El heredero natural del thatcherismo
David Cameron se ha convertido en el hombre del cambio. Después de 14 años de Gobierno laborista ininterrumpido, el candidato que encarna el conservadurismo humano, de rostro amable, se ha proclamado vencedor de las elecciones británicas más concurridas desde 1992. A pesar de no haber conseguido la mayoría absoluta -lo que puede dejarle sin gobernar-, ha logrado desplazar a sus rivales históricos y desbancar al liberal Nick Clegg, que abanderó la promesa de revolución del pluripartidismo durante la campaña.
El carisma de Cameron -y el bipartidismo- han podido con el tercero en discordia. Ambos combatían en un terreno parecido, el de desapolillar la política británica, aunque Cameron lo hiciera con las promesas de siempre, como predican los detractores del líder tory.
Simpático, pragmático y con don de gentes, sin una marcada impronta ideológica, David Cameron aporta con sus aires juveniles y distendidos la imagen modernizadora del viejo partido tory. A sus 43 años ha conseguido personificar al líder conservador del siglo XXI, menos rígido en sus postulados sociales -derechos de los gays, aceptación del aborto-, aunque siempre anclado en la defensa de una mínima intervención del Gobierno y galante de una moderación que muchos británicos interpretan como la conquista del espacio de centro.
Esa conquista es la que le ha hecho esquivar a Clegg, que pretendía arrebatarle por el flanco progresista la postura de motor de la renovación política. Lo demostró con su intervención en el segundo debate televisado entre los grandes candidatos y lo ha ratificado con creces gracias a la victoria de esta noche: el cambio está hecho, los laboristas "han perdido su mandato para gobernar este país", dijo anoche Cameron antes de concluir el escrutinio. La campaña ha sido una muestra de la capacidad que le atribuyen sus asesores para mantenerse firme bajo presión. Frente a la radicalidad que imputa al rival liberal-demócrata, Cameron ofrece el rostro del conservadurismo humano. Del antiestatalista que garantiza el apoyo a la sanidad pública, a partir de la experiencia vivida con su hijo Ivan, aquejado de parálisis cerebral y epilepsia y fallecido el año pasado. Incluso del político que apoyó "sin entusiasmo" la guerra de Irak. Sigue reteniendo un firme euroescepticismo, pero esa posición no es patrimonio único de los tories.
Lo que quizá menos convence del personaje es el intento de matizar sus orígenes privilegiados que le procuraron educación en Eaton, el colegio privado de las élites, y en la Universidad de Oxford, donde estudió filosofía, políticas y económicas. Sus conexiones propulsaron el aterrizaje en el departamento de investigación del Partido Conservador, hasta convertirse en asesor de los ministerios de Economía e Interior. Tanteó el sector privado como ejecutivo del conglomerado mediático Carlton Communications antes de obtener el acta de diputado (2001) y, cuatro años después, el liderazgo conservador.
El heredero natural del thatcherismo se mira en realidad en el espejo de Tony Blair (que consiguió, en 1996 una hazaña parecida): la seducción que convierte al partido en una maquinaria ganadora de elecciones. El origen heterogéneo de sus colaboradores, el protagonismo que ejerce junto a su aristocrática esposa Samantha en la "jet-set de Notting Hill" -ricos y guapos, pero también más cercanos al mundo real- irritan sobremanera a la vieja guardia de su partido. Pero haber desbancado al laborismo, bien le vale el perdón.
Con información de Patricia Tubella y Walter Oppenheimer, desde Londres
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