El acoso a las pasajeras de coches compartidos, la última forma de agresión a las mujeres en Egipto
La muerte de una joven cuando huía del intento de secuestro de un conductor suscita un debate sobre el machismo en el espacio público. Algunas aplicaciones ofrecen transporte solo para usuarias
Durante años, Shatha el Khouli ha evitado conducir su propio coche por El Cairo, la congestionada capital egipcia, aprovechando el creciente número de aplicaciones de transporte compartido que compiten en este mercado. Estos servicios resultan más caros que conducir por el caótico tráfico de la ciudad, pero pensó que la seguridad que prometen ―mediante la supuestamente cuidadosa selección de sus conductores― no tiene precio, en un país donde, según el Barómetro Árabe publicado en diciembre de 2019, el 63% de las mujeres habían sufrido algún tipo de acoso sexual en los anteriores 12 meses.
Sin embargo, una serie de incidentes recientes han llevado a esta farmacéutica de 34 años a dejar de usar estas apps. “Ahora voy en coche a todas partes, aunque esté agotada [para conducir]”, explica en una conversación telefónica. “He desinstalado esas aplicaciones y, si alguna vez me viera obligada a subir a uno de esos coches, me agarraría a la manilla de la puerta y me pegaría a ella”, añade.
El Khouli, como otras egipcias, vive con más miedo desde la muerte, en marzo, de Habiba al Shamma. Esta joven de 24 años murió como consecuencia de las heridas que sufrió, semanas antes, al arrojarse de un coche en marcha que había reservado a través de una aplicación de transporte. Antes de perder el conocimiento, contó a un peatón que corrió a ayudarla que el chófer había intentado secuestrarla. Un tribunal confirmó la acusación en abril y condenó al conductor a 15 años de prisión por intento de secuestro, posesión de estupefacientes y conducción bajo los efectos del alcohol.
Aliaa, una estudiante universitaria de 21 años, relata que hace unos meses había reservado un viaje a casa en El Cairo cuando el conductor tomó una carretera desconocida y activó los cerrojos del vehículo, lo que le causó pánico. “Llamé a mi madre y la puse en el altavoz del teléfono, y ella amenazó al conductor diciéndole que era capaz de rastrearnos porque yo le había enviado la localización. Enseguida retomó el camino habitual hasta mi casa y me dejó allí sana y salva. Desde entonces, no he vuelto a subir a ninguno de estos vehículos sola”, confiesa la joven, que pidió que se la identificara con un seudónimo.
“Las organizaciones no gubernamentales llevan años denunciando el problema de la violencia contra las mujeres, pero durante mucho tiempo se negó que esta existiera”, afirma la activista feminista Azza Kamel. Y es que en el pasado, matiza, no existían las redes sociales para situar estas cuestiones en la agenda pública. En las semanas siguientes a la tragedia de Habiba al Shamma, otras pasajeras que habían escapado por poco al secuestro por parte de conductores de este tipo de servicios compartieron en las redes sociales sus testimonios. Estos incidentes no solo han provocado llamamientos a boicotear aplicaciones como Uber, sino que también han reavivado el debate en torno a la preocupación de las mujeres egipcias por su seguridad en los espacios públicos y las formas de violencia de género a las que se enfrentan en las calles.
Tras hacerse viral el caso de Habiba al Shamma, Uber hizo público un comunicado en el que mostraba su intención de “seguir luchando contra todas las formas de abuso y violencia sexual”. En mayo, tras conocerse varias denuncias de supuestos intentos de secuestro o de acoso por conductores, un alto ejecutivo de Uber pidió al Parlamento egipcio que permitiera a la empresa acceder a la base de datos del Gobierno, para verificar si los conductores tienen antecedentes penales, según el medio estatal Ahram Online.
Kamel es crítica con estas empresas de transporte compartido: “Son responsables de proteger a las mujeres eligiendo cuidadosamente a sus conductores, pero estos se presentan con documentos falsos que la empresa no verifica adecuadamente”.
Al calor del descontento de las usuarias, han surgido en Egipto empresas de transporte con mujeres como conductoras como Wasaleeny, que se presenta con el lema “Viajes seguros para ellas” y especifica, en su sitio web, que los hombres no pueden utilizar estos coches excepto si están acompañados de sus familias. La aplicación incluye un sistema por el que las viajeras pueden pedir ayuda a sus contactos, retransmitiendo vídeo y audio (que se descargan posteriormente en la aplicación) y su localización en tiempo real.
Una lacra que dura años
Egipto, el país más poblado del mundo árabe, ocupa el puesto 135 de 146 Estados en el informe mundial sobre la Brecha de Género 2024 del Foro Económico Mundial, y el puesto 140 en la escala de participación y oportunidades económicas. Según los expertos, la violencia machista a la que están sometidas las mujeres es uno de los factores que afectan a sus oportunidades.
“A las mujeres no se les permite vestir como quieren. Se las obliga a tomar determinados caminos y no otros. Ni siquiera las opciones de desplazamiento, supuestamente más seguras a cambio del dinero que pagan, las protegen. Sus opciones para viajar se ven limitadas por la seguridad, o la falta de ella”, reitera Yasmen Abu Raya, fundadora de una organización sin ánimo de lucro que pretende empoderar a las mujeres. “Una mujer opta por empleos diurnos y rechaza los nocturnos, y esto también afecta a sus decisiones sobre trabajo y vivienda en función de la ubicación”, prosigue, y añade que las egipcias de las zonas rurales se ven alejadas de las oportunidades de educación y empleo en las ciudades por temor a su seguridad en la calle.
“La sociedad patriarcal impone su autoridad y su poder sobre las mujeres y sus cuerpos”, señala Kamel. “La idea de que una mujer esté en un lugar público lleva a algunos a atacarla”. Las mujeres, asegura, se animan cada vez más a hablar de estos temas en las redes sociales.
El problema del machismo en Egipto saltó a los titulares de todo el mundo hace más de una década, después de que se hicieran virales grabaciones de acoso y agresiones sexuales en grupo. Durante las protestas multitudinarias de la Primavera Árabe, nacidas en la plaza Tahrir de El Cairo en 2011, varios vídeos mostraron a hombres, a veces armados, rodeando a una mujer para separarla de la multitud, mientras la acosaban, agredían y violaban en público. Las víctimas eran rescatadas después de que otros intervinieran para salvarlas por la fuerza tirando de ellas, a menudo desnudas y traumatizadas. Algunas llevaban velo, otras no; eran egipcias y extranjeras; jóvenes y ancianas.
Aunque hay pocos datos relacionados con la violencia sexual en la región, un estudio de la ONU de 2013 revelaba que el 99,3% de las niñas y mujeres entrevistadas en Egipto declararon haber sufrido algún tipo de acoso sexual en su vida. Según el mismo informe, el 86,5% se sentían inseguras en el transporte público. Más recientemente, en 2019, el Barómetro Árabe recogía que un 63% de las mujeres encuestadas habían sufrido acoso sexual el año anterior, un porcentaje que aumentaba hasta el 90% entre las jóvenes de 17 a 28 años y al 85% entre las de 29 a 40 años.
Estos incidentes dieron pie a una serie de iniciativas sociales y comunitarias para combatir a los acosadores, entre ellas una llamada “Yo vi el acoso”, cofundada por Kamel. En 2014, se introdujeron dos cláusulas legales a raíz de los incidentes ocurridos en la plaza Tahrir que, según la abogada Hala Doma, supusieron un gran avance, ya que tipificaron el acoso sexual como delito por primera vez en Egipto. “Gracias a estas leyes, la mayoría de las formas de violencia sexual contra las mujeres se convirtieron en delitos graves, no faltas leves, con penas severas”. El acoso sexual está castigado con hasta cinco años de cárcel.
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