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Reportaje:REPORTAJE

El Dandi y la millonaria

Antonio Jiménez Barca

Una tarde, el fotógrafo artista le confesó a su anciana amiga millonaria:

-Nuestra amistad es azul, como este cuadro de Matisse.

-Pues quédatelo, François-Marie.

François-Marie es François-Marie Banier, un inclasificable parisiense de 61 años que es pintor, escritor y fotógrafo. Que también es un inteligentísimo vividor, un profesional del diletantismo con un marcado sentido de la oportunidad, hábil y decidido a la hora de acercarse a los más poderosos, a los más famosos y a los más ricos. Para algunos es el caradura con más puntería de los últimos años. Para otros, un artista que jamás ha aceptado rendirse a las convenciones con un talento seductor innegable.

Ella es Liliane Bettencourt, la mujer más rica de Francia, la (hasta ahora) discreta única heredera del imperio de cosméticos L'Oréal fundado por su padre a principios del siglo XX. Está algo sorda, se lleva muy mal con su hija, que vive en el palacete de al lado, cerca de París, y la tarde del episodio del cuadro de Matisse tenía más de 80 años y 17.000 millones de euros, según cálculos algo antiguos de la revista Forbes.

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La amistad entre estos dos personajes tan distintos se hizo pública hace un mes y medio de la manera más escandalosa posible. La hija de la anciana, la también hija única Françoise Bettencourt-Meyers, denunció a Banier por aprovecharse de la, a su juicio, evidente debilidad mental de la madre. Según la denuncia, entre 2001 y 2007, Bettencourt ha entregado al fotógrafo casi mil millones de euros en forma de voluminosos cheques indiscriminados, regalos suntuosos, obras de arte a discreción, cuadros de Picasso, de Braque, de De Chirico (el azul de Matisse), o de seguros de vida. De modo que el artista ha pasado, él también, a pertenecer a la selecta lista de las personas más ricas de Francia gracias exclusivamente a su benefactora.

LA POLICÍA ESPECIALIZADA en delitos económicos encargada del caso, además de a Banier, ha interrogado ya a los empleados de Bettencourt y al personal de su casa para conocer la naturaleza última de la relación. El semanario Le Point reveló hace unas semanas algunos de los testimonios más significativos:

Una enfermera: "Durante el tiempo que yo viví en casa de la señora Bettencourt, ella estuvo siempre bajo la influencia de Banier. Las discusiones eran siempre cuestión de dinero. Él se lo pedía con una insistencia tal que ella al final se ponía mala y perdía el sueño (... ) Una noche de Año Nuevo, en las Seychelles, estaban enfadados porque él le había pedido un cheque y ella se lo había negado. Ella iba a pintarse los labios pero él le arrancó el pintalabios de la mano y lo estampó contra la pared diciendo que ese color no era bonito".

La misma enfermera:"Otra vez escuché una conversación entre la señora Bettencourt y el señor Banier. Ella decía: "Es demasiado y André [Bettencourt, el marido] se va a enterar". "No es suficiente", replicaba Banier".

La contable: "A finales de 2005, el señor Banier me llamaba por teléfono casi todos los días para pedirme que le dijera a la señora Bettencourt que la quería mucho, pero también que necesitaba dos o tres millones de euros para pagar la piscina y las obras de una casa que se estaba haciendo".

Según estos empleados, Banier insistía, cuando quedaba a comer con Liliane, en que comprobaran que la señora no salía de casa sin su chequera para acudir a la cita. La contable relata que su ascendiente sobre la anciana era tal que ésta cumplía todos sus deseos de artista caprichoso: un día, también en las islas Seychelles, pidió que el jet privado de Bettencourt volara a Francia en un viaje rápido de ida y vuelta para escoger sus pinceles y poder así satisfacer su inspiración repentina. Una enfermera recuerda que una vez Bettencourt presentó a unos conocidos a Banier como "un buen amigo". Al momento, el fotógrafo añadió: "Su hijo adoptivo: el hijo que ella no ha podido tener".

TODO COMENZÓ EN 1987, con una entrevista. La directora de la revista Egoísta encargó a Banier un retrato de la heredera de L'Oréal. La fotografía, en blanco y negro, es bonita: Bettencourt, con los brazos semicruzados, mira al suelo con una media sonrisa atractiva. En la entrevista, la millonaria aprovecha para sacudirse algo su imagen de mujer burguesa podrida de millones. "No me gusta el término riqueza. Es una palabra desagradable. Prefiero fortuna, que tiene que ver con la suerte".

A este lado del objetivo, pues, una señora que juega a no parecer demasiado lo que ha sido siempre: la rica heredera. Su padre, Eugène Schueller, fue un panadero que estudió química y que en 1907 inventó en la cocina de su casa algo que iba a revolucionar la estética de la calle: un tinte inofensivo para el pelo. Lo llamó L'Aureale, en homenaje a un peinado de la época, y se hizo rico vendiéndolo de peluquería a peluquería por París. Su hija nació en 1922. Cinco años después moría la madre. De modo que Liliane creció siempre bajo la sombra inmensa y solitaria del exitoso padre creador de un imperio millonario, que además de empresario fue científico y escritor y del que se sospecha que llegó a coquetear con el nazismo y el colaboracionismo durante la II Guerra Mundial y la ocupación. Crió a la niña en la riqueza, pero también en la disciplina y el trabajo. De hecho, a los 15 años, a la vuelta de un verano, Liliane ponía etiquetas en botes de tinte para aprender el negocio desde abajo. En 1950, en una clínica suiza especializada en tuberculosis conoció al que sería su marido, André Bettencourt. Se sentía tan unida a su padre que la pareja comenzó a vivir en la casa familiar. Duraron 15 días. En 1957 murió Eugène. Liliane eligió a un amigo de la infancia de su padre para sustituirle. Siempre sería así: ella renunciaría a presidir la empresa, pero nombraría al jefe. Durante años se zafó de las revistas, se convirtió en la mujer más rica de Francia de una forma casi discreta a pesar de su fortuna y de que su marido llegó a ministro varias veces con De Gaulle y Pompidou. Tuvieron sólo una hija. Liliane concedió muy pocas entrevistas en su vida. Una de ellas, a Egoísta en 1987, donde posó para un fotógrafo listo, simpático y ocurrente que se desplazaba en una Mobilette azul.

FRANÇOIS-MARIE BANIER nació en el burgués barrio 16 de París, pero no dentro de una familia rica. Su padre había sido obrero en una fábrica de coches y gracias a cierta tenacidad para escalar, acabó regentando una agencia de publicidad. Era autoritario, agresivo, brutal y pegaba a François-Marie. La madre, bella e indiferente, nunca se preocupó por él. Banier ha llegado a confesar que tampoco la quiso. A los siete años, soñaba con acostarse con Ray Charles. A los 18 dejó su casa dando un portazo y se echó en brazos de un mundo que le adoraba. Dos años antes había paseado a Dalí en su Mobilette después de acercarse con unos dibujos suyos a pedir el consejo del maestro.

Era descarado, atrevido, ambicioso. Por entonces también rabiosamente guapo. "Me decían que me parecía a Rimbaud; ahora soy un viejo molusco", confesó en una entrevista en 2005. A los 22 años publicó su primera novela, Las segundas residencias, vagamente autobiográfica, en la que salda las cuentas con su familia y da ciertas claves sobre su homosexualidad. Es amigo (o conocido, o sabe estar cerca) del escritor Paul Morand, del músico Vladimir Horowitz, de Yves Saint Laurent, de Mitterrand, a quien abordó en la calle...

LA HEREDERA DE L'ORÉAL no es la primera mujer muy mayor que fue su amiga del alma. Cuando tenía 23 años, se consideraba a sí mismo irresistible y trabajaba como jefe de prensa de Pierre Cardin por un sueldecito, se encontró en la mesa contigua de un restaurante a la excéntrica y riquísima anticuaria y decoradora Madeleine Castaing, de 75. Según ha contado él, se conocieron, comenzaron a reír en ese momento y no pararon hasta la muerte de la anciana, en 1992. Ella aseguraba que había encontrado, por fin, "a su jovencito". Él replicaba que ella era "la madre ideal". Un día ella se partió el fémur y él la acompañó en la ambulancia: "Querido, éste es nuestro viaje de bodas", decía ella tumbada boca arriba.

Pierre Bergué, pareja y socio de Saint Laurent, lo describió así por esos años: "La principal cualidad de ese seudoescritor y verdadero trepa es seducir a las viejas".

Pero no todo es tan simple. Días después de que aparecieran en la prensa las declaraciones de los empleados de Bettencourt acusando al fotógrafo, la propia heredera salió en su propia defensa y en la de su amigo. En una carta dirigida al fiscal que investiga el caso asegura: "Todo lo que le he dado a François-Marie Banier ha sido por amistad y dentro de una operación de mecenazgo, con todo conocimiento de causa, delante de un notario que ha podido dar fe de mi capacidad. Se trata de sumas significativas si se las toma aisladas, pero son razonables teniendo en cuenta mi situación financiera".

Días después, en la única entrevista que ha concedido desde que estalló el incidente, en Le Journal du Dimanche, añadió: "Mi hija tendría que darse cuenta de que soy una mujer libre. Los celos han podido influir. Aunque no lo entiendo. Mi hija es muy introvertida. Y ver a alguien extrovertido como François-Marie Benier le puede poner un poco nerviosa".

El fiscal ordenó hace días que se investigue el patrimonio de Benier. Después decidirá si procede que un psiquiatra examine a Bettencourt para dilucidar la clave del caso.

Más allá del dinero, la última frase de la anciana millonaria en la única entrevista que ha concedido ("Ya no quiero ver más a mi hija") indica todo lo que esta historia tiene de folletín envenenado entre padres, madres e hijos (de la familia Banier y Bettencourt) que no se han soportado nunca.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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