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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una década orgiástica

Moteros tranquilos, toros salvajes cuenta una historia eterna: cómo llegaron los bárbaros y arrasaron. Y la coda obligada: de qué modo fueron domesticados o corrompidos por los vencidos. Los invasores de Biskind conquistaron un Hollywood gerontocrático y tambaleante. Dentro estaba la quinta columna, renegados como Dennis Hopper, Peter Fonda, Jack Nicholson, Al Ashby, Robert Altman y Warren Beatty; se les unieron intrusos y visionarios, ratas de filmoteca o aplicados estudiantes: Martin Scorsese, Brian de Palma, George Lucas, Peter Bodganovich, Terry Malick, Bob Rafelson, Francis Coppola, Paul Schrader.

Todos ellos asumían que Hollywood era un cadáver andante, que había perdido su hegemonía estética ante el cine europeo, cuyas enseñanzas pretendían incorporar (de hecho, los estudios ficharon a realizadores como Roman Polanski, Antonioni, Louis Malle, Milos Forman). En mayor o menor grado, se sentían deudores de una contracultura que, catalizada por el drama de Vietnam y el movimiento hippy, estaba modificando el panorama social: Estados Unidos se polarizó, una confrontación resuelta mediante concesiones, una secreta represión y fuerza bruta, con soldados de la guardia nacional matando a manifestantes en la Universidad de Kent. Igual que en el delta del Mekong pero mucho más eficaz.

MOTEROS TRANQUILOS, TOROS SALVAJES

Peter Biskind

Traducción de Daniel Najmías

Anagrama, Barcelona, 2004

671 páginas. 23,75 euros

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Una mirada cruel

El Nuevo Hollywood no se implicó directamente en las refriegas, aparte de algún caso de apoyo económico y logístico a los Black Panthers. En su edición original, de 1998, el subtítulo del libro era Cómo la generación del sexo-drogas-y-rock and roll salvó a Hollywood. Biskind se deleita describiendo excesos babilónicos y la atmósfera de venalidad consentida. Aquellos actores, directores y productores rebeldes reclamaron todos los privilegios que la gente del cine considera como derecho de nacimiento. Rodando Apocalypse now en Filipinas, Coppola montó un puente aéreo con San Francisco que le permitía disfrutar de alimentos frescos, los mejores vinos, vajillas de Tiffany y conejitas de Playboy: el estilo de vida del imperial US Army llevado al extremo.

Hollywood toleró todo: los des-

pilfarros, los escándalos, los divorcios, los arrestos. Potentes abogados y hábiles engrasadores sacaban de líos a los genios hedonistas. Sólo hubo pánico cuando Charles Manson ordenó la matanza en la casa de Polanski y se evidenció que también los monstruos pastaban con el rebaño de la paz y el amor. Hollywood puso la alfombra roja a insumisos que generaban películas altamente rentables: Bonnie y Clyde (1967), Easy rider (1969), Mi vida es mi vida (1970), Contra el imperio de la droga (1972), El padrino (1972), El exorcista (1973), American graffiti (1973), Tiburón (1975), Shampoo (1976), Taxi driver (1976). Además, daban prestigio: conquistaban premios en festivales, se asomaban a las portadas de Time. Tan interesada relación entre dinero y talento se pudrió a finales de los setenta, cuando los costos se dispararon, los rodajes se convirtieron en epopeyas y cada montaje final era una lucha a muerte.

Los intentos de los realizadores para asociarse y resistir el tirón fueron inútiles. La megalomanía de Coppola, los encoñamientos de Bodganovich, la flaqueza de Scorsese, la arrogancia de Altman fueron clavos extras en el ataúd. La taquilla ya no respondía a propuestas rompedoras y la catástrofe de La puerta del cielo, de Cimino, señaló el final de la fiesta. Sólo quedaron en pie Spielberg y Lucas (retirado de la realización, nadando en el oro que generan las franquicias de La guerra de las galaxias). Coppola, Scorsese, De Niro son ahora mercenarios, que cada equis años cuelan proyectos personales. Otros lo llevan peor, atascados en la lista negra, malditos para siempre.

El tomo de Biskind sabe a ceniza y derrota: Hollywood se recicló como factoría de blockbusters descerebrados que proclaman su presupuesto como argumento de promoción, alardes de ruido y vaciedad que copan aquellos minicines que los insurgentes de los setenta creían ventanas para la diversidad. No obstante, también acoge a francotiradores que han aprendido de las lecciones de sus ambiciosos predecesores: Tarantino, Tim Burton, los Coen, Jonathan Demme, Lynch, Eastwood, Sofia Coppola se mantienen con cierta comodidad. Hasta Biskind ha prosperado: Moteros tranquilos, toros salvajes es ahora un documental de dos horas. Y en su último libro, Down and dirty pictures, aplica su lanzallamas al sector del cine independiente, para desdicha de Sundance y Miramax.

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