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Los 11 paisajes de la evolución humana imprescindibles, según Juan Luis Arsuaga

El paleontólogo pone los pies de foto a los espacios que ha ido pisando el hombre (y la mujer) en su expansión por el planeta: de los bosques de laurisilva de Canarias al desierto de Gobi pasando por el parque nacional australiano Uluṟu-Kata Tjuṯa o la Isla de Pascua

Laurisilva: el bosque de niebla. Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) recuerda que la primera vez que viajó a Canarias llegó reclamando: “¿Dónde está la laurisilva?”, “¡Quiero ver la laurisilva!”. Estos bosques de brumas de hace ocho millones de años, extinguidos en Europa, aún se pueden disfrutar en Anaga (Tenerife) y en el parque nacional de Garajonay, en La Gomera (en la imagen), con sus árboles condensando en gotas la niebla que traen los alisios, como si ordeñasen las nubes cargadas de agua. Aunque también hay vestigios de aquella laurisilva primigenia en la Península, como hace notar el paleontólogo, a quien siempre le ha interesado la sucesión de escenarios en los que se ha representado la evolución humana a lo largo de millones de años: los laureles, los madroños, las masas arbóreas de loros de Extremadura o los llamados canutos de Cádiz, que son bosques de galería donde crecen los helechos.Peter Schickert (ALAMY / CORDON PRESS)
Lluvia y oscuridad en el cinturón tropical africano. “Venimos de la selva”, repetirá Arsuaga varias veces en el transcurso de una conversación telefónica que transcurre en dos tiempos: mientras él se encuentra en una librería de Valencia y, días más tarde, mientras anda por una calle de Madrid. En concreto, venimos de la selva africana, lluviosa, en el cinturón tropical de aquel continente. Es un paisaje que le encanta, aunque su característica principal, según destaca, sea la falta de luz, que no llega al suelo. En esta pluvisilva, “oscura como una caverna”, vivió el ardipithecus (género de homínido) hace entre siete y cuatro millones de años.Anup Shah (GETTY IMAGES)
El australopithecus se asoma a la sabana. Hace unos cuatro millones de años, los australopithecus dieron el paso y salieron de la oscuridad de la selva a la mayor luminosidad de la sabana. Pero a una sabana con árboles y arbustos, “en realidad una selva un poco menos cerrada”, matiza Arsuaga, y no a las enormes superficies herbáceas donde se organizan los safaris, y “en las que puedes ver toda la zona desde un coche”, tipo el Serengueti. “Veo representaciones de los pobres australopithecus en la sabana herbácea y me dan ganas de decirles, pero ¿qué hacéis?, ¿os habéis perdido? Salid de ahí, hombre, que os van a comer los depredadores”, bromea Arsuaga. Para recorrer las praderas necesitarían caballos, y eso vendría más tarde. El paisaje de sabana arbolada que vieron estos ancestros fue, más bien, el del parque nacional Gombe Stream, en Tanzania (donde Jane Goodall investigó sobre el comportamiento de los chimpancés) o el de la reserva de fauna Pilanesberg, en Sudáfrica (en la imagen). “Son espacios menos turísticos, porque en ellos no se ve tanto”, precisa.Juerg Schmidlin (GETTY IMAGES)
El bosque mediterráneo como paso a Eurasia. El muy turístico y abierto parque nacional de Cabañeros (al noroeste de Ciudad Real y suroeste de Toledo), al que llaman “el Serengueti español”, puede ser un buen ejemplo del bosque mediterráneo que pisó el homo antecesor hace un millón y medio de años. “La vegetación ha cambiado bastante menos que la fauna; por aquella época, en la zona había leones y elefantes”, señala el paleontólogo, quien protagoniza el espacio radiofónico ‘El placer de admirar’, en RNE, en el que propone un viaje por los biomas (conjunto de ecosistemas que se asemejan en clima, flora y fauna) que han hollado el homo sapiens y sus ancestros, desde la selva a la tundra.Vicente Suarez Belloch (GETTY IMAGES)
Un viaje hacia el norte de Europa. Dice Arsuaga que enfilar rumbo al norte, como hizo el homo heidelbergensis hace medio millón de años, durante su expansión por Europa, es lo mismo que subir una montaña en cuanto a pisos de vegetación que salen al paso: mediterránea, caducifolios, pino, taiga o tundra. Así, nuestros ancestros avanzaron desde el bosque atlántico, en Cantabria, a los bosques mixtos del centro de Europa, y a los de coníferas (en Suecia o Finlandia). Como paisajes destacados, el paleontólogo se queda con dos bosques mixtos: el bosque de Białowieża, entre Polonia y Bielorrusia, último reducto del bisonte europeo; y, como nota provocadora, Chernóbil: “Hoy por hoy el mayor espacio natural del Viejo Continente”, por el pequeño gran detalle de que no viven seres humanos.alex ugalek (GETTY IMAGES)
La estepa-tundra de la última glaciación. Hace 50.000 años, el planeta vivió su última glaciación y las cosas se pusieron feas para los neandertales, que ya vivían en Europa, y para el homo sapiens, que empezaba a llegar. Hacía mucho frío, y dominaban los grandes glaciares. Nuestros ancestros sobrevivían como podían en paisajes de tundra y estepa, donde el mamut lanudo, el rinoceronte lanudo o el reno convivían con antílopes, caballos o bisontes. La tundra-estepa es un paisaje árido, de musgos, líquenes, hierbas y arbustos bajos, sin árboles, como el desierto de Gobi, en Mongolia.Dmitry Molchanov ( Alamy / CORDON PRESS)
La expansión por Australia. La llegada a Australia es, quizás, uno de los hitos menos conocidos de la expansión humana. Se cree que ocurrió hace unos 40.000 o 50.000 años, y que los colonos llegaron en barcas desde la actual Indonesia, aprovechando que, durante la última glaciación, el nivel del mar era mucho más bajo, y que Australia y Nueva Guinea formaban un único continente, llamado Sahul. Una vez desembarcados, fueron testigos de paisajes como el del parque nacional Uluṟu-Kata Tjuṯa (en la imagen), con sus impresionantes formaciones geológicas en el centro australiano, patrimonio mundial de la Unesco desde 1987. Hay investigadores que sostienen que las inmensas praderas y el predominio de eucaliptos y acacias, resistentes al fuego, podrían ser resultado de los incendios provocados por estos primeros pobladores prehistóricos.Lisa Maree Williams (Getty Images)
América, de punta a punta. La gran expansión por América data de hace unos 13.000 años y, como paisaje representativo de ella, Arsuaga propone la Patagonia y Tierra de Fuego (Argentina y Chile), en el extremo sur del continente. “En África y en Euroasia habíamos coevolucionado con la fauna, y esa es la razón de que allí siga existiendo megafauna”, explica. Sin embargo, en Australia y en América vivían elefantes, mamuts, perezosos gigantes, que se extinguieron coincidiendo con la llegada del hombre; también con un cambio climático, ya que nos situamos en el final de la glaciación. “Soy de la opinión de que influyó todo, pero que fueron los seres humanos”, defiende quien, en 2014, organizó, junto al naturalista Carlos de Hita, una muestra de los paisajes sonoros que nos han ido acompañando desde nuestros inicios. “Ha sido, probablemente, la única exposición en la historia que ha tenido lugar con la luz apagada”, dice muy serio.Zoonar GmbH / Alamy / CORDON PRESS
La humanidad puebla la Isla de Pascua. Durante la Edad Media europea (siglos V al XV) se fueron poblando Hawái y demás islas de la Polinesia, en el Pacífico. La Isla de Pascua, con forma de triángulo rectángulo, volcanes, costa escarpada e imponentes moáis, fue el último territorio del planeta en ser colonizado. Pertenece a Chile desde el siglo XIX. “Ya solo queda deshabitada la Antártida”, apunta Arsuaga.PABLO COZZAGLIO (AFP / Getty Images)
El paisaje actual. Arsuaga terminaría su viaje por los escenarios de la evolución con un paisaje nuevo, creado por el hombre, antropizado, “pero no por eso menos valioso”. Como la estepa cerealista de los campos de Castilla. Pide proteger y defender estos enclaves históricos, artificiales si se quiere, pero ricos en vida —perdices, liebres, aguiluchos— y valores culturales, que comenzaron a conformarse en el Neolítico, con la adopción de la ganadería y la agricultura.StockPhotoAstur / Alamy / CORDON PRESS
Bola extra: la Luna. “La Luna es un paisaje, y, además, la última frontera que ha cruzado la humanidad, ¿verdad? Pues incluyámosla; forma parte de la evolución de nuestra especie”, sugiere Arsuaga. El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong, comandante del ‘Apolo 11′, la quinta misión tripulada del Programa Apolo de Estados Unidos, pisó la superficie del único satélite de la Tierra, al sur del Mar de la Tranquilidad. Su archiconocida frase (”Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”) bien puede servir de colofón a esta fotogalería.xphotoz (GETTY IMAGES)