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El fiasco de Tora Bora

Bin Laden escapó del cerco de EE UU en 2001 gracias al apoyo de las tribus y la población locales

ANTONIO ALONSO

Nunca estuvo EE UU tan cerca de capturar a Osama Bin Laden como en diciembre de 2001 en las montañas de Tora Bora, donde se había refugiado con un puñado de fieles combatientes. Pero un error garrafal del mando militar estadounidense, que dejó en manos de líderes afganos locales la captura del líder de Al Qaeda para evitar bajas propias, dio al traste con la operación y alargó casi diez años la caza del terrorista más buscado del mundo.

El 10 de noviembre de 2001, apenas dos meses después de los atentados del 11-S, Bin Laden fue visto por última vez en público en la ciudad de Jalalabad, al este de Afganistán. Ese día comió con varios cientos de líderes tribales de la etnia pastún, a quienes arengó con la promesa de derrotar a los estadounidenses como ya hicieron décadas antes los muyaidines afganos con el Ejército soviético.

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Acabado el almuerzo, el multimillonario saudí repartió entre los asistentes sobres con grandes fajos de rupias paquistaníes. Algunos, los más influyentes, recibieron hasta 10.000 dólares. En esa parte del mundo, y en ese momento, no había mejor forma de asegurarse el apoyo de la población local. El gesto pudo salvarle la vida.

Al día siguiente, acompañado de unas decenas de guerrilleros afganos y militantes talibanes de varias nacionalidades, Bin Laden puso rumbo a Tora Bora, un recóndito enclave de la cordillera de Spin Gar o Montañas Blancas, muy cercano a la frontera con Pakistán. La guerra desatada tras los atentados de Nueva York y Washington marchaba entonces sobre ruedas para EE UU, y la Alianza del Norte estaba a punto de tomar Kabul. Los aliados de Washington controlarían pronto todo el país, expulsarían a los talibanes y formarían un nuevo Gobierno.

Pero la promesa del presidente George W. Bush de capturar vivo o muerto al instigador de los atentados del 11-S no pudo cumplirse. Hoy tenemos la certeza de que el líder de Al Qaeda resistió los bombardeos de los aviones F-14 y B-52 estadounidenses, que castigaron casi sin descanso Tora Bora a principios de diciembre. Lo más seguro es que el saudí tuviese preparada su huída con antelación. Conocía como la palma de su mano el terreno, ya que él mismo financió la ampliación de una red de túneles y cuevas que los muyaidines ya habían utilizado para refugiarse de los bombardeos soviéticos. La mayoría de quienes han investigado lo sucedido esos días concluyen que el fugitivo logró huir a Pakistán a través de las montañas con la ayuda de la población local.

Para EE UU, Tora Bora fue un fracaso en toda regla. Sus mandos militares no quisieron arriesgar las vidas de sus soldados y pagaron a líderes tribales locales -quién sabe si ya comprados por el propio Bin Laden- para llevar a cabo la operación sobre el terreno. Mal equipados, con escasa moral y pobremente dirigidos, los guerrilleros afganos no pudieron, o no quisieron, capturar al dirigente islámico. Dos de sus líderes, Haji Mohamed Zaman y Hazrat Ali eran rivales irreconciliables y, en lugar de dedicarse a la caza de Bin Laden, aprovecharon la coyuntura para resolver disputas internas e intentar hacerse con el control de la región de Jalalabad. Según una investigación del periódico estadounidense The Christian Science Monitor, el propio comandante Hazrat Ali dejó escapar a militantes de Al Qaeda y puso a controlar las posibles vías de escape a un subordinado que había trabajado antes para Bin Laden. Ali reconoció a la BBC que muchos de sus hombres traicionaron a EEUU: "Fue muy difícil porque todos simpatizaban con Osama. El dio armas a la gente, les dio dinero; todas las casas de las montañas cooperaron con él."

La compleja red de apoyos con que Al Qaeda contaba en la región pastún, a un lado u otro de la frontera, fue determinante para que su líder pudiese huir y, probablemente, para que haya sobrevivido todos estos años. El territorio que el periodista Robert D. Kaplan ha llamado "la frontera sin ley" tiene unos 1.500 kilómetros de largo y 150 de ancho. Es un conjunto de montañas áridas y valles profundos salpicados de pequeñas aldeas. Sus habitantes son pastunes -la mayoría de los talibanes pertenecían a esta etnia- y se rigen por un código milenario, el pastunwali, que domina todos los aspectos de su vida. Tienen su propio sistema judicial, sus propias milicias y la autoridad de los gobiernos de Pakistán y Afganistán raramente se impone. Junto a la agricultura y la ganadería, las principales fuentes de subsistencia han sido tradicionalmente el secuestro, el contrabando y el tráfico de drogas. Los indómitos habitantes de la región han utilizado los pasos fronterizos entre los dos países en todas las guerras en las que han combatido, ya sea contra los ingleses, los soviéticos o los estadounidenses.

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