Nadal funde a Nishikori
El español eleva su juego para batir al nipón (6-4 y 6-3). En semifinales, Djokovic (doble 7-6 a Tsonga)
Ese brazo victorioso meneándose en forma de serrucho, en dirección al box de su equipo, dice mucho. Hablaba de un campeón que no solo acababa de firmar el pase a las semifinales de Indian Wells, después de fundir a Kei Nishikori (6-4 y 6-3, en una hora y 33 minutos), sino de un hombre que tras un largo periodo de lucha interior va reconociéndose poco a poco ante el espejo. Tenía motivos Rafael Nadal para sonreir y celebrar el triunfo como hacía tiempo que no lo hacía, pues acababa de completar uno de sus mejores partidos de este curso, ante el número seis, y de superar el listón (los cuartos) que hace un año fue infranqueable para él en ese escenario donde el sol cae sin clemencia.
En un ambiente seco, a 33º de combustión desértica y californiana, Nadal ofreció trazos optimistas y ahora chocará con el inmenso Novak Djokovic (doble 7-6 a Jo-Wilfred Tsonga). Si en los duelos previos progresó a base de oficio (intermitencia contra Fernando Verdasco) y de un ejercicio de fe (bola de partido en contra con Alexander Zverev), esta vez mostró un repertorio argumental mucho más amplio. Venció y convenció el español, que en una semana de turbulencia mediática, en la que Indian Wells y el tenis habían quedado relegados a un segundo plano, obliga de nuevo a mirar hacia la pista y a subrayar la mejoría. Porque, en un contexto adverso, Nadal ha sido capaz de abstraerse y canalizar toda su energía a través de la raqueta.
Frente a Nishikori, un jugador de lo más incómodo, el balear se mimetizó con la meteorología de Palm Springs y entró en calor. Si en los dos choques anteriores del torneo fraguó sus victorias desde la resistencia, en esta ocasión fue el que llevó la iniciativa y decoloró a un adversario que llegó a lanzar su herramienta contra el cemento y que punto tras punto se quitaba la gorrilla y rebuscaba en el interior, como si allí fuese a encontrar la solución. Pero no, de ningún modo. Nadal le anuló con un mejunje de tiros profundos y cambios de alturas, a base de fiabilidad (16 errores no forzados de uno y 26 del otro) y un porcentaje de primeros servicios (88%) que se convirtieron en un imposible para el japonés.
Y eso que abrió fuego primero el nipón, con una rotura al tercer juego del partido. Eléctrico y veloz, como un jugador de videojuego, Nishikori es capaz de indigestar a cualquiera, pero esta vez Nadal supo replicar y transformar la inercia. Desde ese 1-3 a favor del japonés, el de Manacor se alzó y firmó una serie de 8-1 a su favor, con la que se adjudicó el primer parcial y allanó el segundo. Encontró una respuesta tímida, en forma de break, pero no titubeó lo más mínimo y asfixió al jugador que medio año atrás, en agosto, le había superado en Canadá; entonces, sobre cemento, 6-2 y 6-4 para la bala de Michael Chang.
Su bola gana fuerza con el calor californiano. Y él, irreductible, dio por fin un paso adelante
Alcanzó de este modo Nadal las semifinales, un botín minimo de 360 puntos para el ranking y desprendió muy buenos pálpitos. En curvatura ascendente y en franca evolución, de la mente al cuerpo y viceversa, Nadal se pareció más a ese Nadal himalayesco de los viejos tiempos. Triple campeón en Indian Wells (2007, 2009 y 2013), su bola gana fuerza conforme sube la temperatura en California. Y él, irreductible donde los haya, dio por fin un paso adelante.
En su horizonte se interpone ahora un resalto gigantesco: el totémico Novak Djoker Djokovic. Entre ambos totalizan nada más y nada menos que 47 enfrentamientos, el gran clásico. Del primero (2006, Roland Garros) al último (2016, Doha), un margen cronológico de 10 años. Cinco triunfos en los últimos cinco careos para el actual número uno, que no cede ante el ganador de 14 grandes desde aquella final 2014 en la arena de la Philippe Chatrier. Difícil, dificilísimo, casi una utopía para una mayor parte de la audiencia tenística. Pero, ¿acaso dijo alguien que esto iba ser fácil?
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