchos contratiempos. No contaban con la movilización de las organizaciones sindicales y con su capacidad de resistencia.

P. ¿A qué se debió que el rotundo peso de los socialistas dentro del bando republicano, ya fuera a través de la UGT o del propio partido, se desvaneciera en cuanto se inició el conflicto?

R. En una guerra se impone siempre la facción que se mantiene unida y que defiende una posición firme. Lo que ocurrió con los socialistas fue que estaban divididos entre una facción de izquierda y otra de centro, y los debilitaron las rencillas internas.

P. La división, sin embargo, no fue cosa exclusiva de los socialistas...

R. Dentro de la República convivían posturas, ideas y objetivos muy diferentes. En el bando nacional, todos eran conservadores, todos eran centralistas, todos eran autoritarios. Entre los otros, en cambio, había centralistas y autonomistas, partidarios de un Estado fuerte y partidarios de que no hubiera Estado, había moderados y extremistas... Convivían posturas distintas que tenían ideas diferentes de la guerra.

P. ¿Cómo pudo crearse entonces un ejército que fuera eficaz frente al enemigo?

R. Ésa fue una de las contradicciones que se dio en el seno de la República. Había que crear un ejército, pero los anarquistas, que eran una de las fuerzas más entregadas a la hora de combatir contra el fascismo, no querían saber nada de una organización militar. El éxito inicial de las milicias, que detuvieron la rebelión en diferentes lugares, produjo un grave equívoco. Muchos consideraron que la organización miliciana era el ideal al que se tenía que aspirar, y no entendieron que había sido eficaz sólo en un contexto y unas condiciones muy específicas. En el caos inicial y cuando el Gobierno había sido superado por las circunstancias.

P. Las suspicacias de los anarquistas hacia los comunistas, y viceversa, no se disiparon a lo largo de todo el conflicto...

R. Eran dos facciones que se odiaban y que tenían formas muy distintas de ver la guerra, pero que compartían un enemigo común. Pero los anarquistas siempre sospechaban de los comunistas cuando maniobraban para tener más poder en la cúpula militar. Fueron los comunistas los grandes defensores de la necesidad de un ejército y los que influyeron más en la elaboración de las estrategias de la República, ya fuera por la presencia del armamento soviético, ya fuera por el peso de los asesores militares rusos. Y lo que querían era un ejército convencional en un Estado convencional.

P. ¿Y eso qué significados tuvo en el desarrollo de la contienda?

R. Las operaciones militares en el conflicto español fueron una mezcla de las que hubo durante la Gran Guerra y las que tendrían lugar durante la Segunda Guerra Mundial. En el caso republicano, a finales de octubre se ensayó en Seseña un nuevo tipo de maniobra con los tanques soviéticos recién llegados. Se agruparon como punta de lanza para romper las defensas enemigas, y la infantería debía llegar inmediatamente después para rematar la faena. Pero las tropas de Líster se retrasaron y el ataque resultó fallido. Frente a esa maniobra, basada en la movilidad, se impuso al final un modelo más próximo al anterior conflicto. Grandes unidades, dispersión de los tanques a lo largo de un amplio frente, avances en campo abierto sin accidentes geográficos que sirvieran de protección. Y fue ahí donde los republicanos eran más frágiles, por la superioridad aérea y artillera de los nacionales.

P. ¿Fue entonces ese modelo el que resultó ineficaz?

R. Desde la ofensiva que los republicanos realizaron en La Granja a finales de mayo de 1937 pudieron saber que, gracias al petróleo que recibían de los estadounidenses, las tropas franquistas se podían desplazar sin mucha complicación de un lado a otro, y pudieron comprobar, también, lo letales que resultaban su aviación y su artillería. Pero los mandos republicanos, educados en la escuela francesa que procedía de la Gran Guerra, y los asesores soviéticos seguían convencidos de la eficacia de un modelo de grandes unidades que realizan ambiciosas ofensivas. Creían que, para ganar la guerra, hacía falta realizar ofensivas. Sin embargo, eran más eficaces cuando se defendían o cuando se enfrentaban en terrenos más protegidos, no en campo abierto.

P. ¿Cómo pudo entonces durar tanto la guerra?

R. Por el empecinamiento de los franquistas en no terminar el conflicto cuando pudieron hacerlo, y por la bravura y heroísmo de los soldados republicanos.

P. ¿Fue distinto en ambos bandos el afán de derrotar al enemigo?

R. En una guerra civil, la labor de la propaganda y el odio que desencadena es brutal. Luego está el miedo. El odio es el combustible y el miedo, el detonador. De pronto, aquellos que parecían pacíficos se baten llenos de ira. En los primeros meses de la guerra, ambos bandos actuaron con crueldad matando a miles de inocentes. Los republicanos intentaron poner orden en sus filas y evitar la barbarie. Los militares rebeldes, en cambio, alentaron el horror. Fueron inmisericordes, y la guerra la ganaron los que no tuvieron piedad.Antony Beevor (Londres, 1946) publicó la primera versión de su libro La Guerra Civil española, que no se tradujo en España, en 1982. Lo ha reescrito, modificándolo profundamente, y acaba de aparecer en Crítica. "Se han abierto muchos archivos desde entonces -los soviéticos, los alemanes, incluso muchos españoles- que han enriquecido mucho la información que se tiene sobre el conflicto", comenta este historiador británico, que, con una gran capacidad narrativa, ha sabido combinar el análisis de las grandes cuestiones de la historia con las experiencias de los que la padecieron. Lo hizo en Stalingrado; Berlín. La caída, 1945; La batalla de Creta; París después de la liberación: 1944-1949 y El misterio de Olga Chejova (todos en Crítica).

"Es muy difícil para las generaciones actuales, con un sentido de la vida tan individualista, entender la realidad de aquellos hombres y mujeres que se vieron envueltos en una situación que les exigió tomar partido, y que no pudieron evitar un destino que les impusieron fuerzas que no controlaban", explica Beevor, antiguo oficial del ejército regular británico, refiriéndose a la Guerra Civil que llenó España de cadáveres entre 1936 y 1939.

Pregunta. ¿Cómo era el mundo cuando estalló la guerra?

Respuesta. Era un momento de ideologías muy polarizadas y de una gran actividad propagandística. El centro era muy vulnerable y resultaba imposible establecer un compromiso entre las fuerzas extremas. En ese contexto, tanto la izquierda como la derecha se embarcaron en la tarea de deshumanizar al enemigo a través de intensos mensajes que desacreditaban al rival. De un lado, el triunfo de la revolución bolchevique; de otro, el ascenso del nazismo y del fascismo. Y ese afán de desencadenar el odio para movilizar a los adeptos de cada uno de los bandos.

P. En ese contexto llega la República a España. ¿Qué márgenes de maniobra tenían sus dirigentes?

R. Muy limitado. La República triunfó en España en un momento extremadamente delicado. Acababa de producirse la gran crisis económica de 1929 y crecía día a día el número de desempleados. El nuevo régimen no podía, por tanto, satisfacer las aspiraciones de la gente que lo había apoyado. Se produjo, además, una trágica paradoja: los liberales de centro-izquierda que gobernaban no tenían otra alternativa, ante una derecha tremendamente inmovilista, que apoyarse en los movimientos de extrema izquierda. Pero, aunque quisieran, no podían satisfacer sus demandas. Además, las reformas que la República pretendió llevar a cabo en unos cuantos años se habían llevado a cabo en otros países a lo largo de periodos de tiempo mucho más dilatados.

P. ¿Qué ocurrió entonces para que la rebelión de los militares no se impusiera sin problemas?

R. Los generales rebeldes eran muy arrogantes y daban por sentado que se impondrían sin problemas, y no supieron planificar bien el golpe. Contaban que Barcelona caería sin problemas y, desde allí, si las cosas no habían salido bien en Madrid, el avance se podía producir sin muchos contratiempos. No contaban con la movilización de las organizaciones sindicales y con su capacidad de resistencia.

P. ¿A qué se debió que el rotundo peso de los socialistas dentro del bando republicano, ya fuera a través de la UGT o del propio partido, se desvaneciera en cuanto se inició el conflicto?

R. En una guerra se impone siempre la facción que se mantiene unida y que defiende una posición firme. Lo que ocurrió con los socialistas fue que estaban divididos entre una facción de izquierda y otra de centro, y los debilitaron las rencillas internas.

P. La división, sin embargo, no fue cosa exclusiva de los socialistas...

R. Dentro de la República convivían posturas, ideas y objetivos muy diferentes. En el bando nacional, todos eran conservadores, todos eran centralistas, todos eran autoritarios. Entre los otros, en cambio, había centralistas y autonomistas, partidarios de un Estado fuerte y partidarios de que no hubiera Estado, había moderados y extremistas... Convivían posturas distintas que tenían ideas diferentes de la guerra.

P. ¿Cómo pudo crearse entonces un ejército que fuera eficaz frente al enemigo?

R. Ésa fue una de las contradicciones que se dio en el seno de la República. Había que crear un ejército, pero los anarquistas, que eran una de las fuerzas más entregadas a la hora de combatir contra el fascismo, no querían saber nada de una organización militar. El éxito inicial de las milicias, que detuvieron la rebelión en diferentes lugares, produjo un grave equívoco. Muchos consideraron que la organización miliciana era el ideal al que se tenía que aspirar, y no entendieron que había sido eficaz sólo en un contexto y unas condiciones muy específicas. En el caos inicial y cuando el Gobierno había sido superado por las circunstancias.

P. Las suspicacias de los anarquistas hacia los comunistas, y viceversa, no se disiparon a lo largo de todo el conflicto...

R. Eran dos facciones que se odiaban y que tenían formas muy distintas de ver la guerra, pero que compartían un enemigo común. Pero los anarquistas siempre sospechaban de los comunistas cuando maniobraban para tener más poder en la cúpula militar. Fueron los comunistas los grandes defensores de la necesidad de un ejército y los que influyeron más en la elaboración de las estrategias de la República, ya fuera por la presencia del armamento soviético, ya fuera por el peso de los asesores militares rusos. Y lo que querían era un ejército convencional en un Estado convencional.

P. ¿Y eso qué significados tuvo en el desarrollo de la contienda?

R. Las operaciones militares en el conflicto español fueron una mezcla de las que hubo durante la Gran Guerra y las que tendrían lugar durante la Segunda Guerra Mundial. En el caso republicano, a finales de octubre se ensayó en Seseña un nuevo tipo de maniobra con los tanques soviéticos recién llegados. Se agruparon como punta de lanza para romper las defensas enemigas, y la infantería debía llegar inmediatamente después para rematar la faena. Pero las tropas de Líster se retrasaron y el ataque resultó fallido. Frente a esa maniobra, basada en la movilidad, se impuso al final un modelo más próximo al anterior conflicto. Grandes unidades, dispersión de los tanques a lo largo de un amplio frente, avances en campo abierto sin accidentes geográficos que sirvieran de protección. Y fue ahí donde los republicanos eran más frágiles, por la superioridad aérea y artillera de los nacionales.

P. ¿Fue entonces ese modelo el que resultó ineficaz?

R. Desde la ofensiva que los republicanos realizaron en La Granja a finales de mayo de 1937 pudieron saber que, gracias al petróleo que recibían de los estadounidenses, las tropas franquistas se podían desplazar sin mucha complicación de un lado a otro, y pudieron comprobar, también, lo letales que resultaban su aviación y su artillería. Pero los mandos republicanos, educados en la escuela francesa que procedía de la Gran Guerra, y los asesores soviéticos seguían convencidos de la eficacia de un modelo de grandes unidades que realizan ambiciosas ofensivas. Creían que, para ganar la guerra, hacía falta realizar ofensivas. Sin embargo, eran más eficaces cuando se defendían o cuando se enfrentaban en terrenos más protegidos, no en campo abierto.

P. ¿Cómo pudo entonces durar tanto la guerra?

R. Por el empecinamiento de los franquistas en no terminar el conflicto cuando pudieron hacerlo, y por la bravura y heroísmo de los soldados republicanos.

P. ¿Fue distinto en ambos bandos el afán de derrotar al enemigo?

R. En una guerra civil, la labor de la propaganda y el odio que desencadena es brutal. Luego está el miedo. El odio es el combustible y el miedo, el detonador. De pronto, aquellos que parecían pacíficos se baten llenos de ira. En los primeros meses de la guerra, ambos bandos actuaron con crueldad matando a miles de inocentes. Los republicanos intentaron poner orden en sus filas y evitar la barbarie. Los militares rebeldes, en cambio, alentaron el horror. Fueron inmisericordes, y la guerra la ganaron los que no tuvieron piedad.

Antony Beevor, ayer en Madrid.
Antony Beevor, ayer en Madrid.GORKA LEJARCEGI
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José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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