Cuarentena a la mexicana
El Gobierno federal y los gobernadores, bajo presión de empresarios y comerciantes, anuncian planes de “desescalada” pese a que contagios y fenecimientos entraron en su fase exponencial
Estamos por cumplir tres meses de cuarentena. O, al menos, de la versión nacional de una cuarentena, que implica que salga a la calle quien no tiene más remedio, porque si no trabaja se queda sin comer, pero también quien ya se aburrió de estar metido en su casa y quiere darse una vuelta y orearse, o el que nomás sale por “un momentito” y regresa a toserles a sus parientes y vecinos en la cara y a lo bruto porque, tal y como el presidente y su gabinete y parte de la población, no cree en los cubrebocas.
Y, bueno, por lo dicho y porque el destino parece estar siempre en contra nuestra, e...
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Estamos por cumplir tres meses de cuarentena. O, al menos, de la versión nacional de una cuarentena, que implica que salga a la calle quien no tiene más remedio, porque si no trabaja se queda sin comer, pero también quien ya se aburrió de estar metido en su casa y quiere darse una vuelta y orearse, o el que nomás sale por “un momentito” y regresa a toserles a sus parientes y vecinos en la cara y a lo bruto porque, tal y como el presidente y su gabinete y parte de la población, no cree en los cubrebocas.
Y, bueno, por lo dicho y porque el destino parece estar siempre en contra nuestra, en rubros que van del lanzamiento de tiros penales en un Mundial de fútbol al mantenimiento de cualquier clase de medidas de disciplina cívica, la cosa en México no pinta bien. Y la situación mundial tampoco ayuda. Mientras la covid-19 parece batirse en retirada, al menos a gran escala, en parte de Asia y Oceanía y Europa, en donde la “nueva normalidad” opera a todo lo que da y las famosas “curvas” de contagio y letalidad ya se van aplanando (no sin rebrotes, pero es la tendencia), en nuestro lado del mundo la enfermedad se encuentra en su pináculo. La propia OMS lo reconoce: la trinchera central de la lucha contra la pandemia está, hoy por hoy, en América.
Estados Unidos y Brasil, los dos países más poblados de nuestro continente, son también los dos que tienen las cifras más altas de víctimas mortales a causa de la covid-19 en todo el planeta (y suman ya más de 150 mil decesos entre ambos). Nosotros ocupamos, por ahora, el séptimo sitio en ese macabro listado de fallecimientos en el orbe, con cerca de 17 mil. Algunos pretenden relativizar este hecho y exigen que la lista se exprese en términos de muertes por cada cien mil habitantes, cosa que puede que sea muy útil para la estadística pero no necesariamente para la realidad: por ejemplo, las 110 defunciones que se han producido en Luxemburgo, un país pequeño y próspero que tiene poco más de 600 mil habitantes en total, exceden en ese rubro a las de México (18 por cada cien mil luxemburgueses, contra 13 por cada cien mil mexicanos), pero nadie puede pensar que sus impactos sociales y en términos de avance de la epidemia sean de verdad comparables: en México, esas 110 personas que han expirado en Luxemburgo por culpa de la covid-19 en lo que va de toda la emergencia, mueren por la misma causa cada pocas horas.
Sí: cada muerte individual representa una tragedia y es imposible comparar una con otra como si se tratara de costales de naranjas. El hecho es que nuestras miles de víctimas (y eso sin contar con los subregistros, que el presidente y sus voceros primero negaron con vehemencia, luego minimizaron y ahora asumen resignadamente) son demasiadas. Y quizá falte lo peor por venir. Pues, ahora, el gobierno federal y los gobernadores, bajo la presión de empresarios y comerciantes (y de unos indicadores económicos en pleno colapso) han cedido y anuncian y ejecutan planes de “desescalada”, pese a que los contagios y fenecimientos entraron ya en su fase exponencial y el famoso “pico” en la curva de la pandemia nomás no llega, ni se acomide a hacerle buenas las predicciones al subsecretario Hugo López-Gatell (quien ha pasado, en pocas semanas, de ser ídolo de multitudes a tener una credibilidad similar a la de los locutores que anuncian el pronóstico del clima).
Cualquiera pensaría que, luego de estos tres meses de encierro, sería una locura salir en masa a las calles justo cuando las cosas están en su peor momento. Cualquiera que no sea el presidente de México y los gobernadores de los Estados, claro. La “desescalada” nacional ya comenzó. ¿Que el mapa estaba rojo, de acuerdo con el semáforo de riesgo que emitieron las mismas autoridades? Pues, por decreto, ahora la mitad del país está en naranja y se puede salir.
Y eso que, según el mismo subsecretario López-Gatell, si las cosas siguen como van podríamos alcanzar unas cifras terribles de alrededor de 35 mil fallecimientos. Y que, de acuerdo al modelo de curvas epidemiológicas del especialista en datos científicos del MIT Youyang Gu (que puede consultarse en covid19-projections.com), las tendencia podrían llevarnos incluso a un escenario peor, con más de cien mil víctimas. ¿Pero quién va a quedarse en su casa, si el presidente y los gobernadores nos dicen que salgamos “con cuidado” y “responsabilidad individual”, es decir, justamente las características que estaban escaseando entre nosotros desde el principio?