“Mis hijos tomaban el pecho en el Calderón”
Tres generaciones de una familia, abuelo, hijos y nietos, relatan para el El País sus recuerdos y el significado en sus vidas del estadio que despiden
Camilo López (81 años) se adentra en el Vicente Calderón acompañado de dos de sus hijos, Belén (46) y Gonzalo (38) y cuatro nietos, María (16), Alex (11), Julio (6) e Itziar (3). Una hija más y otros dos nietos no han podido acudir a la cita. En la solapa de su traje, Camilo luce una insignia del club que le cautivó desde pequeño en su Galicia natal. “Subíamos a San Vicente, una aldea de Lugo, para escuchar los partidos por la radio. No había ni luz ni agua y le pedíamos de rodillas a un amigo de mi padre que nos enchufara la radio que había traído mi hermano de Barcelona”.
Lo primero que hace Camilo, que idolatra “la elegancia de Gárate”, es mostrar orgulloso los 12 abonos que representan a las a tres generaciones de atléticos que han sentido los colores rojiblancos en el estadio al que el Atlético echa el cierre oficial a 50 años de historia. Al borde del terreno de juego, se le abrillantan los ojos cuando mira al graderío del fondo sur. “Desde allí vi el primer partido del Atlético en el Calderón. El gol de Luis Aragonés, el primero en este estadio. Luego nos empató, este del Valencia… Paquito, Paquito”.
Mientras el abuelo habla, los cuatro chiquillos corretean por el graderío. Dos de ellos juegan en la Academia del Atlético. “De los seis nietos, cinco han nacido en el mismo hospital. Allí le conocían por el abuelo del Atleti porque antes de que salieran de nuestra barriga él llegaba con los trajecitos con su nombre y nos los colgaba a mi hermana y a mí enfrente de las camas del hospital”, relata Belén. “Así veían los colores rojiblancos nada más abrir los ojos y ya se les quedan grabados, que eso lo sé yo”, intercede Camilo. “En agosto de 2013 fue al Calderón a hacer socia a mi hija Itziar, que aún no había nacido”, interviene Gonzalo.
La pregunta para Camilo es inevitable, ¿cómo pueden ser todos los hijos y nietos del Atlético? “Siempre digo que las cigüeñas que traían a los niños paraban antes en el Calderón”, responde con una sonrisa pícara. “Mis amigas me preguntan por qué somos tan del Atleti. Literalmente mis hijos han mamado en el Calderón, y los hijos de mi hermana igual. A veces, nos coincidían las tomas de pecho durante los partidos”, asegura Belén, reafirmada en el sentimiento rojiblanco en sus años de colegiala, como la gran mayoría de los niños, por inferioridad numérica manifiesta con los madridistas: “Iba a un colegio a 500 metros del Bernabéu y mis compañeras eran todas del Madrid. Ahora, yo luchaba contra las 30”. “Yo, lo mismo, toda la vida sufriendo y defendiendo al Atlético hasta que palmemos”, dice Gonzalo, cuyos primeros recuerdos con uso de razón le trasportan al Calderón en la mitad de los años ochenta: “Fillol, Marina, Landáburu, Arteche… Los partidos eran a las cinco de la tarde y después, a las siete y media, jugaba el Atlético Madrileño. Mi padre aparcaba en la M-30 y cuando nos íbamos, el coche estaba solo en el medio y o le habían roto un cristal, o le habían robado la radio robado la radio o le habían multado. ‘No pasa nada, el Atlético ha ganado’, nos decía. Después, calamares y oreja en el Gago de Bravo Murillo y a casa”. “Nunca he impuesto que sean del Atlético, soy una persona democrática”, asegura Camilo antes de pasar a relatar un trasvase en la familia al Madrid que no impidió: “Mi ahijado venía conmigo al palco del Calderón con su traje de Gárate y todo, pero estudiaba en los Agustinianos, también cerca del Bernabéu. Del Atlético no se juntaban ni tres niños para jugar. El día de su comunión me pidió que le hiciera socio del Madrid. Se lo pedí a Zoco, amigo mío, que en paz descanse, y me hizo el favor”. “Para mi padre fue un palo”, afirma Belén. “Y qué le vas a hacer”, se resigna Camilo. “En todas las familias hay ovejas blancas”, bromea Gonzalo.
"Dejar el Calderón va ser muy duro. Esta es nuestra segunda casa. Me da mucha pena”, dice Belén. “Este estadio lo llevo dentro porque son 50 años, pero yo soy un tío rompedor, y si hay que avanzar, hay que avanzar. Ya hay 50.000 abonados para el nuevo estadio y es una gloria. Si es para mejorar no hay sentimientos, es como cuando los jugadores se van, hay que admitir lo que hay”, interpela Camilo, que incluso llegó a ser directivo del club en la época del doblete bajo la presidencia de Jesús Gil y Gil. “Lo tuve que dejar porque tenía que atender mis negocios y había que darles de comer estos”, afirma señalando a sus hijos.
Uno de esos primeros negocios llevó a Camilo a trabar amistad con Santiago Bernabéu: “Él vivía en la calle Velázquez y venía a una tienda que yo tenía para comprar chicles de menta muy fuertes para quitarse el fuerte olor a puros cuando hablaba con los jugadores. Recuerdo que me decía. ‘Si yo tuviera la misma afición que mi amigo Vicente (Calderón)’. Ellos perdían un partido y ya había chiflos y aquí aguantamos y somos felices”. La reflexión de Camilo entronca con la actualidad más reciente, con la cuestionada sonrisa con la que Simeone compareció ante los medios tras caer eliminado en las semifinales de la Champions y con el lema con el que la hinchada del Atlético respondió al tifo del Bernabéu. “No lo pueden entender”, zanja Belén. Los negocios también llevaron a Camilo a abrir un restaurante cerca del estadio del vecino y desde allí mismo inició una evangelización para captar socios con un cartel a las puertas del local. “Eso es ser del Atlético”, concluye.
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