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El Manchester triunfa en un minuto glorioso

El equipo inglés le dio la vuelta al marcador en el tiempo añadido y después de que el Bayern enviara dos balones al poste

Santiago Segurola

Un minuto glorioso, quizá el más dramático que jamás ha visto la Copa de Europa, llevó al Manchester de la derrota a una victoria colosal por su significado, por el fragor que provocó, por el brutal impacto que tuvo sobre el Bayern y su hinchada, que se consideraban ganadores de la final a falta del último aliento. No tenían dudas de su triunfo después de su esforzada defensa de la ventaja que había tomado el equipo alemán en el puro arranque del encuentro. Pero el fútbol tiene una parte indescifrable, que va mucho más lejos de la lógica o de los méritos de cada cual. Por una vez, el fútbol alemán tuvo que tragarse el sapo de una derrota en el último minuto, ellos que tantas veces han dado boleta a los partidos cuando no hay tiempo ni manera. Son guiños de algo que no es otra cosa que un juego, y eso tiene de maravilloso, por su capacidad para provocar emociones imprevistas e intensísimas.

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Cómo podría pensar el Bayern en una derrota cuando había defendido con firmeza su ventaja inicial, cuando había llevado al Manchester a un clima de ansiedad que parecía invencible para los ingleses, cuando habían rematado al palo en dos ocasiones, producto de un partido que se había roto y que, sin duda, parecía destinado al gran palmarés del equipo alemán. Pero todo cambió de forma instantánea, en el minuto final, con dos suplentes como protagonistas. Ya sólo se oían los cánticos de la hinchada del Bayern cuando Sheringham metió la puntera en una jugada confusa, medio disparatada, como todo lo que sucedió en ese minuto indescriptible. Estalló la afición del Manchester, satisfecha por un empate que terminaba con la agonía de un partido dificilísimo para su equipo. Aquello sólo fue el preludio de un momento que pervivirá en la historia de la Copa de Europa. Porque ese córner sacado con la maestría habitual por Beckham pilló a la defensa del Bayern en estado de conmoción. No se habían recuperado del impacto del empate y nadie marcó a Sheringham, que prolongó hacia el segundo palo, donde Soljskaer metió la puntera ante la pasividad de los zagueros. Nadie supo si aquello era realidad o ficción, porque aquel instante desbordó cualquier previsión de los jugadores o los aficionados. Pero la pelota entró, y los jugadores del Manchester corrieron a celebrarlo con un entusiasmo escandaloso. Y en el otro lado, los jugadores del Bayern no encontraban explicación para una catástrofe sorprendente. Tirados sobre el césped, presos de una terrible perplejidad, querían pensar que aquello sólo constituía un mal sueño. Pero no era así. El Manchester se había alzado con la Copa después de 31 años de larga espera. Lo había hecho en un minuto glorioso, el último de un partido emotivo pero discreto hasta aquel momento eléctrico.El Manchester acababa de completar una temporada incomparable. Los tres grandes títulos (Liga, Copa y Copa de Europa) eran suyos, y ninguno procuraba tanta satisfacción al equipo y su gente como éste.

El Bayern había salido a jugar con un gol de ventaja, obtenida en el tiro libre que transformó Basler en el arranque del partido. Antes de que el duelo comenzara a cobrar matices, ya estaba casi todo dicho. El Bayern decidió administrar el tanto con un fortísimo aparato defensivo. El interés del equipo alemán radicaba exclusivamente en la fiabilidad de sus marcajes. Lo demás quedó reducido a un ejercicio de resistencia y desgaste sobre un rival que pagó muy caras las ausencias de Keane y Scholes. Al primero, por presencia. Al segundo, por su inteligencia. Las dos bajas provocaron una discutible decisión de Ferguson, que trasladó a Beckham del ala derecha al eje del equipo. No hubo duda sobre la actividad de Beckham en el juego. Fue el mejor del Manchester en todos los aspectos, por participación, por clase, por claridad. Pero en el balance de pérdidas y ganancias, su equipo salió dañado. Giggs, un excelente extremo izquierda, jugó en el costado derecho, contra su perfil natural. Y en el otro lado, Blomquist se borró de manera descarada. Sin capacidad para proyectarse por las dos bandas, el Manchester facilitó las cosas al Bayern, tapadísimo en su campo y con el ojo puesto en los espacios que dejaban los ingleses en su ansioso despliegue.

El cambio de Blomquist por Sheringham era irremediable. Con Sheringham, el Manchester ofrecía al Bayern la posibilidad de un partido roto, con todos los beneficios posibles para el equipo alemán, que estuvo muy cerca de dar el finiquito a los ingleses en dos remates al palo. Pero el Manchester aceptó ese problema. Quería que el encuentro sólo se jugara en las dos áreas. Entró Solskjaer para hacer más redundante esa cuestión. Con tres delanteros, y Giggs y Beckham en los extremos, el Manchester apretó hasta el final, con la fe de los que saben que el fútbol es un juego. Convencido, en fin, de que en un minuto hay lugar para lo impensable. Para la gloria.

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