Del casino Las Vegas al “camino de no retorno”
Los terroristas del 17-A compaginaron, antes de los atentados, visitas a Salou para jugar a la ruleta con rituales religiosos
Los últimos días de la célula terrorista que atentó en Barcelona y Cambrils fueron extraños, frenéticos. Dispuestos ya a matar, conscientes tal vez de que iban a morir, compaginaron rituales sobre la fe y el martirio con excesos terrenales impropios del islam. Dos escenarios separados por apenas 20 kilómetros en la provincia de Tarragona —la turística Salou, junto al mar, y el enclave de Riudecanyes, en el interior— han emergido este martes en la novena sesión del juicio p...
Los últimos días de la célula terrorista que atentó en Barcelona y Cambrils fueron extraños, frenéticos. Dispuestos ya a matar, conscientes tal vez de que iban a morir, compaginaron rituales sobre la fe y el martirio con excesos terrenales impropios del islam. Dos escenarios separados por apenas 20 kilómetros en la provincia de Tarragona —la turística Salou, junto al mar, y el enclave de Riudecanyes, en el interior— han emergido este martes en la novena sesión del juicio por los atentados del 17-A e ilustran la deriva de los chicos de Ripoll.
En el verano de 2017, Sergio P. era controlador de accesos en el casino Las Vegas de Salou. En los días previos al 17-A, siete presuntos miembros de la célula accedieron al salón de juegos, aunque él solo pudo identificar con “seguridad” a tres de ellos ante la policía catalana: Mohamed Hichamy, Moussa Oukabir (al que no dejó pasar porque era menor de edad) y Said Aalla, todos ellos abatidos por los Mossos d’Esquadra tras el ataque en el paseo marítimo de Cambrils la madrugada del 17 al 18 de agosto. “Estuvieron viniendo varias veces por la tarde-noche. Jugaban a la ruleta. Crearon bastante conflicto”.
En una de esas partidas a la ruleta, la cosa se desmadró. “Hubo un percance en el juego y empezaron a meterse con mi compañera. Le faltaron al respeto y tuve que actuar. Les llamé la atención y discutí con ellos, hasta que tuve que echarles”, ha recordado. Sergio P. vio que Mohamed Hichamy llevaba un cuchillo escondido en la parte trasera del pantalón. “Me decía: ‘Aquí no, amigo”. El testigo no dio entonces importancia a esa frase, ni la interpretó como una amenaza concreta: “En esta zona se mueve mucha gente así…”, ha afirmado. Hichamy apenas se resistió a entregar el cuchillo. “Más le valía”, ha zanjado el portero. Su compañera, Iris B., ha coincidido ante el tribunal al subrayar la “actitud chulesca” de los chicos y ha afirmado que les vio jugando en la ruleta días antes del 17-A, e incluso el mismo día de los atentados.
Por la Audiencia Nacional también han desfilado este martes los agentes de los Mossos d’Esquadra que inspeccionaron un solar junto a un restaurante abandonado en Riudecanyes. Fue el último lugar en el que permanecieron los cinco terroristas de Cambrils antes de dirigirse, a bordo de un Audi A3, hacia el club náutico, donde embistieron a una patrulla. En el solar, los agentes encontraron indicios muy valiosos para la investigación: el carné de conducir parcialmente quemado de Hichamy; trozos de cable negro que usaron para fabricar los chalecos explosivos falsos con los que atemorizaron a los vecinos de Cambrils; o jirones de una camiseta roja, Marca Tommy Hilfiger, con las que confeccionaron unos pañuelos que se anudaron al cuello.
La alfombra y el vodka
Los Mossos analizarían más tarde que allí, en el solar remoto de Riudecanyes, los terroristas —conscientes ya del atropello masivo de La Rambla cometido por Younes Abouyaaqoub— se sometieron a un ritual conocido como El camino sin retorno. Quemaron sus documentos como símbolo de su adiós a este mundo y se colgaron los pañuelos emulando a Abu Dujana, conocido como El Guerrero del pañuelo rojo, un contemporáneo de Mahoma que entraba en combate luciendo esa prenda.
Dos objetos hallados en Riudecanyes ilustran una vez más la dicotomía de sus últimos días de vida. Uno es una alfombra con motivos geométricos, que probablemente usaron para “rezar antes del atentado como forma de concentración”, consta en el sumario. El otro es una botella de vodka Smirnoff vacía, consumida, apuntan los investigadores, “para desinhibirse de la realidad”.