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Un burdel como hogar en Malaui

En el país africano, es habitual que las trabajadoras sexuales críen a sus hijos en prostíbulos, a pesar de que saben que no son lugares seguros para los niños

Alinafe, 27 años, sostiene en brazos a Tamanda, su hija de 15 meses, en la habitación del burdel donde ejerce la prostitución. Alinafe no puede dejar a Tamanda a cargo de nadie y suele atender a sus clientes mientras la pequeña duerme a su lado.DIEGO MENJIBAR
Las chicas que trabajan en este burdel hacen toda su vida dentro: cocinan, lavan la ropa y ganan un sustento económico a cambio de sexo. En la foto, ropa tendida en el patio del lugar.DIEGO MENJIBAR
Upendo, 25 años, mira por la ventana de la habitación del burdel, donde vive y ejerce la prostitución. Si se queda embarazada, cuenta, se irá del lugar, porque no quiere que su hijo crezca allí dentro. En los tres años que lleva en el negocio ha sido testigo de los riesgos que conlleva criar un niño en un burdel, y describe las condiciones insalubres en las que viven otras mujeres como “insoportables para los bebés”.DIEGO MENJIBAR
Las habitaciones del burdel están cubiertas con los números de teléfono de los clientes que han pasado por allí. En Malaui, donde no hay ninguna disposición legal que tipifique como delito la venta de servicios sexuales, ONUSIDA estima que hay unas 36.100 prostitutas.DIEGO MENJIBAR
La ropa de Upendo cuelga en las paredes de su habitación. Cuando no tienen nada en el bolsillo, los clientes pueden exigir a las jóvenes relaciones sexuales sin protección a un precio más alto, lo que las expone a tener hijos no deseados y a contraer enfermedades de transmisión sexual. La más temida: el VIH.DIEGO MENJIBAR
Alinafe (centro) pasa el tiempo con otras dos chicas dentro del burdel y con su hija Tamanda, de 15 meses. “La única esperanza que tengo de sacarla de aquí es casarme y dejar este trabajo”, cuenta. En Malaui, la tendencia de las prostitutas a criar a sus hijos en burdeles es habitual, a pesar de que saben que estos lugares no son seguros para los niños.DIEGO MENJIBAR
Chimwala, de 22 años, posa para un retrato en la puerta de la habitación donde ejerce la prostitución, en una localidad cercana a la ciudad de Nkhotakota, en la región central de Malaui.DIEGO MENJIBAR
Los zapatos de Chimwala cuelgan en la pared de su habitación. Esta chica tiene 22 años y un hijo de cuatro que vive con su abuela. "En este oficio, quedarse embarazada es una posibilidad y si vuelve a ocurrir lo aceptaré, me quedaré con el embarazo y viviré con el niño aquí".DIEGO MENJIBAR
Estas son algunas de las pertenencias de Chimwala: una cartilla sanitaria, cerillas, una cuchilla de afeitar, preservativos y una bolsa con antiinflamatorios (ibuprofeno).DIEGO MENJIBAR
Uno de los clientes que frecuenta el lugar. Las mujeres y sus hijos tienen que convivir en un entorno frecuentado por hombres alcoholizados. La discriminación y el estigma para integrar a los hijos de las prostitutas en la sociedad sigue siendo un reto para el país.DIEGO MENJIBAR
Todas las chicas cocinan su comida dentro del burdel. En un rincón de la habitación, Roozani guarda la harina de maíz con la que elabora la 'nsima', la comida más popular y barata de Malaui.DIEGO MENJIBAR
Las chicas pasan las horas en el burdel esperando a los clientes. En la foto, una de ellas espera tumbada frente a la habitación donde duerme y trabaja.DIEGO MENJIBAR
Este es el bar donde los hombres del pueblo van a beber. Detrás de las esteras de caña se encuentran las habitaciones donde residen las prostitutas. Este, concretamente, tiene un total de ocho.DIEGO MENJIBAR
Un top tirado en el suelo de tierra del burdel. Las chicas viven allí las 24 horas del día y las que no tienen otra posibilidad crían dentro a sus hijos.DIEGO MENJIBAR