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Berger: "Goya sería un fotógrafo comprometido"

El autor británico asiste en Zaragoza al estreno, mundial de su obra sobre el pintor

Alfonso Armada

El escritor John Berger es una fuerza tranquila. Mira con sus ojos azules como miraría un toro muy humano: capaz de usar del marxismo y la poesía, de la ternura y el sexo, de la inteligencia y la memoria para que el estado de las cosas no sea una condena. Ayer asistió al estreno mundial en Zaragoza de la obra de teatro que escribió con Nella Bielski, El último retrato de Goya, representada por la compañía Teatro de la Estación. Para Berger, "si Goya viviera hoy sería un fotógrafo comprometido", y al decirlo piensa en los que se juegan la piel y algo más en lugares como Sarajevo, Kabul o Monrovia.

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Después de escribir con Bielski, una escritora rusa, una pieza sobre el gulag (Cuestión de geografía), Berger eligió a Goya como la materia teatral que ayer cobró vida en Zaragoza, porque "el teatro no es sólo algo que se escribe". Hace nueve años Berger recorrió Fuendetodos, la tierra natal del pintor, aunque entonces no pudo visitar su casa, cerrada, Zaragoza y Madrid. El regreso ha sido enriquecedor: no sólo la casa de Goya estaba abierta a los enamorados de un pintor apasionado y compasivo, sino que tanto Berger como Bielski han pasado las dos últimas madrugadas haciendo los últimos ajustes y reescrituras con los actores dirigidos por Rafael Campos. ¿Por qué Goya? "La respuesta es quizá banal. Goya siempre ha sido un pintor al que he admirado desde que tenía 14 años, que me hablaba a mí como hablaba a miles de personas. Y cuando me hice pintor estudié su pintura a fondo. Pero la segunda razón es que no quería hacer una biografía en el teatro: Goya tiene muchísimo que ver con nuestro tiempo. Recuerdo que hace veinte años escribí que si Goya viviera hoy día sería quizá un fotógrafo o un' cineasta comprometido. Goya es increíblemente contemporáneo, terriblemente contemporáneo, desafortunadamente", dice Berger, y al decirlo se refiere a un sufrimiento y a un dolor que no sólo no han terminado, sino que parecen extenderse sin cesar. "La idea de la obra era saber en qué medida Goya tenía que ver con nuestro mundo".Uno de los cuadros más modernos y más sobrecogedores de Goya, Perro semihundido, ilustra la edición de Alfaguara de El último retrato de Goya. Es uno de los cuadros que más han perturbado a Berger, original y lúcido crítico de arte, con libros que ayudan no sólo a ver, sino a vivir, como El sentido de la vista. Para Berger, un cuadro como el del perro es inconcebible antes de Goya. "Después, por supuesto. El perro llega desde la oscuridad justo para encontrarte a ti sin haberlo oído antes. Te das la vuelta y está ahí. Estuvo muy presente en nosotros". Y hace un alto para pensar y decir: "El problema cuando quieres contar algo no es tanto encontrar la historia, sino la voz que debe narrar la historia", una voz tan estremecedora como el ciego griego que relata la historia de Hacia la boda, una no vela en la que Berger no sólo habla del sida, sino de cómo vencer la corriente del sida venciendo la corriente de un río. "Desde Hacia la boda quería escribir acerca de la gente que vive en las calles, y no encontraba la voz, y hace unos meses, de repente, me di cuenta de que esta historia tenía que ser con tada por un perro. Este perro está muy conectado con el perro de Goya, tal vez es un hermano del perro de Goya".

El poder

El autor de Puerca tierra -una novela capital sobre nuestro tiempo y la quiebra de la memoria del campesinado-, que no idealiza en absoluto a los campesinos, que sabe que pueden ser astutos y crueles, admira de ellos no sólo su orgullo, sino su manera de integrar la muerte en el ciclo de su vida y de su memoria, y los contrapone al hombre actual, y sobre todo a los que ocupan el poder, "a los que toman decisiones en el mercado global, para los que no hay pasado y la muerte no importa". Berger descubrió pronto, cuando empezaba a pintar iluminado por tipos como Goya o Caravaggio, que no quería "tener nada que ver con los que ejercen el poder". Berger abandonó hace décadas el Reino Unido porque no lo sentía su hogar, y desde hace años vive como un campesino en un pueblecito de la alta Saboya. Sus manos son un testimonio de su cambio de vida, manos de artista y manos de labriego. No abandonó Londres, como Joyce Dublín, porque la patria le ahogara. Tiene su forma de relatar el lugar que ocupa en el mundo: "Mi abuelo vino de Trieste; mí primera esposa era rusa, nacida en China; tuvimos dos hijos: Katia, casada con un griego, vive en Atenas, y Jakob, casado con una mujer nacida en Barcelona. Tras mi separación, me uní a una estadounidense, con la que he tenido un hijo, que tiene veinte años, nacido en Francia y que es completamente francés ". Berger tiene un pelo blanco ensortijado sobre el que se ven las chispas que brotan de su cabeza cuando se toma su tiempo, en ardiente silencio, para formar sus pensamientos. Nacido en Londres hace setenta años, su juventud está precisamente en el vigor y la radicalidad de su inteligencia y en, como lo definió Eduardo Haro Tecglen, que es "un hombre fuerte y bondadoso al mismo tiempo".Berger ama a pensadoras claves del siglo XX como Simone Weil o Hannali Arendt, y en ese sendero de luz clava una de las tareas del novelista, del escritor: ponerse en el lugar del otro. "Cada vez que se comete un acto deliberado de violencia social o étnica comienza algo en la cabeza del que lo hace, del que lo comete, y eso arranca con la simple fórmula de que él o ella no es como yo, ellos no son como nosotros. Esa es la formulación de diablo. Los escritores no pueden hacer mucho. La escritura no es una acción directa en el mundo político, pero pueden prevenir al lector para resistirse a esa fórmula diabólica".

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