¿Reconciliación o reintegración?
Mejor no andarse con rodeos en este asunto. Hoy por hoy, es una quimera pensar que pueda llegarse a un acuerdo con los más destacados dirigentes de la insurgencia talibán o con los de otros grupos armados menos extendidos que operan en Afganistán, como la llamada red Haqqani, Hezb i Islami, Therik Nifaz Shariat e Muhammadi y Hezb i Islami Khalis. No hay reconciliación posible. Todos aspiran a derrocar al Gobierno de Kabul y poner fin a la presencia de occidentales en dicho país, ya sean militares o cooperantes. Casi todos tienen establecidos sus nodos de mando en el contiguo territorio paquistaní, entre Baluchistán y Waziristán del Norte. Y varios de ellos han desarrollado una más que estrecha relación con Al Qaeda, que en algún caso se remonta a la década de los noventa, hasta el punto de que esta estructura terrorista se ha insertado en el entramado insurgente que configuran.
Así, por ejemplo, los líderes de Al Qaeda se refieren habitualmente al mulá Omar, jefe de los talibanes de Afganistán, como Emir de los Creyentes, y sus responsables territoriales en dicho país tienen por norma expresarle pleitesía. Al Qaeda, por su parte, ha colaborado desde Pakistán con los cabecillas de la red Haqqani en la preparación y ejecución de notables atentados en suelo afgano. Además, ni el propio mulá Omar, ni el mulá Berader, ni Siraj Haqqani, ni Gulbuddin Hekmatyar, que están ideológicamente comprometidos con su particular visión deobandi del mundo, se perciben a sí mismos como perdedores. Más bien al contrario, creen ir ganando. Lo que desaconsejaría por razones de índole técnica plantearse negociar con ellos en las actuales circunstancias. Y ni siquiera han acreditado voluntad de acuerdo alguno, otro de los requisitos esenciales para ese tipo de tratativas.
Además, la reciente experiencia paquistaní puso de manifiesto lo contraproducente de negociar con los talibanes. Tras sucesivos acuerdos con ellos, la situación no hizo sino empeorar durante cinco años. En ese periodo, dichos extremistas se fortalecieron y organizaron mejor, ejerciendo su dominio sobre colectividades cada vez mayores dentro de las zonas tribales y una creciente influencia fuera de ellas, incluido en Afganistán. Las negociaciones no los apaciguaron, más bien al revés. Una y otra vez, los talibanes paquistaníes utilizaron esos procesos como oportunidades para avanzar en pos de sus fines. Con la formación de Therik e Taliban Pakistan, se convirtieron en un grave desafío para la estabilidad política y la cohesión social de un país dotado de armas nucleares, donde en la actualidad se encuentra Al Qaeda y que es epicentro del terrorismo global.
Mucho más razonable que pretender una negociación con los talibanes y los principales grupos armados en Afganistán resultaría poner en práctica un plan destinado a modificar las actitudes y las conductas de segmentos medios e inferiores de la insurgencia, y con ello de sus bases de apoyo popular. Hay dos factores que aconsejan estas iniciativas de reintegración. Por una parte, muchos de los afganos que en este momento se encuentran alzados en armas están menos motivados por la religión que por incentivos selectivos tales como obtener recursos económicos o evitar ser objeto de represalias. Por otra, en demarcaciones reducidas, como localidades y distritos, es verosímil reorientar las percepciones y los comportamientos de esos sectores medios e inferiores de la insurgencia, facilitando que la población local se revuelva contra los talibanes o que éstos sean derrotados en dichas zonas.
Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.
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