El misterio del vuelo 93 de United Airlines
La falta de datos oficiales ha suscitado diversas teorías ¿Fue derribado por aviones militares o lo estrellaron los pasajeros para impedir que lo hicieran los terroristas suicidas contra un edificio?
La suerte del vuelo 93 de United Airlines, el último de los cuatro aviones secuestrados que se estrelló en EE UU el 11 de septiembre, no es ningún misterio para Lee Purbaugh. Vio lo ocurrido con sus propios ojos. Era la única persona presente en el terreno en el que, a las 10.06, el avión chocó contra el suelo. 'Hubo un estruendo increíble y de pronto lo vi ahí, justo encima de mi cabeza, a unos 16 metros de altura', dice Purbaugh, que trabaja en un desguace desde el que se domina el lugar del accidente. 'No fue más que una fracción de segundo, pero pareció que ocurría a cámara lenta, que no iba a acabar nunca. Lo vi oscilar de un lado a otro y, de pronto, se inclinó y cayó en picado contra la tierra, con una gran explosión. Enseguida supe que no era posible que hubiera sobrevivido nadie'.
El juez de instrucción, Wally Miller, reconoce que no puede comprobar lo que ocurrió
Hoy sigue habiendo una serie de preguntas cruciales sin respuesta alguna
En cualquier caso, la presencia del avión misterioso sigue siendo un gran enigma
Lo más sospechoso de todo es que ni el FBI ni nadie identificó al piloto del famoso Falcon
'No había nada incompatible con que el avión estaba intacto cuando tocó suelo'
De aquí a unas décadas habrá cineastas que propondrán sus propias teorías
Aparte de algún dedo o algún diente suelto, los únicos restos que quedaron, incrustados en el suelo o colgados de las ramas de árboles cercanos, fueron pequeños fragmentos de tejidos y huesos. El avión también quedó pulverizado, deshecho en pedazos diminutos. Wally Miller, el juez local de instrucción, en un rincón hasta ahora olvidado de la Pensilvania rural, es el hombre encargado, por ley, de recopilar los restos humanos y establecer las causas de la muerte. 'Tuve que redactar los certificados de defunción', explica Miller, que es, además, el dueño de la funeraria local. 'Puse 'asesinado' para las 40 personas que formaban la tripulación y el pasaje; 'suicidio' para los cuatro terroristas'.
Sin embargo, Miller, que colaboró estrechamente con el FBI durante los 13 días que pasaron investigando el lugar del siniestro, reconoce que, al final, no puede probar lo que ocurrió. Sólo puede deducirlo. Tampoco saben, ni él ni nadie más, qué fue exactamente lo que hizo que el vuelo 93 cayera y, como dice Miller, 'nos trajera los problemas mundiales, de golpe, a nuestra puerta'. O, si alguien lo sabe, no lo ha dicho.
Ahora bien, la escasez de datos no ha impedido la creación de una leyenda instantánea, una leyenda que el Gobierno y los medios de comunicación de EE UU se han apresurado a propagar y que el público norteamericano, en su mayoría, se ha mostrado deseoso de aceptar como realidad. La leyenda dice lo siguiente: los heroicos pasajeros del vuelo secuestrado de United, tras saber gracias a sus teléfonos móviles lo que había ocurrido con los otros tres aviones secuestrados, deciden que, si no pueden salvarse, al menos van a actuar con patriotismo y van a salvar las vidas de los que constituyen el objetivo de los terroristas; así que avanzan por el pasillo, irrumpen en la cabina -donde un terrorista maneja los mandos- y luchan para derribar el avión.
El presidente George W. Bush, el fiscal general, John Ashcroft, el jefe del FBI, Robert Mueller, y muchas otras autoridades han rendido homenaje a los 'héroes' del vuelo 93 y han defendido, en repetidas ocasiones y sin vacilar, la versión de los hechos descrita la nueva leyenda nacional. Lo mismo han hecho los grandes periódicos nacionales y las grandes cadenas de televisión. The New York Times, normalmente un modelo de precisión legalista, publicó el 22 de septiembre -después de saber, a través de fuentes 'oficiales' anónimas, que la grabadora de la cabina del avión había registrado 'una lucha salvaje y desesperada' a bordo- estas palabras vagas e imprecisas: 'Y, a pesar de que no ofrecía una imagen clara ni completa', se leía en el periódico, 'parece indudable que hubo un enfrentamiento caótico que, al parecer, provocó la caída del avión'. Vanity Fair, con pocos datos más, decidió publicar un reportaje muy detallado sobre el vuelo 93, un relato que, según la revista, 'podrá recordarse como una de las mayores historias de heroísmo jamás contadas'. No obstante, Vanity Fair confesaba que, a la hora de definir qué hizo que el avión cayera en picado, todo era 'pura conjetura'.
Dos meses después, Newsweek obtuvo lo que le dijeron que era una transcripción parcial de dicha grabación y, a partir de ahí, narró la historia de 'los héroes del vuelo 93' de forma todavía más detallada, emocionante y hollywoodiana que Vanity Fair. Los pasajeros eran 'soldados civiles... que se alzaron, como sus antepasados, para enfrentarse a la tiranía', entonaba la revista. 'Con su desafío y su muerte, los pasajeros y los tripulantes del vuelo 93 obtuvieron una victoria para todos nosotros'.
Es cierto que la transcripción obtenida por Newsweek indicaba que se produjeron luchas a bordo, se lanzaron imprecaciones y hubo oraciones tanto al dios musulmán como al cristiano. Pero, con todo el dramatismo del relato, a los autores del reportaje de la revista se les olvidó llamar la atención sobre el detalle de que, en realidad, sólo estaban imaginando cómo o por qué se estrelló el avión; que estaban erigiendo un monumento para la posteridad a base de unas cuantas briznas de realidad y grandes dosis de suposiciones y deseos ilusos; que nadie sabía, ni siquiera, si los valientes pasajeros llegaron a entrar en la cabina, que no tenían ni idea de qué ocurrió sobre los decisivos y desesperados ocho minutos finales del vuelo 93.
Esto no significa que la historia del 'heroísmo' sea mentira, ni inverosímil. Es posible que la leyenda corresponda exactamente a la realidad. Y desde luego, basándose en las grabaciones de las llamadas telefónicas hechas desde el aparato, no hay duda de que varios pasajeros tenían la intención de llevar a cabo unas acciones valientes. Ahora bien, que esas acciones se hicieran realidad o no es algo que no se sabe, o que sólo sabe un pequeño grupo de personas que conocen todo el material extraído de la grabadora de la cabina -recuperada en perfecto estado después del choque-, pero que no están dispuestas a revelarlo.
La falta de datos oficiales ha producido un debate animado y, a menudo, bien documentado en ese medio de comunicación extraoficial que es Internet [véase la página web www.flight93crash.com]. Pero también hay, según ha sabido EL PAÍS, varias personas del sector de la aviación convencidas de que existen otras interpretaciones perfectamente posibles de lo que ocurrió. Porque es evidente que sigue habiendo -debido tanto a las pruebas como a la falta manifiesta de transparencia por parte de las autoridades- una serie de preguntas cruciales sin respuesta, que los medios estadounidenses de ámbito nacional, normalmente tan escépticos e inquisitivos, se han mostrado curiosamente reacios a plantear.
Las teorías alternativas, ambas desmentidas por el Ejército norteamericano y por el FBI, son: 1º) que el vuelo 93 de United fue derribado por un avión del Gobierno de Estados Unidos, y 2º) que estalló una bomba a bordo (varios pasajeros dijeron en sus llamadas de teléfono que uno de los secuestradores tenía algo que parecía una bomba atado a su cuerpo. Si persisten las dudas a pesar de los desmentidos, si florecen las teorías de la conspiración, se debe, en gran parte, al hecho de que las autoridades no han abordado con decisión estos cuatro interrogantes:
1º) La amplia dispersión de los restos del avión, una de cuyas explicaciones podría ser algún tipo de explosión a bordo antes de la caída. Se han encontrado cartas -el vuelo 93 llevaba 3.400 kilos de correo a California- y otros papeles a 13 kilómetros del lugar del siniestro. Una pieza de uno de los motores, de una tonelada de peso, apareció a 2.000 metros de distancia. Es el fragmento más pesado recobrado entre los restos y el más grande, aparte de un trozo de fuselaje del tamaño de una mesa de comedor. El resto del aparato, como corresponde a un impacto que se calcula que se produjo a 780 kilómetros por hora, se desintegró en pedazos de no más de 5 centímetros.
2º) La situación de varios reactores de las fuerzas aéreas estadounidenses y la posibilidad de que hubieran estado lo suficientemente cerca como para disparar contra el aparato secuestrado. Las informaciones transmitidas en directo por los medios de comunicación durante la mañana del 11 de septiembre se contradicen con diversas declaraciones oficiales posteriores. Lo que sí reconoce el Pentágono es que los primeros cazas con la misión de interceptar el avión despegaron a las 8.52; que otro grupo despegó de la base aérea de Andrews, cercana a Washington, a las 9.35, justo el momento en el que el vuelo 93 dio un giro de casi 180 grados respecto a su trayectoria y se desvió hacia Washington, y los controladores aéreos oyeron decir al secuestrador que pilotaba que había 'una bomba a bordo'. El vuelo 93, cuyo rumbo amenazador se dio a conocer a través de los medios audiovisuales de forma prácticamente inmediata, no cayó hasta 31 minutos después. Aparte de la lógica conclusión de que, al menos, un F-16 de la fuerza aérea debería haber alcanzado a la cuarta 'bomba volante' mucho antes de las 10.06 -se encontraba en Washington, a 190 kilómetros de distancia, a las 9.40, es decir, a 10 minutos o menos del vuelo 93 volando a velocidad supersónica-, existe el testimonio de un controlador federal, publicado días después en un periódico de New Hampshire, de que un F-16 había 'perseguido sin descanso' al avión secuestrado de United y 'debió de ver todo lo sucedido'. Además, en la cadena de televisión CBS se dijo brevemente que antes de la caída dos F-16 iban siguiendo al vuelo 93. El vicepresidente, Dick Cheney, reconoció cinco días más tarde que el presidente Bush había autorizado a los pilotos militares a derribar el aparato comercial secuestrado.
3º) Una llamada telefónica del desgraciado avión cuyo contenido no encaja con la leyenda de los héroes y, por consiguiente, se omite en las historias tipo Independence Day que tanto gustan a los medios norteamericanos. La agencia de noticias Associated Press informó el 11 de septiembre de que ocho minutos antes de la colisión un hombre que se encontraba entre los pasajeros llamó, frenético, al número de urgencias, el 911. A la persona que le atendió en el teléfono, de nombre Glen Cramer, le dijo que se había encerrado en el interior de uno de los aseos del avión. Cramer contó a AP -una noticia que se difundió ampliamente el 11 de septiembre- que el pasajero había estado hablando durante un minuto. '¡Nos están secuestrando, nos están secuestrando!', gritó el hombre por el teléfono. 'Lo confirmamos con él varias veces', contaba Cramer, 'le pedimos que repitiera lo que decía. Estaba muy alterado. Dijo que le parecía que el avión se estaba cayendo. Había oído una especie de explosión y veía humo blanco que salía del aparato, pero no sabía de dónde. Entonces perdimos contacto con él'. Según la información de la que se dispone, ésta fue la última de las distintas llamadas hechas desde el vuelo. No se recibió ninguna más en los ocho minutos que transcurrieron desde que el hombre del aseo dijo que había oído una explosión.
4º) Las afirmaciones de testigos presenciales sobre un 'avión misterioso' que pasó volando bajo sobre el lugar del impacto del vuelo 93 poco después del siniestro. Además de Lee Purbaugh, al menos media docena más de personas han dicho que vieron un segundo aparato que volaba sobre el sitio a baja altura y en un rumbo errático, casi sobre las copas de los árboles, minutos después de que cayera el aparato de United. Dicen que era un reactor pequeño, blanco, con motores posteriores y sin señales distintivas visibles. Purbaugh, que sirvió tres años en la Marina estadounidense, declaró que no era un avión militar. Si eso es cierto, en los grupos de discusión de Internet se ha sugerido que el servicio de aduanas estadounidense utiliza aviones de esas características para interceptar envíos de drogas por vía aérea. En cualquier caso, la presencia del avión misterioso sigue siendo un gran enigma.
¿Cómo han respondido el Gobierno y sus diversos organismos a las dudas suscitadas por estas preguntas? La aparición de papeles del avión a 13 kilómetros de distancia, dice el FBI, se debe a que había un viento de 15 kilómetros por hora; la pieza del motor salió despedida a 2.000 metros por la enorme fuerza con la que impactó el avión contra el suelo. Conclusión del FBI: 'No había nada incompatible con la suposición de que el avión estaba intacto cuando tocó suelo'. Los expertos en aviación con los que ha tenido contacto EL PAÍS manifiestan sus dudas. Uno de ellos expresó su asombro ante la idea de que las cartas y los demás papeles hubieran podido mantenerse en el aire casi una hora antes de caer al suelo.
Los aparatos de la fuerza aérea se encaminaban hacia allí pero no llegaron a tiempo, afirma el general Richard Myers, que preside el Estado Mayor conjunto. Los cazas lograron aproximarse al vuelo 93, reconoce, 'momentos' antes de que cayera a tierra, pero no lo derribaron. De ser así, surge la pregunta de por qué no pudieron llegar antes para interceptar un aparato que claramente tenía terroristas a bordo y que se dirigía hacia Washington, más de una hora después de que otro avión de United Airlines se hubiera estrellado contra la segunda torre del World Trade Center. No se ha dado ninguna explicación a propósito de la información que apareció en el periódico de New Hampshire ni de la de CBS, y los controladores aéreos de Cleveland, que fueron quienes siguieron los últimos minutos del vuelo 93 en el radar, han recibido de las autoridades la prohibición de hablar públicamente sobre lo que vieron en sus pantallas.
Ni el FBI, ni Newsweek, ni ninguna autoridad han explicado la llamada telefónica al 911 desde el aseo del avión, pese a que parece que fue la última llamada realizada desde el aparato y que indica algo tan significativo como que hubo una explosión a bordo. El FBI ha confiscado la cinta de la conversación y ha ordenado al telefonista, Glen Cramer, que no hable más con los medios. En cuanto a la explicación que ha dado el FBI sobre el avión misterioso -cuya existencia negó en un principio-, es tan peculiar y tan aparentemente absurda que ha servido para alimentar las sospechas, entre los detectives de Internet, de que hay en marcha alguna maniobra para encubrir las cosas, que el Gobierno manipula la verdad para presentar lo que consideran que busca el público norteamericano. El FBI ha dicho oficialmente que el avión era un aparato privado, un Falcon, que volaba a 30 kilómetros del vuelo 93 y al que las autoridades pidieron que descendiera de 12.300 metros a 1.600 con el fin de examinar el lugar del siniestro y transmitir sus coordenadas 'para los equipos de emergencia que se disponían a acudir'. El motivo por el que esto parece tan poco creíble, según fuentes de la industria de la aviación, es que, en primer lugar, a las 10.06 del 11 de septiembre, todos los aviones no militares que circulaban por el espacio aéreo estadounidense habían recibido órdenes muy claras, más de media hora antes, de aterrizar en el aeropuerto más cercano. En segundo lugar, fue tal la densidad de las llamadas al 911 hechas por personas en la zona de Shanksville, a propósito de la localización del siniestro, que las coordenadas aéreas habrían sido completamente innecesarias. En tercer lugar, si los F-16 estaban presuntamente en las cercanías, parece muy improbable que, en un momento de tremenda incertidumbre nacional, en el que nadie sabía si podía haber más aviones secuestrados en el aire, la fuerza aérea fuera a pedirle ayuda a un aparato civil que, por casualidad, se encontraba en la zona.
Lo más sospechoso de todo, quizá, es el hecho de que ni el FBI ni ninguna otra persona ha identificado al piloto o los pasajeros de ese famoso Falcon, ni tampoco se han dado a conocer ellos mismos.
Mientras el vuelo 93 se encaminaba hacia su destino fatal, había otro avión en el aire, un Piper monomotor. El piloto, Bill Wright, ha contado que estaba a cinco kilómetros de distancia, tan cerca que podía ver las enseñas de United en el aparato. De pronto, le ordenaron que se alejara de la nave secuestrada y aterrizara inmediatamente. 'Una de las primeras cosas que se me ocurrieron, cuando nos dijeron que nos alejáramos de allí lo más deprisa posible', declaró posteriormente Wright a una cadena de televisión de Pittsburgh, 'fue que, o esperaban que estallase en el aire, o lo iban a derribar; pero no es más que pura especulación'.
Todo es especulación; ése es el problema que tiene la historia del vuelo 93. Y si el Gobierno estadounidense no da a conocer más datos de los que conoce y no ofrece un relato detallado de los últimos 10 minutos en la vida del vuelo 93 y las 44 personas que se encontraban a bordo, seguirá habiendo no sólo hueco, sino sólidas razones para que los teóricos de la conspiración sigan especulando sobre lo que de verdad pasó en aquellos últimos instantes, antes de que el avión cayera en picado a tierra.
Algunos partidarios de la teoría de la conspiración dirán que el avión fue derribado por un misil, tal vez un misil termodirigido, que dio contra uno de los motores del aparato. Esta teoría quizás sustanciada por la pieza del motor que salió disparada a 2.000 metros, pero razonablemente desmentida por los relatos de testigos presenciales como Lee Purbaugh, de que la última vez que vieron el avión no despedía humo. Otros podrían decir, como ocurrió con el caso de un vuelo de TWA que cayó al mar en 1996 tras despegar de Nueva York, que el avión fue víctima de una interferencia electromagnética. En el caso del vuelo de TWA, el argumento -planteado en una serie de artículos escritos para The New York Review of Books por la profesora de Harvard Elaine Scarry- es que fue un hecho accidental. Sin embargo, como relatan esos mismos artículos, hay numerosa documentación que muestra que tanto la fuerza aérea como el Pentágono han realizado extensas investigaciones sobre 'aplicaciones de la guera electrónica', con la posible capacidad de afectar intencionadamente a los mecanismos de un avión y provocar, por ejemplo, una caída en picado incontrolable. Según las investigaciones de Scarry, algunos aviones del servicio de aduanas ya están equipados con este tipo de armamento, como también lo están ciertos aparatos de transporte C-130 de la fuerza aérea. El FBI ha afirmado que, aparte del enigmático Falcon privado, había una nave militar de carga, uno de esos C-130, en un radio de 40 kilómetros del avión de pasajeros cuando éste se vino abajo. Según uno de los artículos de Scarry, en 1995 la fuerza aérea instaló 'equipos electrónicos', al menos, en 28 C-130, capaces de emitir señales de interferencia letales, entre otras cosas.
De aquí a unas décadas habrá cineastas, futuros Oliver Stone, que propondrán sus propias teorías, y es posible que la historia del vuelo 93 llegue a revestirse de la misma mística morbosa que el asesinato de Kennedy.
Todo esto no significa que haya que poner en duda la valentía de pasajeros como Todd Beamer, que dejó a una viuda embarazada y dos hijos, de dos y tres años, o Tom Burnett, que tenía tres hijas pequeñas y le dijo por teléfono a su mujer, Deena, ante las angustiadas protestas de ella, que los otros pasajeros y él iban a 'hacer algo' porque, si no, los terroristas iban a 'estrellar este avión contra el suelo'. Es evidente, como dice el artículo de Newsweek, que hubo algo de lucha, pero nadie sabe -o reconoce saber- si los terroristas contuvieron a los pasajeros o si éstos se hicieron con los mandos del avión e incluso, tal vez, intentaron pilotarlo ellos mismos.
Ahora bien, si las pruebas contribuyen a reforzar la historia de heroísmo, resultaría muy sorprendente que las autoridades no las hayan dado a conocer. Y hubo muestras de valentía, sin ninguna duda. Eso lo sabemos. Como dice Lee Purbaugh, 'en ese avión fueron unos héroes'. Existe tal unanimidad en este sentido que el sitio en el que cayó el avión, en Shanksville -una pradera típica de la Pensilvania rural que sólo se distingue salvo por las banderas de EEUU que ondean alrededor, las cruces, las fotos de los pasajeros muertos, los mensajes de buena voluntad y ánimo- se ha convertido en un lugar de peregrinación como el Nivel Cero de Nueva York, salvo que a menor escala, con unos 150 visitantes diarios, procedentes de todo el país. 'La verdad', dice Wally Miller, que sigue siendo legalmente responsable del lugar, en calidad de encargado de la instrucción, 'es que ese campo es un cementerio y hay que tratarlo con el debido respeto'.
¿Qué cree Miller que ocurrió? Miller, que es uno de los que más pruebas ha examinado en el lugar del siniestro, opina que no hay que rechazar por completo a los disidentes. 'Se había dado la orden de derribarlo', explica el juez y añade: 'Yo no descarto nada'.
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