_
_
_
_
_
LA CAÍDA DEL PRESIDENTE FILIPINO

Gloria Macapagal jura como presidenta de Filipinas tras la dimisión forzada de Estrada

Miles de personas marcharon sobre el palacio de Malacañang y exigieron la caída del Gobierno

Ramón Lobo

Abandonado por su Gobierno, que dimitió en bloque el viernes, por el jefe del Ejército, general Ángelo Reyes, por el poder judicial y por los parlamentarios que lo defendieron casi hasta el final, el presidente de Filipinas, Joseph Erap Estrada, cedió al fin, 'por el bien de la nación', a la presión de decenas de miles de manifestantes que en las primeras horas de ayer marcharon sobre el palacio presidencial de Malacañang. Erap abandonó sin alharaca, rodeado por una cohorte de amigos y soldados que lo aclamaban. Su rival política y hasta ayer vicepresidenta, Gloria Macapagal Arroyo, juró como nueva jefa del Estado.

Estrada, cuyo futuro está entre el procesamiento y el exilio, navegó en una barcaza por la bahía de Manila hasta el barrio metropolitano de San Juan, donde se inició en la política como alcalde. Allí, al calor de sus convecinos, que lo apretujaban y besaban como a un santo, el que fuera senador, vicepresidente, presidente de la República y, sobre todo, afamado actor comenzó a sufrir el sinsabor de la derrota.

Las últimas horas de lo que los ciudadanos de Manila llaman people power II en recuerdo de la revuelta popular que acabó con el régimen del dictador Ferdinand Marcos, en 1986, han sido trepidantes. Al despertar el viernes, Estrada, de 62 años, parecía tener ganada parte de la guerra por su supervivencia política. El Senado había rechazado el martes, por 11 votos contra 10, una petición cabal de los investigadores para conocer los movimientos de las cuentas bancarias del presidente, en las que rastreaban las entradas y salidas de 60 millones de dólares supuestamente amasados de forma ilegal. Los fiscales, todos miembros de la Cámara baja, presentaron su renuncia como protesta. Sin acusadores en activo, el proceso de destitución quedó bloqueado el miércoles. Más importante aún era el dato de que Estrada conservaba suficientes fieles en la Cámara alta para impedir su destitución legal, para la que se necesitaban dos tercios: 15 de los 22 senadores.

Ante este golpe, la oposición (una amalgama de antiestradistas que incluía a la vicepresidenta Gloria Macapagal Arroyo; la ex presidenta Corazón Aquino; el ex presidente Fidel Ramos; el cardenal primado, Jaime Sin, y una ringlera de políticos que habían abandonado a Estrada en las últimas semanas) convocó el viernes a los filipinos a la calle y dio un ultimátum al presidente: debía dimitir antes de las seis de la mañana del sábado (once de la noche del viernes, hora peninsular). Este gran órdago contaba con el apoyo expreso de un sector del Ejército al que se había cortejado la víspera. Fidel Ramos, quien fue jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa tras la caída del dictador Ferdinand Marcos en 1986, estuvo a cargo de esos contactos entre bambalinas. Los fieles de Estrada criticaron estos movimientos, que tildaron de sedición, llamamiento a un golpe de Estado o simplemente de propuesta inconstitucional.

El general Ángelo Reyes, de 55 años, dio la puntilla a Estrada en la tarde del viernes. A dos meses de su paso a retiro, el militar se aseguró la obediencia y neutralidad de la institución primero y comunicó después al presidente y a la oposición su apuesta por el cambio. Junto al general Reyes mudó de bando un buen número de oficiales.

Sin la institución armada, Estrada comprendió que era el final. Mientras que el jefe de su guardia, el comandante Lito Tabangcura, advertía a la oposición de los graves riesgos de su actitud ('cuando arriben a la puerta del palacio habrá un baño de sangre'), Estrada conversaba por teléfono, en la madrugada del sábado, con su asesor espiritual. Mariano Velarde, un evangelista conocido por Mike, quien le alentó a dimitir. En un penúltimo intento por aplazar el colapso, Estrada, emulando a Alberto Fujimori, anunció el viernes la convocatoria anticipada de elecciones presidenciales en mayo, con la promesa de no concurrir, pero la idea fue repudiada por Macapagal Arroyo.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El ejemplo de Nixon

El último cartucho, pocas horas antes de expirar el ultimátum opositor, fue reclamar una amnistía a cambio de su dimisión. También le fue negada esa salida. A las seis y media de la mañana del sábado, media hora después de finalizar el plazo, unas 3.000 personas, con banderas rojas y filipinas, iniciaron una entusiasta marcha sobre Malacañang. Eran la vanguardia juvenil; detrás empezaron a moverse otros miles, entre los que había monjas y gente de clase media. El pulso final estaba echado. De la avenida de Epifanio de los Santos (conocida por las iniciales EDSA y donde hace 14 años se maquinó la quiebra del autócrata Marcos) al palacio presidencial apenas hay 10 kilómetros. A esa hora, Estrada, según su portavoz, Ike Gutiérrez, tomaba el desayuno con su familia. 'Él está aquí, y está muy triste', admitió. Horas antes, este mismo portavoz había desmentido que Estrada y su familia se hubieran fugado de palacio a bordo de un blindado militar.

Gloria Macapagal anunció que juraría como nueva presidenta a mediodía, independientemente de lo que decidiera Estrada. Poco antes de esa hora, el presidente elegido en las urnas en 1998, acusado de graves delitos de corrupción, tiró la toalla. Sin firmar su cese, sin huir a Hawai como Marcos, Estrada optó por el remedo asiático de Richard Nixon. Sonriente, vestido con una cazadora beis, avanzó sin prisa entre su personal de palacio, dispensando apretones de manos o abrazos según el rango de amistad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_