Heridos en Ucrania, curados en Zaragoza: “En la guerra no hay nada bueno. Solo pierdes a tus amigos”

El Hospital de la Defensa de la capital aragonesa acoge y rehabilita a 82 combatientes ucranios desde el inicio de la guerra

El sargento Oleksander T., paramédico al que un obús cortó las piernas al intentar rescatar a otros soldados.Rocío Badiola

En la 2ª planta del Hospital General de la Defensa de Zaragoza se habla ucranio. Al entrar hay un particular belén que no tiene figuras del Niño Je...

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En la 2ª planta del Hospital General de la Defensa de Zaragoza se habla ucranio. Al entrar hay un particular belén que no tiene figuras del Niño Jesús ni de los Reyes Magos, sino una colección de muñecos de Playmobil que recrean la operación de rescate de un grupo de soldados heridos. A muchos les falta una pierna o un brazo. Aunque sus uniformes lucen la bandera de Ucrania, les espera un avión español para transportarlos a un hospital en miniatura en el que otros colegas ya se recuperan de sus dolencias. El decorado y sus protagonistas no son casuales. Desde mayo de 2022, este hospital militar ha acogido 82 soldados ucranios heridos en combate y, mientras dure el conflicto, llegarán más.

La asistencia se enmarca dentro de un programa financiado por el Ministerio de Defensa como parte de la ayuda española a Kiev durante la guerra contra Rusia. Estos pacientes han sido seleccionados por sus méritos y por la adecuación de sus necesidades a las características técnicas del centro, afirma el director del hospital, el general Juan Antonio Lara.

En la actualidad, son 22 los que conviven en una zona reservada para situaciones de necesidad como guerras o catástrofes. Muchos han sufrido la amputación de extremidades por culpa de explosiones, así que en Zaragoza se encargan de la colocación de prótesis y de todo el proceso de rehabilitación física y psicológica. Una vez recuperados, la mayoría de los 60 combatientes volvieron a filas, apunta el general Lara, aunque no todos con suerte. “Algunos han muerto a su vuelta, pero estos pacientes ven su regreso al campo de batalla como una obligación moral”.

La médica rehabilitadora Marta Garín explica que su excesiva motivación por regresar al frente suele producir impaciencia con los plazos de recuperación. Además, apunta que son personas que no están acostumbradas a admitir el dolor, algo que complica las sesiones de rehabilitación. La traductora ucrania Alina Klochko, a la que sus compañeros describen como “el alma del hospital”, se encarga de facilitar el entendimiento entre soldados y sanitarios. “El hecho de hablar su idioma nos ha ayudado a crear un vínculo familiar. Me cuentan sus secretos y hasta he tenido que traducir sus confesiones al sacerdote”, apunta.

Cuatro de los protagonistas ofrecen sus testimonios a EL PAÍS para mostrar la brutalidad de sus experiencias.

El expanadero ciego por un francotirador

Hace 10 años, Oleg K. (39 años, Mírgorod) era panadero. No le importaba levantarse temprano para hornear el pan, ya que siempre le ha gustado “hacer cosas con las manos”. Sus otras dos pasiones, la cocina y la poesía, completaban la rutina de un hombre sencillo que ahora es admirado en el hospital por su sentido del humor. Su atuendo del día esconde una de sus recurrentes bromas: lleva unas modernas gafas de sol para tapar sus heridas y una camiseta de Terminator. “Mira, soy yo”, comenta entre risas.

Quería participar en algo potente, no quedarme sentado en una silla”
Oleg K.

El inicio de la guerra lo empujó a alistarse en el ejército como voluntario. No tenía experiencia militar, pero acabó como paracaidista de asalto. “Quería participar en algo potente, no quedarme sentado en una silla”. Durante un turno de vigilancia, se subió a una torre para mirar con sus prismáticos. Su decisión lo puso a tiro del enemigo y el disparo de un francotirador ruso casi lo mata. Las heridas le dejaron ciego de los dos ojos, ahora reconstruidos en Zaragoza.

El soldado que se quedó ciego , Oleg K. y su esposa, Yuliia. Rocío Badiola

En todo el proceso, ha estado acompañado por su esposa, Yuliia, a la que se refiere como “el rayito de luz en medio de su oscuridad”. Lejos de claudicar ante el pesimismo, conserva esperanzas en el futuro y no se arrepiente de lo sucedido. “Perder los dos ojos ha sido un sacrificio justo. Ya he cumplido mi obligación como hombre. La vida sigue y me dedicaré al resto de mis aficiones”.

A pesar de su ceguera, está tomando clases de guitarra en Internet para componer y cantar sus propias canciones. “Ya he aprendido algunas cosas. Índice, anular, pulgar y meñique”, comenta antes de lanzarse a cantar La Macarena y provocar las carcajadas de sus compañeros.

El optimismo que exhibe contrasta con sus expectativas para el desenlace de la guerra. Cree que el conflicto se va a prolongar y que Moscú mantendrá el control de todo el este de Ucrania, pero confía en poder regresar pronto a casa y conseguir una ayuda económica por su discapacidad visual.

El paramédico sin piernas por un obús

Cuando su mujer murió de cáncer, el sargento Oleksander T. (59 años, Zolotonosha) se alistó a las fuerzas armadas para no sentirse solo. Al estallar la guerra, se convirtió en paramédico en uno de los puntos más calientes del conflicto: Donetsk. Más que pelear, dice, le gustaba ayudar a los demás.

A mí me gustaba jugármela donde más falta hacía”
Oleksander T.

El veterano soldado explica que en las situaciones de combate, las zonas se dividen por colores: verde, amarillo y rojo. La roja representa una batalla donde hay contacto directo con el enemigo; la amarilla es la contigua y en cualquier momento puede convertirse en roja; mientras la verde representa la retaguardia donde los médicos trabajan con relativa calma. En función del color, aumenta la necesidad de que los médicos asistan a los soldados heridos, pero también el riesgo de morir. “En la roja no entran ambulancias y teníamos que rescatarlos en camillas. A mí me gustaba jugármela donde más falta hacía”.

Gracias a esta actitud, sus colegas lo consideran un héroe, pero su generosidad le jugó una mala pasada. En agosto de 2022, la metralla de un obús le cortó las dos piernas y todos los dedos de la mano derecha. También tuvieron que reconstruirle la dentadura y el tímpano de ambos oídos. “No hay una sola parte de mi cuerpo que no quedase herida. A veces, aún me salen pequeñas partes de metralla de la cabeza”.

Oleksandr T, el paramédico al que un obús cortó las piernas, en el Hospital General Militar de la Defensa en Zaragoza.Rocío Badiola

Fue trasladado inconsciente al hospital de Dnipro y gracias a sus méritos fue seleccionado para ser tratado en España. De todos los heridos que ahora se recuperan en Zaragoza, es el que revistió heridas de mayor gravedad. Pese a todo, afirma que ha sido muy fácil aceptar lo sucedido. “No soy desgraciado por haber perdido las piernas, sino afortunado por seguir vivo”.

En la actualidad, está aprendiendo a utilizar las prótesis que le han fabricado. Desea volver pronto a Ucrania para reencontrarse con su hija, que está a salvo en una zona del país no afectada por el conflicto. Lo que más le duele es no poder jugar al fútbol, su gran pasión. “No me olvido de cuando España ganó a Ucrania 4-0 en el Mundial de 2006. Vaya paliza”, recuerda.

El rencor se limita a lo futbolístico. Antes de despedirse, utiliza el único dedo que le queda para mostrar una carta firmada por todos sus compañeros en la que expresan su “eterna gratitud” al personal médico y a la ministra de Defensa, Margarita Robles, por todo el esfuerzo realizado en la recuperación de sus compatriotas.

Volver a caminar tras 30 operaciones

Una explosión de la artillería enemiga destrozó la cadera de Andrii V. (28 años, Vinnytsia). Tras más de 30 intervenciones quirúrgicas en diversos hospitales de su país, no había manera de que se mantuviera en pie. Estaba desesperado, pero desde su traslado a Zaragoza en febrero de este año, su evolución es formidable: “Antes de llegar pasé un año tumbado en la cama. Gracias a la prótesis estoy volviendo a caminar”, afirma.

Andrii V. estudió Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Odesa marcado por el contexto político que vive Ucrania desde 2014. “El Euromaidán, la huida del expresidente Víktor Yanukóvich o las anexiones de Donetsk y Lugansk me pillaron muy joven y motivaron mi interés por la política”. Al acabar sus estudios, se alistó en el ejército con 23 años siguiendo la tradición familiar. “Soy militar de cuarta generación”.

Los soldados que entraban en combate preparaban las ‘apps’ bancarias para transferir todo su dinero a las familias para que pagasen sus entierros
Andrii V.

La invasión rusa de Ucrania precipitó el gran giro de su vida: de la teoría a la lucha por sobrevivir en el cruel frente de batalla. Orgulloso, explica que su unidad no ha cedido ni un centímetro de terreno tras año y medio de acometidas rusas en Górlovka (a 30 kilómetros de Donektsk); pero su buen desempeño hizo que lo trasladasen a Izium para realizar un ataque en abril de 2022 que cambiaría su vida para siempre.

Andrii V, el politólogo que volvió a andar tras 30 operaciones.Rocío Badiola

A diferencia de sus compañeros, es consciente de que será difícil volver al frente. Entiende que es difícil hacer planes de futuro después de su accidente, pero afirma que la experiencia ha merecido la pena por el compañerismo y la adrenalina que experimentan los soldados en combate. De todo lo que ha visto, lo que más le llamaba la atención era ver cómo los soldados que entraban en combate preparaban las apps bancarias para transferir todo su dinero a las familias para que pagasen sus entierros.

La guerra no ha minado su inquietud política. Quiere el fin del conflicto, pero rechaza la tesis de una paz negociada en la que Rusia se quedaría con algunas regiones del este del país. “Esto solo acabará cuando el invasor abandone el suelo ucranio. No podemos confiar en que los rusos no tengan anhelos expansionistas que lleguen hasta Polonia. Si quieres eliminar un cáncer, hay que hacerlo por completo para que no haga metástasis”.

El herido que dice que volverá a filas

Hasta hace unos meses, el sargento Andrii Y. (25 años, Jitomir) comandaba una unidad con varios hombres a su cargo. Pese a su juventud, está acostumbrado a tomar decisiones trascendentales, aunque estos días está nervioso por el dilema que ronda su cabeza: pronto debe decidir si el único espacio permitido para recibir visitas es para su hermana o para su novia. “Ya podrían venir las dos, me han dicho que en España las cuñadas se llevan mal, pero en Ucrania no es así”, comenta riendo.

La guerra no tiene nada bueno. Solo hace que pierdas a tus amigos”
Andrii Y.

Como la mayoría de sus compañeros de planta, se alistó al ejército condicionado por la invasión. Prefiere no hablar del accidente que lo trajo a España. Son recuerdos bloqueados en su mente y elude compartirlos con extraños. Una onda explosiva le dañó la médula y le dejó parapléjico, una nueva realidad que le está costando asumir. Aunque quiere regresar al frente, Andrii no comparte la opinión de sus colegas sobre los aspectos supuestamente estimulantes de las situaciones de combate. “La guerra no tiene nada bueno. Solo hace que pierdas a tus amigos”.

A los médicos les preocupa que su excesiva motivación le lleve a chocar con la cruda realidad, pero reconocen que todavía es demasiado pronto para hablar de eso. “Mi obligación es regresar con los chicos de mi unidad. En esta guerra, somos nosotros o ellos. No hay otra opción”, comenta antes de despedirse.

Andrii Y, sargento ucraniano que quedó en silla de ruedas y sueña con volver a filas.Rocío Badiola

Los últimos rayos de sol se cuelan por la ventana mientras el general Lara afronta la última parada de la visita. Abre un armario y saca un cartel gigante donde figuran los nombres de todos los ucranios que se han recuperado en su hospital en 2023. “Martyn, Roman, Oleg, Luka... Cuando acabe el año vamos a colgarlo en la entrada, igual que hicimos en 2022″. Tiene claro su deseo para las inminentes Navidades: que acabe la guerra y no tener que hacer lo mismo en 2024.

El futuro del conflicto y el destino de estas personas son inciertos. Ninguno recuerda las últimas escenas antes de que sus vidas se truncasen para siempre. Tampoco saben qué va a pasar con sus familias ni si el mapa de su país va a ser distinto cuando regresen. Solo hay algo seguro: nunca olvidarán Zaragoza.

Recreación en Playmobil de la segunda planta del Hospital Defensa de Zaragoza.Rocío Badiola

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