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20 experiencias imprescindibles para conocer Marruecos

De la costa atlántica a las nieves del Alto Atlas, paradas fascinantes entre medinas laberínticas, mares de dunas y playas surferas

Este gran laberinto cuyo trazado no ha cambiado en casi un milenio y cuenta con más de 156.000 residentes es la zona urbana sin automóviles más grande del mundo. Hay que sumergirse en ella y no temer perderse (en cuyo caso bastará con seguir el flujo de gente hacia la vía principal o darle una propina a un niño para que nos guíe). Pese a los turistas, La medina de Fez proporciona una inmersión en un mundo medieval de plazas ocultas, enormes puertas tachonadas y zocos coloristas. Hay que alzar la vista para maravillarse con escayolas, artesonados de cedro y caligrafía árabe y, a nuestros pies, mosaicos que parecen hechos con piedras preciosas.René MATTES (Getty)
Zauiat Ahansal es el Chamonix del Atlas oriental. Custodiado por la cima del Arudane (3.359 metros), este valle despliega kilómetros de altos contrafuertes y angostos cañones. Un paisaje que atrae a muchos viajeros desde que se construyó una carretera de acceso en 2013. Los aficionados al rafting y al kayak descienden entre paredes calizas de apenas dos metros y medio de anchura, mientras senderistas y montañeros (en la foto, un escalador en la Pared de las Sources, en la cercana zona de Taghia) disfrutan de esta topografía tan extrema. Si no disponemos de mucho tiempo se puede optar por una excursión al desierto de Agafay, de aspecto lunar, 40 kilómetros al suroeste del Marraquech por la Route d’Amizmiz.Jensen Walker (Getty)
Empinada y adoquinada, la medina de Chefchauen se precipita por la ladera de la montaña. Una sucesión de tejados rojos, balcones de hierro forjado y geranios en uno de los pueblos más bonitos de Marruecos, bajo los agrestes picos del Rif. Los callejones azules de la medina (en la imagen) resultan encantadores y muy fotogénicos mientras la kasba, de tonos rojos, se erige imponente en la plaza principal, repleta de cafés en los que sentarse a ver pasar a la gente con un té en la mano.Mike Crane (Getty)
Repletos de palmeras y provistos de una ingeniosa red de pozos comunitarios y ‘khettaras’ (canales de irrigación), los palmerales de Figuig (en la foto), el valle del Ziz, Tinejdad, Tinerhir y Shkura son el alma histórica del sur de Marruecos. Siguen desempeñando un papel fundamental en la vida de los oasis que producen cosechas de cebada, tomates, menta, pomelos, albaricoques, higos y almendras. Merece la pena parar en Figuig (aunque pocos llegan hasta aquí) porque se trata de uno de los mejores pueblos de oasis de Marruecos: un grupo de siete localidades tradicionales del desierto que antaño fueron una importante parada para los peregrinos que viajaban a La Meca.Santiago Urquijo Zamora (Getty)
Gracias a las carreteras hoy se pueden cruzar de forma rápida y segura algunos tramos de las antiguas rutas caravaneras entre Malí y Marraquech. Pero más allá de los desfiladeros rocosos que pueden verse desde el coche está el valle del Draa, con las palmeras y castillos de adobe de Tamegrute, Zagora, Timidarte y Agdz. Estas fortificaciones que albergaron caravanas cargadas de oro permiten hoy pasar una noche cómodamente alojados. Agdz es un clásico oasis con palmerales intactos; Timirdate conserva las mejores kasbas del valle y Zagora (en la foto, la antigua kasba) es un zoco regional interesante y punto de partida para quienes viajan al Sáhara o visitan las cercanas dunas.José Antonio Moreno (age fotostock)
Se puede surfear en toda la costa atlántica de Marruecos, pero el mejor lugar es Taghazout (en la foto), al norte de Agadir. Al llegar se comprueba rápidamente: además de los habituales cafés y ‘tèlèboutiques’, abundan las tiendas de surf, donde marroquíes y extranjeros enceran las tablas y hablan sobre las playas cercanas. A seis kilómetros de Tamraght, este puerto pesquero fue famoso por los calamares y los ‘hippies’, pero hoy es el mejor destino surfero del país, aunque no el único: en la franja de costa entre Agadir y Esauira destacan Tamraght y Sidi Kauki, y más al sur, Mirleft es el destino de moda y acoge cada año un campeonato de ‘long-board’.Tim E. White (Getty)
El Anti-Atlas, una cordillera de granito abrasada por el sol que conduce hasta el Sáhara, sigue inexplorada en comparación con el Alto Atlas. Y es sorprendente por su cercanía a Agadir y por su belleza. La atracción principal es el macizo de cuarzo Yebel L’Kest, ‘la montaña de amatista’, a la que se accede por el fértil valle de Ameln. Entre la oferta senderista de la zona también se encuentran los pueblos y kasbas en ruinas alrededor del Yebel Akim o la montaña volcánica de Yebel Sirua.H. J. Igelmund (age fotostock)
En el valle de Ameln, al sur de Marruecos, el pueblo de Tafraout está completamente rodeado por montañas de granito rojo. Es la población principal del Anti-Atlas, con casas rosas y calles con mercados en un entorno extraordinario. Todo el valle está sembrado de palmerales y pueblos bereberes y las montañas vecinas ofrecen un espectáculo de luces ocres dos veces al día. Con una industria turística sin explotar, es una base magnífica para realizar actividades como bicicleta de montaña o búsqueda de tallas prehistóricas en la roca (en la foto la cercana localidad de Aguard Oudad). También es un buen lugar para una auténtica experiencia en un ‘hamman’: en el pueblo hay tres porque algunas casas no tienen agua.Amar Grover (Getty)
Hay que guardar el secreto: esta población costera a un paseo en camello desde el Sáhara es tan exótica, alegre y mágica como la famosa Esauira. Fue ciudad española hasta 1969 y actualmente, pintada de azul y blanco, conserva algunas costumbres tan españolas como dormir la siesta y recibir al visitante con un “hola”. Se puede pasear por la playa curvada de Legzira (en la foto), explorar sus callejuelas y apreciar las reliquias modernistas que dejaron los españoles al atardecer, cuando los vientos del Atlántico doblan las palmeras y llenan el aire de una bruma refrescante.Pavliha (Getty)
Es el viento costero (‘alizee’ o taros) el que ha permitido que Esauira conserve su carácter y cultura tradicionales. Con sus antiguos malecones y una medina de un blanco resplandeciente, es uno de los destinos más encantadores de Marruecos. El viento atrae a windsurfistas entre abril y noviembre, pero el resto del año se puede pasear por sus calles con aroma a especias, caminar por la medina fortificada, visitar las tiendas y galerías de arte o contemplar cómo se reparan las redes de pesca en su pintoresco puerto. Desde que Orson Welles filmó aquí su ‘Otelo’ y los ‘hippies’ la eligieron como residencia, Esauira no ha parado de recibir artistas, surfistas, escritores y turistas europeos que huyen de las multitudes de Marraquech.L. Henglein / D. Steets (Getty)
Conciertos íntimos en ‘riads’ cuajados de mosaicos, armonías en el museo Batha, noches sufíes en el jardín de un pachá y actuaciones en el magnífico Bab al Makina. El Festival de Música Sacra de Fez (www.fesfestival.com) sigue impresionando desde hace 20 años, fiel a la idea de que la música puede generar armonía entre diferentes culturas. Ha contado con la participación de grandes estrellas internacionales y permite descubrir música sacra de todos los rincones del mundo: desde violines de Mongolia, hasta ‘qawwali’ sufíes o lamentos irlandeses.ABDELHAK SENNA (Getty)
Bautizada en honor al santo más venerado de Marruecos, esta pequeña población custodia su mausoleo y es uno de los lugares de peregrinación más importantes del país. El perfil del pueblo está dominado por el único minarete cilíndrico de Marruecos, rodeado por campos de olivos con cuyos frutos se produce un aromático aceite. Por su estatus de lugar sagrado, Mulay Idris estuvo cerrada a los musulmanes hasta 1912 y hasta el 2005 los no musulmanes no podían pernoctar allí. Por eso ha conservado su estilo de vida y su autenticidad. El ‘moussem’ anual más grande de Marruecos se celebra cada agosto aquí, con una gran peregrinación acompañada de las 'tbauridas' o fantasías árabes (en la foto), demostración del vituosismo guerrero de los 'barud', los caballeros de la pólvora.Bruno Morandi (Getty)
El rey bereber Juba II, casado con la hija de Marco Antonio y Cleopatra, fue designado señor de Volúbilis por los romanos y la población se convirtió en una próspera comunidad agrícola donde se producía aceite de oliva, trigo y vino para el ejército. Declarada patrimonio mundial, desde los peldaños de su basílica se pueden observar los mismos campos fértiles y escudriñar el antiguo reino. El yacimiento puede visitarse sin apenas restricciones de acceso y conserva excelentes mosaicos (en la foto) y un flamante museo. Es el monumento arqueológico mejor preservado de Marruecos en medio de una fértil llanura al norte de Mequinez.Kelly Cheng (Getty)
Corazón comercial del Valle del Sus y visitable en una excursión de una jornada desde Agadir, el apodo de Tarudant –el pequeño Marraquech– no le hace justicia. Sus murallas de barro rojo cambian de color según el momento del día y recorrer sus 7,5 kilómetros de perímetro se pueden recorrer a pie, en bicicleta o en una calesa tirada por caballos. No hay muchos monumentos que ver (en la foto, la Universidad de Tarudant), pero la medina es un lugar agradable para pasear y merece la pena deambular por los dos zocos, más relajados que el de Marraquech pero más activos que los de Agadir.Fernando Guerra (Getty)
Cuando el viajero piensa en un paseo a camello por el desierto del Sáhara (en la foto, una caravana de camellos cerca de Merzouga) probablemente no imagine tantas sacudidas, pero no hay que preocuparse. Por la noche, en el cielo parece haber más estrellas que en ningún otro lugar del mundo, porque Erg Chigaga, el mayor mar de dunas de Marruecos –serpentea 40 kilómetros siguiendo el horizonte y limita al norte y sur con cadenas montañosas–, se encuentra a varios días en camello del alumbrado más cercano. Además de en camello, se puede llegar en todoterreno, pero no tiene el mismo encanto.evenfh (Getty)
Marruecos alberga cuatro antiguas ciudades imperiales. Rabat, la emprendedora capital; Marraquech, imán para turistas; Fez y su medina legendaria, y la vecina Mequínez, relegada injustamente a un segundo plano. Porque también tiene una medina llena de callejones interesantes y muchos edificios dignos de una ciudad imperial: desde los increíbles silos de Heri es-Suani hasta la imponente puerta de Bab Mansur y el mausoleo de Mulay Ismail (en la foto, hoy en restauración). Su plaza el-Hedim es una Jemaa el Fna en miniatura pero con mucho sabor local y está a tiro de piedra de las ruinas romanas de Volúbilis.Niko Guido (Getty)
Como guardián del Estrecho de Gibraltar, Tánger ha sido durante siglos la puerta de acceso de Europa a África y su mezcla de culturas e influencias es única en Marruecos. Vivió una época gloriosa en los años 50 (era una zona internacional semiindependiente y lugar de encuentro de forasteros, artistas y espías) y actualmente Tánger ha renacido de su decadencia gracias sobre todo a una vida cultural en ebullición. La mayor atracción siguen siendo las callejuelas de la Medina (en la imagen), encerrada entre los muros de una fortaleza portuguesa del siglo XV, pero hay otras visitas interesantes sobre su pasado, como el museo del Legado Americano, la Fundación Lorin (en una antigua sinagoga) o el museo de la Kasba de las Culturas Mediterráneas.Ben Pipe (Getty)
Al norte de Marruecos y llena de evocaciones y algún territorio todavía español (como el Peñón de Alhucemas), la región del Rif invita a descubrir la medina de Tetuán (patrimonio mundial) y las fachadas de aire hispano morisco único en Marruecos; pasear por Chefchauen, blanca y azul en medio de las montañas, o visitar Alhucemas. Ciudad fundada en los años 20 del siglo pasado con el nombre de Villa Sanjurjo, es la puerta de entrada al parque nacional de Alhucemas, una joya por descubrir con asentamientos bereberes, rutas para practicar senderismo (como las que ofrece la agencia Años Luz, en la foto) y bici de montaña, y en la zona costera playas solitarias y pintorescas con vistas al Peñón de Vélez de la Gomera, aún bajo soberanía española.www.aluz.com
Representa el Marruecos más moderno (y menos exótico), donde prosperan las industrias creativas. Con pocas atracciones turísticas tradicionales, hay que descubrir sus barrios: desde el bonito Quartier Habous (visión idealizada y occidental de una medina tradicional construida por los franceses en los años 30) hasta los lujosos Anfa y Ain Diab, junto al mar. Pero lo más representativo de Casablanca es la arquitectura morisca del centro, mezcla de diseño colonial francés y estilo marroquí tradicional, muy influenciado por los movimientos ‘art déco’ y ‘art nouveau’. Balcones ornamentados de hierro forjado, ángulos exteriores redondeados y elementos tradicionales marroquíes como arcos, cúpulas, columnas y azulejos de colores.Anass Bachar (Getty)