Una ciudad en duelo tras el asesinato de Nasralá: “No hay nadie como él, ¿quién lo va a suceder?”
Beirut se llena de silencio tras la confirmación del asesinato del líder de Hezbolá. La población chií dispara ráfagas al aire en señal de luto o rompe espontáneamente a llorar
Decenas de chiíes desplazados por los bombardeos israelíes esperan este sábado en las escaleras de la mezquita Mohammad Al-Amin de Beirut, la mayor del país. Han pasado la noche en calles o playas para acabar en la enorme plaza de los Mártires, siguiendo ese instinto tan humano de dirigirse, en los momentos de incertidumbre, donde se espera encontrar a más gente. La mayoría había escapado la víspera de Dahiye, el suburbio chií al sur de la capital, a raíz de algo que aún no sabían: la bomba israelí de una tonelada que oyeron había acabado con la vida de Hasan Nasralá, ...
Decenas de chiíes desplazados por los bombardeos israelíes esperan este sábado en las escaleras de la mezquita Mohammad Al-Amin de Beirut, la mayor del país. Han pasado la noche en calles o playas para acabar en la enorme plaza de los Mártires, siguiendo ese instinto tan humano de dirigirse, en los momentos de incertidumbre, donde se espera encontrar a más gente. La mayoría había escapado la víspera de Dahiye, el suburbio chií al sur de la capital, a raíz de algo que aún no sabían: la bomba israelí de una tonelada que oyeron había acabado con la vida de Hasan Nasralá, mucho más para ellos que el líder de Hezbolá. El ejército israelí lo había anunciado, pero aún no “el partido” y ellos, por definición, creen poco al primero y mucho al segundo. De repente, todo sucede: Hezbolá confirma la muerte de Nasralá; su cadena de televisión, Al Manar, interrumpe la información en directo y comienza a emitir rezos, y un motociclista cruza la calle gritando con una mezcla de rabia y orgullo: “¡Sayyed Hassan [su título honorífico] es un mártir!, ¡Sayyed Hassan es un mártir!”. Ráfagas de disparos al aire en señal de luto rompen el silencio mientras hombres, mujeres, niños y ancianos comienzan a llorar, se echan las manos a la cabeza o miran compulsivamente el teléfono. Es como si todos hubiesen quedado huérfanos al mismo tiempo.
Una mujer se levanta y comienza una perorata entre sollozos: “¡Sayyed no ha muerto, no ha muerto! Es demasiado pronto para que nos dejes… ¡Abu Hadi [por su primogénito, asesinado por Israel en 1997], ¿me oyes?, ¿me oyes?! No es verdad, Israel está mintiendo. Necesitamos seguir escuchando tu voz cada semana. No puede ser. ¡Prometiste que rezaríamos en Jerusalén, lo prometiste ¿Dónde están los líderes árabes mientras tú pasabas toda tu vida defendiendo Gaza? ¿Dónde?”.
No es la única en negación. La mayoría insiste en añadir un “si es verdad” al reaccionar a la noticia que acaba de dar el propio Hezbolá. Repiten las palabras habituales: “Dignidad”, “resistencia”, “Palestina”, “Jerusalén”... Pero ninguno se aferra ya al argumento de que la muerte es inevitable; el martirio, un honor; y “por cada caído, hay mil” dispuestos a sucederlo. Lo solían recalcar los seguidores de Hezbolá en estos últimos días de golpes israelíes sin descanso, tras cada asesinato de sus dirigentes o cada detonación a distancia de sus aparatos electrónicos. Hoy no.
“No hay nadie como él, ¿quién lo va a suceder?”, admitía confundido Ahmed Zefater, de 25 años. “Daba dignidad a los árabes, defendía a los palestinos, quería defender Al Aqsa [la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén]... Espero que no sea verdad. Si lo es, que Dios se apiade de él. Se ha sacrificado por Palestina y nos protegió a la vez del Estado Islámico y de Israel”.
Zefater no es un desplazado. Trabaja en la zona y la noticia le ha impactado tanto que se ha acercado a la plaza ―aún con gesto de incredulidad― para compartir su tristeza. O para que alguien le convenza de que todo es un sueño. Nasralá llevaba 32 años como líder y pocos pensaban que Israel adivinase dónde se escondía o se atreviera a disparar tan alto, como hizo en 1992 con su menos icónico predecesor, Abbas al Musawi. Nasralá era “el gran hombre de la resistencia”, como lo llama Hussein, de 32 años, chií, casado con una palestina y con un colgante en el cuello de la Palestina histórica.
Luto oficial
La conmoción ha pasado al ámbito político. El primer ministro, Nayib Mikati, ha declarado tres días de luto oficial que comenzarán el lunes, con banderas a media asta en todas las instituciones oficiales. El día del entierro cerrarán además las administraciones públicas, los ayuntamientos y las instituciones públicas y privadas, según el decreto oficial.
Otros líderes políticos de distintos credos han alabado la figura. Como el histórico líder druso Walid Yumblat, que lo ha incluido en la “larga caravana de mártires en el camino a Palestina”, o Michel Aoun, el expresidente maronita que lamentó la pérdida de “un líder distinguido y honesto”. En la provincia siria de Idlib, en cambio, el mayor reducto rebelde contra las fuerzas del presidente, Bachar El Asad (y sus aliados Hezbolá y Rusia), el asesinato se ha celebrado como una victoria, pese a ser obra de un enemigo común.
Beirut se ha convertido casi en una ciudad fantasma. Por supuesto, en Dahiye, el feudo de Hezbolá donde Nasralá fue asesinado y donde se pueden contar con los dedos de la mano los peatones y vehículos. Todas las tiendas están cerradas y se pueden ver edificios calcinados por los cada vez más frecuentes bombardeos. El ejército israelí lanzó la pasada semana su segundo bombardeo del año en Dahiye, tras dos décadas sin hacerlo; desde el viernes, bombardea el suburbio cada pocas horas, aprovechando la debilidad de Hezbolá para dar cada día una nueva vuelta de tuerca que hace años habría sido considerada tabú.
La carretera hacia el aeropuerto, siempre atascada, está prácticamente vacía y, en los laterales, se ve a desplazados cargando maletas, mantas y colchones. Llegaron del sur del país a Dahiye buscando un sitio seguro y ahora buscan otro. En Nabaa, un barrio chií pobre de Beirut, los hombres se congregan en la mezquita, de la misma forma que cuando se da el pésame, pero sin la familia. “Hoy es un día muy doloroso. Queremos estar solos”, se excusan. La radio de Hezbolá Izaat Al Nur trata de levantar los ánimos con arengas: “¡La bandera no caerá de la mano de la resistencia!”. No parece el sentir general.
No solo las zonas chiíes han quedado desiertas. Por miedo, tristeza o precaución, la gran mayoría de comercios en los barrios suníes o cristianos también han bajado la persiana. En el barrio suní de Hamra se ven más transeúntes, pero son en realidad desplazados chiíes o migrantes de países del subcontinente asiático o Etiopía.
En las pocas cafeterías abiertas, está encendida la televisión. El canal suele depender mucho del barrio. En Bourj Hammoud, históricamente armenio, Nabil Gregorian, de 60 años, elige MTV Líbano, claramente hostil a Hezbolá, como él, que baja la voz (la calle paralela ya forma parte de la chií Nabaa) para expresar su alegría. “Estoy contento. Nasralá nos estaba llevando al infierno, a convertirnos en parte del imperio persa. Todo este lío ha empezado porque dispararon contra Israel. Si no hubiese armas en el sur ni estuviesen metiéndole el dedo en el ojo todo el tiempo al vecino, este país estaría mejor. Además, si vamos a acabar haciendo la paz con Israel, ¿por qué no ahora? Espero que el que venga después de él lo entienda y no sea tan guerrero”.
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