La pelea por sobrevivir de los niños huérfanos de la covid en Perú

El Estado andino es en el que más niños han perdido a uno o ambos padres a causa del coronavirus y registra también la tasa más alta de trabajo infantil en la región

La casa de Gabriela Zárate, una mujer peruana con cinco hijos que se hizo cargo de sus cuatro sobrinos cuando su hermana falleció a causa de la covid en 2020.CESAR CAMPOS

A Anahomi Díaz Pardo la fatalidad la obligó a ser el sostén de su familia cuando todavía jugaba con muñecas. A los 13 años, en junio de 2020, le tocó padecer la agonía de la mujer que le dio la vida por un virus entonces desconocido que confinó al mundo y para el que (en aquel momento) no existían vacunas. Rosinevi, su madre, murió a los 40 años de covid-19, sin siquiera poder ser atendida en un hospital. Los centros de salud habían colapsado y sus pulmones, aquejados por insuficiencia respiratoria, no aguantaron más.

El 31 de diciembre de 2021, un año y medio después, cuando aún estaba asimilando que no volvería a abrazar a su madre, su padre fue acuchillado durante un asalto. Mientras las familias, vestidas de amarillo como es tradición para recibir el Año Nuevo, esperaban la medianoche para abrir el champán, comer 12 uvas y dar una vuelta a la manzana con un par de maletas, Anahomi recibió el 2022 conmocionada, sin entender por qué el destino se había ensañado con los suyos. Su padre sobrevivió, pero los médicos tuvieron que amputarle la pierna izquierda al cabo de cinco operaciones.

“Siempre me las busco para ayudarlo”, dice esta adolescente en una tarde de fines de junio, en su casa en San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de Lima. Un lugar humilde donde las habitaciones, el cuarto de estudio, la sala y el comedor son un solo espacio. En dos camas contiguas duermen Marco, su padre, quien ya se ha resignado a movilizarse en muletas, y Freddy, su hermano mayor de 19 años, que tiene autismo. Al lado de la cocina está la habitación, donde solo cabe su cama.

La madre de Anahomi Díaz Pardo falleció durante la primera ola de la pandemia y desde entonces ha quedado a cargo de su padre, impedido, y su hermano mayor, con autismo. En su habitación en su vivienda en San Juan de Lurigancho (Lima) apenas cabe su cama.Cesar Campos
Anahomi Díaz, de 16 años, es beneficiaria de la pensión por orfandad para los menores que perdieron a uno o ambos progenitores por la covid-19, del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (Inabif), unos 100 euros cada dos meses. Cesar Campos
La joven Anahomi Díaz trabaja desde muy pequeña vendiendo gelatinas, tequeños, cortando cierres de pantalones y también colocando afiches publicitarios.Cesar Campos
A Marco Díaz Vásquez le amputaron su pierna izquierda después de sufrir un ataque en 2022. Su hija pequeña fue la 'enfermera' durante su recuperación. Se preocupaba por darle todas sus pastillas y llevarlo a su rehabilitación, así como ayudarlo con su aseo.Cesar Campos
El Inabif ha extendido la subvención para los huérfanos hasta que cumplan los 21 años, siempre y cuando acrediten que están cursando estudios superiores. Cesar Campos
Freddy (19 años), el hermano mayor de Anahomi, tiene autismo. La familia dice que dejó de hablar durante varios meses, tras la muerte de su madre en la primera ola de la pandemia. Cesar Campos
Anahomi Díaz ha llenado la casa de mensajes bíblicos. Se aferra a la fe. Parafraseando a una cita bíblica, dice que su padre debe mantener la fortaleza para sacar adelante a la familia: “Por la fuerza del buey habrá abundancia de pan”. Cesar Campos
Como el padre, Marco Díaz Vásquez, está imposibilitado para continuar con su trabajo en una empresa de limpieza después de la operación por la que amputaron una pierna, ahora cría pollos, gallos y gallinas en un corral improvisado al fondo de la casa. Algunos los vende, pero la mayoría son para autoconsumo. Cesar Campos

Perú, con 32 millones de habitantes, ocupa el triste primer puesto con la tasa más alta de huérfanos a causa de la covid-19 en el mundo. En total, 10,2 menores por cada 1.000 han perdido a uno o ambos progenitores. Según un estudio publicado en The Lancet, son aproximadamente 100.000. Si a este revés se le suman carencias de larga data como la desnutrición crónica —que ataca a 12% de los menores de cinco años— o la anemia —que afecta al 46% de los pequeños entre los 6 y 36 meses—, la infancia se encuentra en situación muy vulnerable. Tanto es así que el país andino lidera otra sombría estadística: alrededor de 1,27 millones de niños y adolescentes salen a las calles o al campo a trabajar, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), lo que le sitúa a la cabeza de este problema en la región.

El 10,8% de los adolescentes del país de entre 14 y 17 años ha abandonado los estudios y solo se dedica a trabajar, mientras que el 22% estudia y a la vez se busca la vida en oficios de construcción, comercio y agricultura, principalmente. Anahomi Díaz pertenece a ese segundo grupo. Si bien no ha realizado labores forzosas, desde segundo de secundaria vende gelatinas, tequeños y sándwiches que ella misma prepara. Hace algunos meses empezó a despacharlos en el mismo instituto público en el que estudia enfermería a sus 16 años. Además, en ocasiones se gana unos soles pintando y estampando carteles publicitarios, y cada tanto cose cierres de pantalón en una iglesia evangélica.

El Estado peruano entrega una ayuda de 400 soles (unos 100 euros) cada dos meses a todos aquellos menores de edad que perdieron a por lo menos uno de sus padres o cuidadores a causa del coronavirus en pandemia

Su padre, imposibilitado de seguir fregando pisos en una empresa de limpieza, cría pollos, gallos y gallinas en un corral improvisado al fondo de la casa. Algunos los vende a 80 soles (20 euros) y otros son para su propia olla. Uno de sus sustentos más importantes proviene de un apoyo económico que el Estado peruano entrega desde el 2021 a todos aquellos menores de edad que perdieron a por lo menos uno de sus padres o cuidadores a causa del coronavirus en pandemia. Son 400 soles (100 euros) cada dos meses los que recibe cada huérfano. De acuerdo con el Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (Inabif), el número de beneficiarios acumulados hasta la fecha ―tomando en cuenta a quienes ya dejaron de percibirlo— es de 54.398. El alcance se amplió en febrero de 2022, cuando a través de un decreto ley se decidió incluir a niños cuyos padres no necesariamente fallecieron de SARS-CoV-2.

Javier Álvarez, representante de Unicef en Perú, saluda esta iniciativa, aunque tiene algunos reparos con el riesgo de “institucionalizar” a estos niños. “Los terminamos metiendo en un sistema donde se acaban convirtiendo en clientes a largo plazo del Estado. Y falta el afecto, falta la red de apoyo, falta la familia. Se debe intentar que estos niños sigan dentro de la escuela, tengan un proyecto de vida, que no se acerquen a temas de embarazo adolescente y que no sean víctimas de la violencia. Ese es el reto”, anota.

Las ayudas, además de garantizar un cierto sustento, sirven de colchón para que los chavales que han quedado huérfanos no se vean obligados a trabajar para subsistir, algo que ya es muy común en el país. “Hay algo cultural, antropológico, de normalización del trabajo infantil”, opina Álvarez. “Hay también una alta informalidad del mercado laboral. Todo eso lleva a que muchos de los niños que están trabajando no salgan jamás de esa informalidad y no vean la educación como un ascensor social que pueda sacarles de la pobreza y se vean abocados más bien por empleos de poca calidad sin cobertura social”. Una precariedad que se prolonga y agrava en la edad adulta, de tal modo que tres de cada cuatro peruanos trabajan en condiciones de informalidad.

Gabriela Zárate Mucha no desea tal futuro para su familia, un batallón de nueve integrantes sin contar a su esposo. Desde el 3 de julio de 2020, cuando su hermana Katherine falleció debido a un coronavirus que la consumió en cuestión de días, cada vez que sale a la calle con sus críos la gente la mira con extrañeza y le pregunta con malicia que por qué tantos hijos. A sus 31 años, esta mujer se hace cargo de los cinco niños que nacieron de su vientre y de los cuatro hijos de su hermana, a quienes no es capaz de llamar sobrinos. Fue el último deseo de Katherine.

Desde que la hermana de Gabriela Zárate falleció a causa de la covid-19 en 2020, ella se hizo cargo de sus cuatro sobrinos que quedaron huérfanos.CESAR CAMPOS
Los cinco hijos de Gabriela Zárate, los cuatro de su hermana, ella y su esposo, forman una familia multitudinaria de 11 en Villa El Salvador, al sur de Lima. CESAR CAMPOS
El matrimonio y los niños a su cargo sobreviven de los ingresos que obtienen prestando servicios de mototaxi y la venta de chatarra. CESAR CAMPOS
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática de Perú, el 10,8% de menores de edad trabajadores de entre 14 y 17 años ha abandonado los estudios y solo se dedica a trabajar.CESAR CAMPOS
Para Javier Álvarez, representante de Unicef en Perú, es más recomendable que los huérfanos de la covid crezcan al calor del afecto de su familia extensa en vez de ser “institucionalizados”. Y, sobre todo, que continúen su formación. CESAR CAMPOS
El dormitorio de la casa fue una donación de una iglesia evangélica. Todos comparten la cama. Duermen tres por cada colchón. CESAR CAMPOS
Algunos de sus hijos estudian en el mismo salón con los sobrinos que considera como hijos suyos. Todos son menores de edad. CESAR CAMPOS
La gran diversión de la familia es sentarse a ver películas en DVD y salir a jugar al parque. CESAR CAMPOS

Al otro extremo de la ciudad, en Villa El Salvador, en la zona sur, se ubica su casa de un solo baño, donde cada mañana los niños tienen cinco minutos como máximo para asearse y alistar sus cosas para ir el colegio. Un hogar donde todo debe administrarse y racionarse con precisión. Por ejemplo, las dos camas y el único camarote. O la comida. Si no fuera por un comedor popular donde cada menú se lo dejan a menos de un dólar, el apoyo de los Centros de Desarrollo Integral de la Familia (Cedif) de Inabif, y el beneficio económico que les da el Estado, alimentar a tantas bocas sería más angustiante de lo que ya es.

Zárate y su esposo alquilan un mototaxi a diario, que exprimen de sol a sol para obtener las mejores ganancias posibles, pero además se dedican al reciclaje de cartón, plástico y fierro, oficio en la que antes incluían a los chicos. Solían salir en parejas a buscar en las esquinas, plazas y parques. Pero se han dado cuenta de que no vale la pena el esfuerzo: por 10 kilos de plástico apenas les daban un sol (0,28 centavos de dólar). También han vendido hamburguesas y dulces. Pero esta señora, que le da el pecho a su bebé de un año y medio, se ha mentalizado de que solo los adultos serán quienes busquen los reales en su hogar. “No van a trabajar hasta que acaben la escuela. Nos estamos desviviendo por ellos. Hay gente que me dice que Dios me va a bendecir, porque así nomás nadie asume algo así; y yo creo que así será”, dice, con un suspiro.

Virginia Rojas García, portavoz de Inabif, señala que la situación de orfandad no es la única causa del trabajo infantil, pues “existen muchos niños que, aun teniendo sus padres, viven en las calles trabajando”. Pero sí es un factor de vulnerabilidad, agrega. Álvarez, de Unicef, hace un llamamiento a atajar los problemas crónicos que impiden el normal desarrollo de los más pequeños y les mantienen al borde del precipicio ante cualquier adversidad, como lo es perder a sus cuidadores. Para él es especialmente crítico acabar con la desnutrición crónica, por falta de una alimentación nutritiva antes de los cinco años y que, una vez detectada, es irreversible. “Un niño desnutrido va a tener una desventaja psicosocial, psicoemocional y física durante el resto de su vida y se convertirá en un cliente habitual del sector salud que le costará mucho al Estado. Pero esto no solamente se tiene que mirar desde un punto de vista economicista, sino sobre todo desde la perspectiva del niño, de un proyecto de vida truncado. Por eso la inversión en la niñez está más que justificada”, concluye.

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