Olvidar la independencia

La secesión puede ser inolvidable para algunos, pero el método para recuperar el impulso y los proyectos de futuro, incorporando de nuevo a todos, obliga a aparcarla y a excluir los símbolos que dividen de las instituciones que unen

Una 'estelada' ondea frente al Palau de la Generalitat, en una imagen de archivo.Carles Ribas

Nadie que haya vivido esta época podrá olvidarla. No podrán quienes trabajaron por ella y creyeron tocarla con la punta de los dedos. Tampoco quienes la temieron hasta tomar decisiones difícilmente reversibles. Quienes menos podrán son los que tienen todavía cuentas pendientes, personas entre las que hay de todo, quienes tienen cuentas con la justicia por haber intentado conseguirla y quienes por intentar impedirla, como es el caso de los implicados en la Operación Cataluña, con medios igualmente ilegales aunque en su caso también repugnantes.

La perspectiva del tiempo empequeñec...

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Nadie que haya vivido esta época podrá olvidarla. No podrán quienes trabajaron por ella y creyeron tocarla con la punta de los dedos. Tampoco quienes la temieron hasta tomar decisiones difícilmente reversibles. Quienes menos podrán son los que tienen todavía cuentas pendientes, personas entre las que hay de todo, quienes tienen cuentas con la justicia por haber intentado conseguirla y quienes por intentar impedirla, como es el caso de los implicados en la Operación Cataluña, con medios igualmente ilegales aunque en su caso también repugnantes.

La perspectiva del tiempo empequeñece los objetos en la lejanía. Deberán pasar algunos años para que suceda, y mientras tanto habrá que seguir trabajando sin que lo impidan ensueños o pesadillas, la nostalgia o el resentimiento. Ayudará la resolución de los contenciosos judiciales, demasiado cansina para las urgencias del país. También los relevos generacionales, tanto más urgentes cuanto son muchos los veteranos que pretenden mantenerse a flote a pesar del naufragio, lastrando así la renovación, tal como revelan las listas electorales para las municipales. Y sobre todo, las nuevas circunstancias del mundo, más adversas que ahora para imaginaciones quiméricas y voluntarismos rupturistas.

Pensar Cataluña de nuevo, con mente abierta y práctica, además de disposición inclusiva, obliga a un esfuerzo que quizás no esté al alcance de todos. Nadie debe renunciar a sus ideas, pero el método exigible es el opuesto al utilizado hasta ahora. En vez de seguir dando vueltas a la urgencia dramática de convertir a Cataluña en un Estado independiente, pensar sin apriorismos en cómo garantizar su futuro como sociedad plural y abierta, culta y próspera, recuperar la unidad civil perdida y fortalecer sus instituciones democráticas de autogobierno, influir de nuevo en la gobernación de España y preservar a la vez la convivencia y la lengua caracterizada como propia en el Estatuto, sin dejar de respetar y tratar la lengua castellana como lo que es, la propia también de muchos catalanes.

No es incompatible este camino tan práctico con manifiestos y programas que se definan por su independentismo. Tampoco debe serlo con que los creyentes sigan enarbolando la idea con sus banderas esteladas. Para el debate público que a todos incluya, en cambio, es imprescindible que desaparezcan los usos abusivos en locales y espacios públicos, en las instituciones y en los medios de comunicación de la Generalitat. La independencia puede ser inolvidable para algunos, pero el método para recuperar el impulso y los proyectos de futuro, incorporando de nuevo a todos, obliga a aparcarla y a excluir los símbolos que dividen de las instituciones que unen.

Ahora es una idea envejecida y sin credibilidad. Y pasará tiempo, si acaso sucede —yo lo dudo—, antes de que pueda ofrecer un rostro nuevo y atractivo, como pudo suceder en la década pasada.

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