El hombre que custodia los secretos de Benedicto XVI

Georg Gänswein, secretario y mano derecha de Ratzinger desde 2003, anuncia la publicación de un libro donde contará su verdad sobre el pontificado del recién fallecido papa

Georg Gänswein, con Benedicto XVI, el día antes de que este renunciase al papado en febrero de 2013Foto: CORDON PRESS

La mañana del 11 de febrero de 2013, ante un grupo de cardenales, Joseph Ratzinger comunicó en latín su decisión de dimitir. La noticia cogió a casi todo el mundo por sorpresa. Luego, se retiró en silencio al monasterio de Mater Ecclesiae y se recluyó los siguientes 10 años con cuatro memores domini, mujeres consagradas del movimiento conservador Comunión y Liberación, y con un arzobispo alemán convertido desde 2003 en su mano derecha y ayudante más íntimo. El padre Georg Gänswein...

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La mañana del 11 de febrero de 2013, ante un grupo de cardenales, Joseph Ratzinger comunicó en latín su decisión de dimitir. La noticia cogió a casi todo el mundo por sorpresa. Luego, se retiró en silencio al monasterio de Mater Ecclesiae y se recluyó los siguientes 10 años con cuatro memores domini, mujeres consagradas del movimiento conservador Comunión y Liberación, y con un arzobispo alemán convertido desde 2003 en su mano derecha y ayudante más íntimo. El padre Georg Gänswein, un joven y discreto sacerdote alemán (la revista Vanity Fair lo bautizó como el George Clooney del Vaticano), sí conocía de antes aquella revolucionaria decisión. Y fue el encargado de custodiar el retiro de Benedicto XVI, también de filtrar las visitas, las llamadas y los mensajes que llegaban desde el exterior. Es hoy la piedra de Rosetta para descifrar gran parte de las incógnitas y escándalos que han salpicado al Vaticano en los últimos 20 años. Pero acaba de comenzar algo parecido a una venganza.

La muerte siempre es una gran aliada editorial. Más todavía cuando el difunto es un papa. Y Gänswein ha anunciado para finales de enero la publicación de sus memorias, que verán la luz en Italia con el título de Nient’altro che la verità. La mia vita al fianco di Benedetto XVI (Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI). La editorial Piemme dice que “son una narración en primera persona que arroja luz sobre algunos aspectos incomprendidos del pontificado y describe desde dentro el verdadero mundo vaticano”. Pero tienen aroma a venganza porque Gänswein ha añadido que son “la propia verdad sobre las miserables calumnias y las oscuras maniobras que han tratado en vano de arrojar sombras sobre el magisterio y las acciones del pontífice alemán”. ¿Cuáles? Lo fundamental hoy es conocer los entresijos de la filtración de documentos que destruyeron el pontificado, la turbulencias del Banco Vaticano ―su entonces presidente, Ettore Gotti Tedeschi, que intentó hacer limpieza, fue destituido sin que Benedicto XVI lo supiera― y las posibles extorsiones que hubo al final de su mandato.

Gänswein, nacido en un pequeño pueblo de la Selva Negra alemana, tiene hoy 66 años y es arzobispo y prefecto de la Casa Pontificia, pero comenzó su fiel servicio a Ratzinger cuando tenía solo 46 años. El futuro pontífice era entonces cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y necesitaba un secretario: el suyo, el obispo Josef Clemens, se marchaba a otro encargo. Tuvo dos opciones. Pero el futuro papa escogió a aquel monseñor con conocimientos de leyes. “Era un tipo increíblemente guapo. Nunca habíamos visto algo así”, recuerda una persona que vivió aquel proceso. Una observación confirmada entonces por Donatella Versace, que aseguró que incluso una de sus colecciones se había inspirado en él. “A pesar de su austeridad, representa un sex symbol para gran parte de las mujeres italianas”, apuntó. Gänswein se ganó la confianza del futuro papa, le juró lealtad eterna y, cuando este fue nombrado pontífice en abril de 2005, pasó a ser su secretario privado.

El arzobispo Georg Gänswein besa el féretro de Benedicto XVI durante su funeral.Alessandra Tarantino (AP)

Gänswein era la sombra de Ratzinger, lo sabía todo. Incluso los históricos planes de renuncia cinco meses antes, según reveló esta semana al diario La Repubblica. “Me lo dijo en septiembre de 2012, en Castel Gandolfo”. El secretario cuenta que intentó persuadirle para que no lo hiciera. Pero Ratzinger, tras dejarle hablar, le respondió: “Puede imaginarse que he meditado bien esta decisión, he reflexionado, rezado y luchado. No es una quaestio disputata, está decidido. Se lo digo a usted, pero no debe decírselo a nadie más”. Y así fue. Tal y como hizo también con otros asuntos clave del pontificado que ahora podrían salir a la luz en su libro, como las claves de Vatileaks, el escándalo sobre corrupción en la Santa Sede que dinamitó el papado y que muchos creen que fue orquestado por los enemigos de Benedicto XVI. “El diablo estuvo en contra de él”, ha señalado ahora Gänswein, adelantando el carácter revelador que puede tener su libro.

Los casos de corrupción dentro de la Iglesia y la filtración de documentos privados de Benedicto XVI precipitaron el final de su pontificado. Paolo Gabriele, el mayordomo personal de Ratzinger, un integrista católico y padre de tres hijos que pasó de limpiar el suelo de la basílica de San Pedro a la estancia del papa, robó y filtró innumerable documentación. Lo hizo, aseguró, para proteger al papa de sus enemigos. Pero en lugar de eso, destruyó su reinado. Tiempo más tarde, fue condenado y Benedicto XVI lo visitó en su celda semanas más tarde para perdonarlo. Por el motivo que fuera, decidió darle un empleo en el hospital infantil Bambino Gesù, en Roma, con el compromiso de que nunca más hablaría con periodistas y nunca escribiría un libro. Ironías de la vida, la clínica lo destinó a la sala de fotocopiadoras, justo la tarea por la que había sido condenado.

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El problema es que nadie creyó nunca que Gabriele actuase por su cuenta y no presionado por algunas esferas de poder. Y algunos acusaron entonces a Gänswein, que acaba de explicar que los documentos robados se encontraban sobre la mesa de su oficina, de haber sido extorsionado. Él ha explicado ahora que presentó su dimisión. “Hablé con el papa y le dije: ‘Santo Padre, la responsabilidad es mía, lo asumo. Le pido que me destine a otro trabajo, renuncio’. Él me dijo que no y añadió: ‘Ve, hay uno que traicionó incluso a los 12, se llamaba Judas. Nosotros somos un pequeño grupo aquí y permanecemos juntos”. De hecho, poco antes de renunciar al cargo, Ratzinger convirtió a su secretario en arzobispo y en jefe de la Casa Pontificia para salvarlo de la posible quema que llegaría tras él.

El 23 de marzo de 2013, pocos días después de su elección, Francisco visitó a Benedicto XVI en su retiro de Castel Gandolfo. El papa emérito le entregó ese día un gran sobre blanco con un informe de 300 páginas. Ratzinger había encargado una investigación sobre lo sucedido a tres cardenales: el español Julián Herranz, el italiano Salvatore de Giorgi, y el eslovaco Jozef Tomko. El informe contendría muchas de las respuestas e implicaciones en la trama bautizada como Vatileaks. Y ese documento, que habría podido leer Benedicto XVI y se supone que también Gänswein, fue entregado a Francisco cuando fue nombrado Papa. La documentación fue una primera hoja de ruta sobre la fiabilidad de su nuevo entorno. Pero, por algún motivo, el nuevo pontífice tampoco acabó de congeniar nunca con el hombre de confianza de su predecesor y no quiso que estuviera junto a él, pese a que era el prefecto de la Casa Pontificia (no fue cesado del cargo pese a no ejercerlo).

Relación tirante

Gänswein, que ha mantenido una relación tirante con el entorno de Francisco desde que este llegó a la silla de Pedro, se ha convertido ahora en el baluarte de los opositores al Papa. Desde la Casa de Santa Marta, la residencia de Bergoglio, se ha considerado a veces que el secretario no había impedido que la figura de Benedicto XVI fuera utilizada por el sector ultraconservador ―al que el propio Gänswein pertenece― para desestabilizar a Francisco.

Uno de los peores momentos llegó hace casi tres años con la publicación de un libro que, teóricamente, el papa emérito firmaba junto al cardenal ultraconservador Robert Sarah y en el que se oponía frontalmente al celibato opcional y, sobre todo, a la ordenación de hombres casados (Desde lo más hondo de nuestros corazones. Palabra, 2020). Un tema sobre el que debía pronunciarse Francisco en el sínodo sobre la Amazonia y que convirtió la publicación en una inevitable injerencia. La figura del secretario quedó ya irreparablemente dañada a ojos del entorno de Francisco, que le consideró responsable de que aquel libro llevase la firma de Benedicto XVI, cuando en realidad solo había escrito un texto de acompañamiento.

Las suspicacias, sin embargo, son recíprocas. Y ahora Gänswein ha declarado en otra entrevista que la decisión de Francisco de prohibir la misa en latín y el rito tradicional, bandera de los ultraconservadores, rompió el corazón a Benedicto XVI. Sucedió en julio de 2021, a través del motu proprio Traditionis custodes, con el que el Papa restringía los permisos para la celebración de la misa con el rito tridentino —según el misal de Pío V, actualizado por Juan XXIII— que Benedicto XVI había concedido 14 años antes. Nadie recordaba ya aquella polémica. Pero las declaraciones de Gänswein vuelven a subrayar, incluso tras la muerte de Ratzinger, la brecha ideológica entre ambos papas y anticipan un clima de veda abierta para ajustar cuentas.

Francisco ha presidido en la basílica de San Pedro del Vaticano las exequias por la muerte de su predecesor, Joseph Ratzinger, el primer papa que renunció al cargo en siete siglos y propició una insólita convivencia entre pontífices. La misa solemne, diseñada en las últimas horas por los maestros de ceremonia del Vaticano, apenas guarda diferencias con la de un papa reinante. Solo algunos detalles, como el hecho de que el cuerpo no fuera con el palio al cuello, el ornamento que indica que el pontífice era reinante en el momento de su muerte, lo distinguen de un funeral y un entierro como el de Juan Pablo II, el último papa que falleció, en abril de 2005, y a cuyo funeral acudieron unas 300.000 personas. En la imagen, dos monjas leen el 'L'Osservatore Romano' en la plaza de San Pedro del Vaticano, este jueves.YARA NARDI (REUTERS)
La reina emérita, doña Sofía (segunda por la derecha), junto a los Reyes de Bélgica, Felipe y Matilde. El funeral de Benedicto XVI no se puede considerar de Estado dada su condición de emérito. Las únicas delegaciones invitadas oficialmente han sido la de Italia, por la relación que tiene el Vaticano con el país que lo acoge, y Alemania, por ser el país natal de Ratzinger. El resto acudieron a título personal. FABIO FRUSTACI (EFE)
Un grupo de sacerdotes prepara la eucaristía en la plaza de San Pedro. Un sencillo ataúd de ciprés con un Evangelio abierto marcaban el ritual que permitió a los 50.000 fieles que aguardaban fuera del templo rezar el rosario y despedir al papa difunto Benedicto XVI, fallecido el pasado 31 de enero a los 95 años.Riccardo Antimiani (EFE)
Una delegación de Alemania, con el traje tradicional, asiste al funeral. Pocos minutos antes de las 9.30, dos guardias suizos se colocaron junto al féretro de Benedicto XVI. Fue justo antes de que el papa Francisco apareciese en silla de ruedas y subiese por una rampa lateral al altar de la plaza.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Vista general de la plaza de San Pedro durante las exequias.FABIO FRUSTACI (EFE)
Varios cardenales se fotografían en la plaza de San Pedro del Vaticano, poco antes del comienzo de las exequias, que arrancaron a las 9.30. Francisco, el papa reinante, ha presidido una celebración histórica en el altar construido en el exterior de la basílica. Un acto inédito que ha precedido al funeral y entierro del primer papa que renunció al cargo desde 1415, cuando lo hizo Gregorio XII.GUGLIELMO MANGIAPANE (REUTERS)
Traslado del féretro del interior de la basílica para la misa fúnebre. ALBERTO PIZZOLI (AFP)
Un grupo de fieles que asiste al funeral de Benedicto XVI porta una pancarta con la imagen del papa emérito. Esta vez no se repartieron entradas, sino que solo hacía falta ponerse en la fila para entrar en el recinto. El Vaticano calcula que completado el aforo la plaza y abarrotada la avenida de la Conciliación, la vía que desemboca en San Pedro, los fieles llegarán a unos 120.000. Finalmente, fueron alrededor de 50.000.MASSIMO PERCOSSI (EFE)
El féretro con los restos mortales de Joseph Ratzinger es trasladado desde la basílica a la plaza de San Pedro. Antonio Masiello (Getty Images)
Cardenales y obispos asisten al funeral en la plaza de San Pedro, este jueves.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)
El ataúd del difunto papa emérito Benedicto XVI es depositado en la plaza de San Pedro para la misa fúnebre. Francisco ha presidido en la basílica romana las exequias por la muerte de su predecesor, Joseph Ratzinger, la primera vez que sucede en siete siglos.Cecilia Fabiano /LaPresse cecilia_fabiano (LAPRESSE)
El arzobispo Georg Ganswein presenta sus respetos al féretro del papa, instalado en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, lo que permite a los miles de fieles que aguardan fuera del templo rezar el rosario y despedir al papa difunto.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)
El papa Francisco asiste a la misa por Benedicto XVI en la plaza de San Pedro. El Papa apareció en silla de ruedas, empujada por un ayudante, y subió por una rampa lateral al altar de la plaza, cubierta todavía por la niebla y un frío húmedo. Sus problemas de movilidad -desde hace más de un año los dolores en una rodilla le impiden caminar con normalidad- le complican celebrar personalmente la misa. Por ese motivo, pese a que presidió la celebración, le ayudaba en el altar el cardenal decano del colegio, Giovanni Battista Re, que condujo el rito.GUGLIELMO MANGIAPANE (REUTERS)
Una pareja asiste al funeral del papa emérito en el Vaticano. Associated Press/LaPresse (APN)
El papa Francisco junto al féretro del Benedicto XVI. A partir de mañana, Francisco deberá lidiar en soledad con las amenazas que continúan llegando desde el seno de la Iglesia católica y terminar las grandes reformas que prometió cuando hace 10 años sucedió a Joseph Ratzinger.VINCENZO PINTO (AFP)
Asistentes al funeral comienzan a tomar asiento frente a la basílica. La principal novedad es que el papa Francisco ha presidido una celebración a la que han acudido monarcas y presidentes a título privado, ya que no se considera un funeral de Estado.Ben Curtis (AP)
El papa Francisco preside la ceremonia en la plaza de San Pedro. El Pontífice realizó su homilía, muy religiosa y con pocas referencias directas al difunto. Hasta el momento final: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”.YARA NARDI (REUTERS)
Asistentes al funeral presidido por el papa Francisco. Radek Pietruszka (EFE)
El Papa reza junto al ataúd de Benedicto XVI. Dentro del féretro, un ataúd de tres cajas (ciprés, roble y zinc), se introdujeron los palios utilizados y las monedas del pontificado: siete de oro, según el número de años, 10 de plata, por los meses, y nueve de bronce, indicando los días de su duración.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)
El cardenal Giovanni Battista Re bendice el féretro del papa emérito. ALBERTO PIZZOLI (AFP)
La primera ministra y el presidente de Italia, Giorgia Meloni y Sergio Mattarella, comulgan durante la misa.ETTORE FERRARI (EFE)
El papa Francisco presenta sus respetos al féretro de Benedicto XVI.ALBERTO PIZZOLI (AFP)
El secretario personal de Benedicto XVI, monseñor Georg Ganswein (en la imagen, tras el féretro del pontífice), y las cuatro mujeres de instituto Memores Domini que se encargaron de él durante este tiempo, se encontraban en primera fila del funeral, en un lateral del altar mayor.VINCENZO PINTO (AFP)
El canciller alemán, Olaf Scholz, durante el funeral.Associated Press/LaPresse (APN)
A las 10.48, un grupo de 12 empleados del Vaticano cogió a hombros el féretro de Benedicto XVI y volvió a llevárselo al interior de la basílica. Francisco se levantó, y en uno de los momentos más solemnes de la celebración, y se colocó en uno de los extremos para bendecirlo antes de que desapareciese de nuevo en el interior de la basílica, mientras se cerraban las cortinas de terciopelo rojo de la entrada y volvían a doblar las campanas. En ese momento, decenas de fieles gritaban “santo subito”, pidiendo la beatificación inmediata del difunto. En la imagen, el traslado del féretro del papa para su entierro tras la misa en la plaza de San Pedro. Ben Curtis (AP)
Fieles siguen el funeral en la plaza de San Pedro. Gregorio Borgia (AP)
Traslado del féretro del pontífice Benedicto XVI para su entierro tras la misa en la plaza de San Pedro. AFP
Francisco saludaba a la reina Sofía y al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. VATICAN MEDIA/Divisione Produzione Fotografica (EFE)
Los obispos Georg Gaenswein, a la derecha, y Diego Ravelli cubren el rostro del papa emérito Benedicto XVI con un velo de seda blanca en el interior de la basílica.Vatican Media (AP)
Los restos del emérito reposan en la que hasta 2011 fue tumba de Juan Pablo II y, como manda la tradición, lo hacen en un féretro triple: uno en madera de ciprés, introducido en uno segundo de zinc y sellado y revestido todo en uno tercero en olmo barnizado.Vatican Media (AP)
El funeral de Benedicto XVI culminó sobre las 11.40, cuando su féretro fue enterrado en la cripta papal de la basílica. Vatican Media (AP)
La Iglesia católica cerró definitivamente una década histórica en la que dos papas convivieron en un difícil equilibrio y lograron evitar hasta el último día una guerra cultural y de poder entre conservadores y aperturistas. VATICAN MEDIA HANDOUT (EFE)

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