Bailar, libertad clandestina
A una cierta hora, decenas de personas se reúnen diariamente por toda la ciudad para hacer lo que más les gusta, moverse al ritmo de la música, lejos de discotecas y al aire libre
Viernes en el centro de Madrid. Bajando hacia la glorieta de Embajadores, entre el edificio de la Tabacalera y el Instituto Cervantes, se produce un compás de silencio, una manzana en la que no suena el bullicio de los bares: no hay ni voces ni copas. Justo al inicio de ese tramo y desde el otro lado de la cancha de baloncesto, se escapa música del Parque Casino de la Reina.
Suena Brujería, de El Gran Combo de Puerto Rico.
Dentro del parque, junto a una pista de patinaje...
Viernes en el centro de Madrid. Bajando hacia la glorieta de Embajadores, entre el edificio de la Tabacalera y el Instituto Cervantes, se produce un compás de silencio, una manzana en la que no suena el bullicio de los bares: no hay ni voces ni copas. Justo al inicio de ese tramo y desde el otro lado de la cancha de baloncesto, se escapa música del Parque Casino de la Reina.
Suena Brujería, de El Gran Combo de Puerto Rico.
Dentro del parque, junto a una pista de patinaje y entre las gradas de hormigón, hay una pista de baile circular, hecha con listones de madera, donde una masa de mujeres y hombres se contonean al son de un pequeño bafle negro en una de las esquinas. Junto a él, un tipo marca el ritmo con un bongó. Sentadas a su lado hay varias chicas de origen argentino, peruano, venezolano que charlan pegando la boca a los oídos. En la pista, los que bailan lo hacen como si estuvieran solos. Porque, aunque no lo estén, este baile es clandestino. La escena produce una sensación entre fascinación y pudor, el baile como una libertad olvidada. Detrás de ella no hay una escuela organizadora, no hay profesores, ni animadores, ni pasos, ni coreografías. “Esto es la calle. Esto es fuego” remata Omar Vila, peruano afincado en Madrid, dueño de los bongós y uno de los impulsores de esta iniciativa. “Pa-pa-pá, pa-pa-pá. ¿Escuchas?”. Omar alterna su trabajo “que le da de comer” con el de músico en varias orquestas. Señala a un par de bailarines: “ese alto de ahí toca conmigo. Yo he traído orquestas latinas a este parque”.
Todos se conocen porque muchos se ven casi todos los días. Algunos no saben que para bailar en la calle se debe solicitar una “autorización de acto en la vía pública” al ayuntamiento o que hay una propuesta presentada por Ciudad Bailar para que “juntarse a bailar” sea declarado bien de interés cultural en Madrid. Pero sí que la percusión y la amplificación está prohibida. “Hacemos menos ruido que un bar” comenta una voz a lo lejos.
La música cambia. Suena El preso, de Fuko y sus Tesos.
Al otro lado de la pista, una pareja destaca entre la multitud. Ellos son Maddy Beyton y Reinaldo Fumero, ambos se consideran bailarines amateurs aunque sus cuerpos podrían decir lo contrario. Se acaban de conocer hace dos canciones. “La clave es que ella se deja llevar. Yo le comunico lo que quiero hacer dándole pequeños toques en el hombro y en la cintura. Pero ella tiene que leerme. Si cada uno quiere hacer su cosa, no va a salir” comenta el venezolano. “Hay que estar floja, blanda” añade Maddy Beyton, María Palomino, cantautora española de 26 años.
Depende de a quién le preguntes, te contestará una cosa acerca de cómo se encontraron con este clandestino. Existen varios grupos de Whatsapp: Callejeros guaracheros, Impacto salsero, Lujura y cachondeo. Todos con una media de 180 integrantes. Pero también hay muchos que se toparon directamente con el baile. Hace tres semanas, Reinaldo decidió, tras un mal día, ir a caminar para despejarse al Parque del Retiro y allí, bajo el templete, se los encontró. “Aunque desde que el Retiro cierra a las 22h, venimos acá”. Carlos de la Cuerda no escuchaba nada de música latina hasta que se vio obligado a pasar la pandemia en Cuba y ahí se empapó de son y rumba. Cuando volvió a España se puso las pilas “pero yo al principio no bailaba nada de nada. Fíjate en ellos... todos saben moverse”. Carlos es uno de los que ejerce de DJ durante la noche y cambia la música con el dedo mientras habla. Él y Macarena Ania Martin se conocen desde hace meses. Macarena es otra de las integrantes del grupo de Whatsapp Embajadores DJ “pero, cuidao, yo pongo salsa dura, ¿eh?: Héctor Lavoe y así”. Para Macarena el baile clandestino fue un hogar en la calle ya que le sirvió de refugio mientras intentaba salir de una situación de violencia machista en casa. “Aquí da igual de dónde seas, qué has estudiado, dónde trabajas o cómo te llamas. Aquí importa que bailes y punto”.
Suena A través del tiempo, de la Orquesta La Solución.
“¡Frankie Ruiz!” grita Omar señalando al aire a toda una leyenda puertoriqueña de la salsa romántica. Una chica sale de la pista sofocada, sonriendo. Aprendió salsa y bachata en una escuela: “pero me faltaba esto, me faltaba lo social”. El baile social es lo que se suele ver en clubs y discotecas de salsa o bachata. Lugares donde no están permitidas las copas en la pista y donde lo normal es que al final de la noche hayas cambiado más de una vez de pareja de baile. “Pero aquí es mejor porque no pagamos, somos como... ¡como anarquistas!”, dice El Paseador, el más mayor de la pista, entre giro y giro.
La noche avanza y algunos hablan de un hombre que está a punto de llegar: Fernando Bermejo. “Vas a saber que es él porque trae un altavoz mejor, que suena mucho más”, apunta Carlos “pusimos tres euros y lo compramos entre todos”. Fernando fue, por así decirlo, el primer bailarín. Tras el levantamiento del confinamiento domiciliario, necesitaba salir y escribió en un grupo de whatsapp : “voy a bajar a bailar a la calle. Quien quiera unirse, que venga”. Fernando se presentó en la pista del Parque Casino de la Reina pero nadie apareció. Envío un vídeo al grupo y al día siguiente volvió a bajar, esta vez aparecieron dos parejas más. Al día siguiente, cinco, al siguiente, ocho...
La rueda de tablillas de madera se resiente ahora, tiene una diagonal levantada. Se terminó de construir el 4 de octubre de 2019 y sus impulsores, la Asociación MAD for Swing no la llegaron a inaugurar oficialmente porque en seguida llegó la pandemia. “Nuestro objetivo fundamental es promocionar el swing y una forma muy directa de hacerlo es bailar en la calle. Una actividad que ha estado perdida durante muchos años” comenta al otro lado del teléfono, Lourdes Ibiricu, presidenta de la Asociación. La pista de baile es un columpio, un equipamiento público para que lo utilice quien lo quiera utilizar. Pero “¿quién cuida lo que es de todos” se pregunta Lourdes. “Lo público se considera que es de nadie cuando es justo al revés”. Dese la asociación han hecho varias peticiones vía telefónica y telemática para que el Ayuntamiento arregle la pista. “Es madera acetilada y se le da un tratamiento especial, no vale restaurarla de cualquier forma”.
Suena Fabricando fantasías, de Tito Nieves.
Aparecen las luces azules de la policía pero deciden no ponen las sirenas. Se apaga el altavoz, el parque cierra. La calle, también.
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