‘Expresso’, la crónica de un país que viajó de la dictadura a la democracia
Los 50 años del semanario, fundado por Francisco Pinto Balsemão un año antes de la Revolución de los Claveles, reflejan la histórica transformación social y política de Portugal
Entre el lema de partida y el de llegada del semanario Expresso puede leerse la historia de los últimos 50 años de Portugal. El 6 de enero de 1973, aún con la dictadura vigente, se presentó como “el semanario de los que quieren saber”. Saber en una dictadura no es fácil, pero aquella frase era a la vez un compromiso con la libertad de expresión y un guiño a lectores que buscaban algo de verdad entre las líneas que filtraban los censores. Hoy, con más suscriptores digitales que ventas en papel y con el liderazgo nacional de podcast, se d...
Entre el lema de partida y el de llegada del semanario Expresso puede leerse la historia de los últimos 50 años de Portugal. El 6 de enero de 1973, aún con la dictadura vigente, se presentó como “el semanario de los que quieren saber”. Saber en una dictadura no es fácil, pero aquella frase era a la vez un compromiso con la libertad de expresión y un guiño a lectores que buscaban algo de verdad entre las líneas que filtraban los censores. Hoy, con más suscriptores digitales que ventas en papel y con el liderazgo nacional de podcast, se distribuye con esta declaración de intenciones: “Libertad para pensar”. De buscar lectores que quieren saber a buscar lectores que quieren pensar, ese también es el camino que va de la dictadura a la democracia.
El proyecto montado por Francisco Pinto Balsemão, una de las figuras portuguesas más audaces de las últimas décadas, capaz de combinar astucia empresarial, compromiso político y devoción periodística, no siempre logró hacer saber lo que quería. Desde su salida a la calle y hasta la Revolución de los Claveles, en abril de 1974, sufrió intromisiones de la censura en casi 2.000 textos. Por extraño que parezca, sortearon la criba algunos artículos impensables sobre el colonialismo como Un problema llamado Ultramar, firmado por Balsemão, principal accionista y primer director del semanario. Una rareza que se dio bien.
El empresario, que poco antes se había metido en política con la idea ingenua de democratizar la dictadura desde dentro, se inspiró en medios anglosajones como The Sunday Times y The Observer. Le gustaba la separación clara entre opinión e información, la proporcionalidad estricta entre importancia y tamaño de las noticias, las coberturas internacionales y la información económica. Se reservó el 51% de la empresa y la dirección. Dotó a la redacción de órganos claros como el estatuto editorial, con un mandamiento supremo: “Servir el interés nacional, independientemente del Gobierno que ocupe el poder”.
Mantuvo contra viento y marea el nombre que había pensado y que no le gustaba a nadie porque recordaba a un tren de medianoche. Fichó, entro otros, a Marcelo Rebelo de Sousa, un profesor de Derecho inteligente, hijo del ministro de Sanidad del régimen que acabaría siendo presidente de la República desde 2016 hasta nuestros días. Rebelo de Sousa fue el segundo director del Expresso, cuando Pinto Balsemão entró en el Gobierno de Francisco Sá Carneiro, al que sustituiría como primer ministro en 1981 tras su fallecimiento en un accidente aéreo.
Los desencuentros entre Rebelo y Balsemão son míticos. Baste decir que, en sus memorias, el fundador del Expresso compara la naturaleza del actual Jefe del Estado con la del escorpión del cuento de la rana y recuerda que, cuando Rebelo abandonó el semanario y le fue reclamada una deuda, envió el importe en billetes pequeños en una caja de zapatos. Esto, sin embargo, no ha obstaculizado la decisión de Rebelo de Sousa de conceder recientemente la Orden de la Libertad al Expresso y homenajear a su fundador: “Nunca quiso ser un monarca absoluto, ni entonces ni hoy. Esto es rarísimo en la sociedad portuguesa. Es su fuerza y la de su proyecto”.
Balsemão compara en sus memorias a Marcelo Rebelo de Sousa, segundo director del semanario, con el escorpión del cuento de la rana
La separación de los distintos mundos de Balsemão fue más compleja durante su etapa como primer ministro y líder del Partido Social Demócrata (PSD, centro derecha) que ayudó a fundar. Las críticas que recibió del Expresso, del que continuó siendo principal accionista, le hicieron ganar prestigio en el periodismo y perderlo en su partido. “En general decían: ‘Si él no manda en el periódico que fundó y que es suyo, ¿cómo va a mandar en el país?”, escribe en sus Memorias.
Tras medio siglo de vida, la cabecera goza de respeto generalizado, tanto nacional como internacional. “La mejor prueba de que el Expresso es independiente es que los portugueses de izquierdas dicen que somos de derechas y los portugueses de derechas dicen que somos de izquierdas”, ironiza su actual director, João Vieira Pereira, que nació 16 días después de la salida del semanario con este atrevido titular: “El 63% de los portugueses no han votado nunca”. En el país con la dictadura más larga de la Europa occidental, la cuarta parte de la población era analfabeta, buscaba la prosperidad en la emigración y soportaba tres guerras en Mozambique, Angola y Guinea-Bissau.
No solo fue traumática la censura de la dictadura, también los meses de llamado Proceso Revolucionario en Curso (PREC) que siguieron al 25 de Abril. En 1975 se nacionalizaron 300 empresas, bancos incluidos, se ocuparon tierras y se caminaba hacia la sovietización. “A medida que el Expresso se convertía en el único medio nacional no controlado por el Partido Comunista Portugués y sus aliados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas, el cerco se fue cerrando”, revive en sus Memorias Pinto Balsemão, que llegó a andar con pistola en el coche en aquellos días en que Portugal se asomó a la guerra civil.
Las idas y venidas entre la política y el periodismo forman parte de la idiosincrasia del medio, pero su actual director no ve que eso le maniate: “Creo que tengo más libertad aquí dentro que en otros medios de comunicación”. João Vieira Pereira, que entró en el semanario en 2006, tiene una historia propia para corroborarlo. Como periodista económico fue de los primeros en escribir sobre el caso del Banco Espíritu Santo, que acabaría desmoronando el imperio financiero industrial más poderoso de Portugal en 2014. El banco era el principal anunciante del Expresso. “Las únicas presiones que no recibí fueron las internas”, revive. Fue la única vez que sintió miedo aunque lo liberaba escribiendo cada vez más sobre el asunto. Fue también la única ocasión en que intentaron sobornarlo con una oferta de empleo de esas que llevan un salario que no se puede rechazar y que él rechazó.
Hubo también crisis profesionales como la salida de parte de la redacción para fundar el diario Público en 1990 o el ataque informático que sufrieron hace un año. También satisfacciones como asistir a un aumento de ventas en pandemia. “Fuimos los primeros en afirmar que se preveían un millón de afectados, nos atacaron muchísimo por sensacionalistas. La realidad probaría que fallamos por defecto”, recuerda su director.
La buena información tiene que pagarseJoão Vieira Pereira
Con una plantilla de 70 periodistas y dos corresponsalías fijas (Bruselas y Estados Unidos), el semanario tiene 48.000 suscriptores digitales y vende 44.000 ejemplares impresos. En lo digital es ya un diario que informa de lunes a domingo. “El papel no va a desaparecer, lo digital no matará a los periódicos como los podcast no matarán a la radio ni el streaming acabará con la televisión”, reflexiona João Vieira Pereira. “Creemos que la buena información tiene que pagarse, ese es el camino. El Expresso es rentable y quiere continuar siéndolo porque es la garantía de la independencia”, añade.
La revolución tecnológica y social ha impactado de lleno en los negocios periodísticos pero, a juicio del director, también revela que “necesitamos periodismo más que nunca”. En este medio siglo Portugal se ha consolidado como una democracia firme. El periodista subraya la libertad como la gran victoria (”Las personas no tienen represalias por pensar, escribir y decir lo que piensan”) pero lamenta la persistencia de desigualdades. En sus artículos reprocha que los políticos trabajen más para hacer felices a los extranjeros que a los portugueses. “Este paraíso tiene que ser también para los que viven aquí”, concluye.
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