Plantas preservadas: por qué son tendencia, cómo se cuidan y cuánto duran
El proceso de preservado alarga la vida de ramas, flores, brotes y hojas. Se parecen a los ramos frescos en que son suaves, coloridos, flexibles y con un ligero aroma, con la ventaja de que decoran durante años sin necesidad de agua y con un mantenimiento mínimo
¿Para siempre es mucho tiempo? Si estamos hablando de plantas naturales, definitivamente sí. La flor cortada es un espejismo de vida, un deleite fugaz, la crónica de una muerte anunciada. Da igual la especie, el origen, la rusticidad o el precio que hayamos pagado por ellas: en apenas una semana, dos en el mejor de los casos, un ramo de flores por el que van pasando los días estará cad...
¿Para siempre es mucho tiempo? Si estamos hablando de plantas naturales, definitivamente sí. La flor cortada es un espejismo de vida, un deleite fugaz, la crónica de una muerte anunciada. Da igual la especie, el origen, la rusticidad o el precio que hayamos pagado por ellas: en apenas una semana, dos en el mejor de los casos, un ramo de flores por el que van pasando los días estará cada vez más marrón, más frágil, más tristón y más decadente, hasta convertirse en una momia de lo que fue. No quedará ni rastro de color, flexibilidad, delicadeza ni movimiento.
A nivel de las emociones que despiertan, las sensaciones que estimulan y su poder de evocación, no hay nada ni de cerca comparable a las flores frescas. Precisamente, es su vida efímera lo que las hace exclusivas e inimitables. Pero pueden darse motivos sentimentales o prácticos que hagan querer perpetuar su supervivencia más allá de lo vegetalmente posible. Un ramo de novia, un buqué con un significado especial, el ramillete que celebra un nacimiento… Existe la opción de secarlas o prensarlas, pero si lo que se busca es disfrutar de la presencia ornamental de las flores con apariencia de frescas ―dúctiles, suaves, maleables, con aspecto satinado e incluso con un ligero recuerdo de su aroma original― hay una solución a la medida: el preservado.
El proceso de preservado, cada vez más puntero y perfeccionado por la técnica floral, hace posible que el tiempo se detenga cuando las plantas naturales están en su esplendor. A diferencia del secado, que consiste estrictamente en retirarle el agua a la planta natural, las preservadas son “plantas frescas a las que se les ha extraído su savia cuando estaban en su momento óptimo y se ha sustituido por un líquido conservante”, según explica Samar Cajal, diseñadora creativa y cofundadora de Sakura Atelier, en Madrid. Para lograr perpetuar la apariencia de una flor viva con el máximo realismo y espectacularidad, la planta comienza a preservarse unos días antes de su momento de plenitud, ya que durante el tiempo que dura el proceso continuará envejeciendo ―si es una flor, el capullo continuará abriéndose―. Lo ideal desde el punto de vista de la sostenibilidad, y así lo hacen en Sakura Atelier, es que el fluido humectante que se infiltra en el lugar de la savia sea biodegradable y hecho a base de plantas como, por ejemplo, glicerina vegetal. El método de preservado consiste en hacer que la planta absorba a través de sus tejidos este compuesto orgánico viscoso que retiene la humedad, conserva y alarga la vida de ramas, flores, brotes y hojas.
Por su duración, las plantas preservadas se han popularizado a nivel comercial acompañadas con los apellidos de “eternas” o “perpetuas”. Hay fabricantes que establecen que su vida puede alargarse entre tres y cinco años en un entorno óptimo e incluso que este tiempo se puede extender hasta el infinito y más allá si el buqué se mantiene en unas condiciones concretas. “Necesitan cuidados mínimos”, asegura Cajal. “Lo básico es protegerlas del sol directo para que el color no se degrade; mantenerlas alejadas de la calefacción, el aire acondicionado y los radiadores para evitar que se resequen; resguardarlas del contacto con el agua y la humedad; y acordarnos de quitarles el polvo de vez en cuando”. En el estudio de Sakura Atelier lo hacen soplando aire frío a potencia suave con un secador, afirma la florista y diseñadora. Estas plantas son bastante todoterreno. “Si se mantienen correctamente, no deberían deshojarse ni perder pétalos”, añade.
Aunque nunca alcanzarán el grado de sutileza de una planta fresca natural, las preservadas son resultonas y perfectas para la decoración de locales comerciales, restaurantes, estudios profesionales o establecimientos donde el ritmo del día a día o el presupuesto no permiten renovar los arreglos de flores frescas cada semana. Eso sí: tocará elegir entre un catálogo más reducido que el de la naturaleza porque no todas las flores y verdes se pueden preservar. Las rosas, los crisantemos, las margaritas, las orquídeas, las hortensias, las gerberas, la paniculata y la lavanda son las especies que con más frecuencia se encuentran preservadas. Es pura cuestión de física: “Las flores y verdes óptimos para esta técnica son los que tienen un tallo leñoso y duro que pueda soportar sin quebrarse el proceso de extracción de savia”, justifica Cajal.
Por su extremada fragilidad y lo menudo del calibre de su tallo, hay especies que resulta imposible preservar, como la amapola, el ranúnculo, el tulipán. Y, entre los verdes ―como se conoce a todos los elementos de follaje sin flor que se utilizan en floristería para aportar volumen, textura y fondo cromático a los arreglos―, el eucalipto, la esparraguera, los helechos o el ruscus son los que brindan mayores ventajas. De hecho, la persistencia del aroma tras el preservado es uno de los puntos fuertes de ciertos verdes como el eucalipto. En el caso de las especies que no conservan la fragancia, “un truco es añadirles una gotita de aceite esencial botánico”, propone Cajal. Las propias plantas actuarán como difusor, exhalando un aroma suave.
Si queremos retirar nuestras plantas preservadas de la decoración para volver a sacarlas meses más tarde, lo ideal sería guardarlas colgadas boca abajo para que no se aplasten por ningún lado, según indica el equipo de Sakura Atelier. Como no es siempre posible, Cajal recomienda “quitarles el polvo, envolverlas en papel de seda o en una muselina suave de algodón y acomodarlas en una caja que pueda contenerlas sin que estén apretadas ni se chafen”. Cuando las volvamos a sacar, bastará con zarandearlas suavemente para desentumecerlas y hacer que recuperen su aspecto airoso.
Se tiende a pensar que las flores secas o preservadas son ecológicas, pero no siempre es así. “Si definimos ecológico como con baja huella de carbono, las plantas así procesadas son considerablemente ecológicas porque se reutilizan durante años y no generan permanentemente cadenas de residuos”, explica Cajal, “pero la ecología y la sostenibilidad no se definen solo por la huella de carbono”. Hay que saber de dónde viene el producto que estamos comprando y los procesos a los que ha sido sometido. Esto, añade la experta, “implica que, para que sean ecológicas de verdad, los preservantes utilizados deben estar libres de químicos, no deberían aplicarse sellantes con base plástica ni colorantes artificiales y todo el proceso debería ser éticamente sostenible”. Marchitarse no está en los planes de las flores preservadas. Competir con las frescas, tampoco.