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Crisis en Túnez

La oposición tunecina denuncia 50 muertos en los enfrentamientos

El alzamiento popular irrumpió anoche en la capital tras un mes de revueltas

Están sucediendo cosas inimaginables para el tunecino de a pie. Por ejemplo, que se quemen fotos del presidente, Zine el Abidine Ben Ali, y que a gritos se le conmine a no presentarse a la reelección, tras 23 años en el poder. Más sencillo era imaginar, tras atribuir las protestas a una mano negra extranjera y a los gamberros, cuál sería su reacción. La revuelta llegó ayer a la ciudad de Túnez, cuyo centro, en la avenida Habib Burghiba, estaba atestado de policías. No se toleró el más mínimo conato de manifestación.

La violencia, sin embargo, se desató con furia en la ciudad de Kaserine, 200 kilómetros al suroeste de la capital, donde al menos murieron cuatro civiles en los disturbios de la madrugada de ayer. Son ya 23, según cifras oficiales, los muertos en las protestas, aunque la oposición eleva la cifra a 50 y asegura que esbirros del partido del presidente, la Agrupación Democrática Constitucional, provocaron deliberadamente los choques en Kaserine. Ya por la noche, la cadena Al Jazeera informaba de enfrentamientos en suburbios de la capital. Cientos de jóvenes asaltaron un banco y saquearon comercios en el barrio obrero de Ettadamen. El alzamiento popular llega así por primera vez en casi un mes de manifestaciones a la capital del Estado.

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Los incidentes se repitieron también ayer en Sfax, Bizerte y Ben Guerdane. Cualquier grupo sospechoso a ojos de la policía era disuelto sin miramientos, aunque sin excesiva contundencia, al menos en la capital. Los agentes golpearon a varios abogados que preparaban una manifestación; visitó cafés en algunos suburbios de la capital para instar a los dueños a que no conectaran con la emisora qatarí de televisión por satélite; impidieron que un grupo de artistas organizara una protesta. En algunas ciudades del interior, cuna del alzamiento popular, asegura la oposición que el Ejército ha implantado el toque de queda.

Apenas se habla de la promesa esgrimida el lunes por Ben Ali de crear 300.000 puestos de trabajo para calmar los ánimos. Muy pocos le creen. Como resulta nada verosímil la versión del compló foráneo cuando quienes protestan son raperos, blogueros, abogados y periodistas, muchos de estos últimos dóciles ante el poder. Gente joven en su gran mayoría que en absoluto responde al perfil del activista islamista, en un país en el que los movimientos fundamentalistas fueron laminados sin contemplaciones.

Da la impresión de que el Gobierno está dando palos de ciego. Definir, como definió Ben Ali, las algaradas a pedradas contra la policía como "actos terroristas" no casa con determinadas actitudes que son solo síntoma de desesperación: en las últimas 48 horas dos personas más se han suicidado, como lo hizo el licenciado universitario desempleado que el 17 de diciembre se quemó a lo bonzo ante un edificio oficial en Sidi Bouziz porque las autoridades le retiraron la licencia para vender verduras. Los jóvenes están hastiados de la falta de oportunidades laborales en un país que goza de cierta prosperidad en relación a sus vecinos, que disfruta de un sistema educativo más que aceptable hoy día pese a su progresivo deterioro, y no menos hartos están de la corrupción que encabeza la familia de la esposa del presidente. "La familia es una mafia. Son dueños de grandes superficies, concesiones de automóviles, de la telefonía privatizada, de bancos...", afirma un ciudadano que sonríe y calla cuando se le pregunta su nombre.

Lo que es evidente es que la intervención televisada de Ben Ali el lunes de casi nada sirvió. Tampoco merecen excesivo crédito para gran parte de los tunecinos las palabras del ministro de Comunicaciones, Samir Labidi: "Movimientos extremistas religiosos y de la extrema izquierda se han infiltrado en las protestas y empujan hacia la violencia". Y lo que puede resultar más complicado para el régimen si las manifestaciones no amainan: crecen los rumores de que el Ejército está dividido y de que parte del estamento militar rechaza embarcarse en la represión.

A través de Facebook y de Twitter los participantes en esta revuelta espontánea, la más virulenta desde que Ben Ali asumió la jefatura del Estado en 1987, difunden algunas andanadas ciertamente brutales de los uniformados. No es de extrañar que las redes sociales sean objetivo del Gobierno. Ayer, Facebook dejó de funcionar durante cinco horas, pero no parece que pueda disuadirse a la indignada población a base de mamporros y de censura. Al menos, a corto plazo. La Unión General de Trabajadores de Túnez, tal vez la única institución que funciona con cierta independencia respecto a palacio, ha convocado una huelga general en todo Túnez a la que todavía no ha puesto fecha.

El Ministerio de Exteriores español desaconsejó ayer a los españoles viajar a las zonas interiores de Túnez, al tiempo que recomendó "extremar la prudencia y evitar manifestaciones y concentraciones" en todo el país.

Un joven tunecino lanza una piedra contra la policía en la ciudad de Regueb.
Un joven tunecino lanza una piedra contra la policía en la ciudad de Regueb.AFP
Un manifestante yace muerto en el pueblo de Sidi Bouzid.
Un manifestante yace muerto en el pueblo de Sidi Bouzid.REUTERS

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