Tribuna:

¿Quién teme al 'no'?

José Luis López Bulla y Carles Navales Turmos publicaban en estas páginas unas elocuentes líneas en defensa del tratado constitucional europeo y de la posición de los sectores mayoritarios de Comisiones Obreras y la UGT al respecto. Quizás no represente el mejor de los mundos posibles, venían a decir, pero siempre será preferible a un rechazo. Las ironías de la vida quisieron, curiosamente, que junto a su artículo apareciera también una viñeta de El Roto. Allí, un trabajador cabizbajo rumiaba con desengaño: "Hoy me han ofrecido trabajar por menos sueldo. He aceptado de inmediato, antes de que ...

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José Luis López Bulla y Carles Navales Turmos publicaban en estas páginas unas elocuentes líneas en defensa del tratado constitucional europeo y de la posición de los sectores mayoritarios de Comisiones Obreras y la UGT al respecto. Quizás no represente el mejor de los mundos posibles, venían a decir, pero siempre será preferible a un rechazo. Las ironías de la vida quisieron, curiosamente, que junto a su artículo apareciera también una viñeta de El Roto. Allí, un trabajador cabizbajo rumiaba con desengaño: "Hoy me han ofrecido trabajar por menos sueldo. He aceptado de inmediato, antes de que las cosas empeoren". La comparación resultaba inevitable.

Y es que el tema del tratado constitucional genera inercias extrañas. Sus partidarios instan a apoyarlo como si en ello se jugara la única manera posible de construir Europa. Sin embargo, el propio Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) reconocía hace unos días que, a pocos meses del referéndum consultivo convocado por el Gobierno, el 90% de los ciudadanos tiene un conocimiento "bajo o muy bajo" del contenido del tratado ¿Qué síntoma de salud democrática supondría defender con fervor algo que la mayoría ignora y sobre lo que no se dispone de información plural y de calidad?

Se dice que tras el triunfo de George W. Bush en las elecciones estadounidenses, urge más que nunca defender el "modelo social europeo" y reforzar una identidad política propia y autónoma. Absolutamente de acuerdo. Más dudoso, en cambio, es que pueda conseguirse con un tratado de estas características. Cualquiera que repase los 448 artículos que integran el texto -sin contar las declaraciones y los protocolos anexos- puede darse cuenta fácilmente de que lo que se intenta "constitucionalizar" no es el modelo escandinavo ni ninguna variante de "capitalismo del bienestar". Más allá de la retórica social utilizada en algunos preceptos, el énfasis, lo que sí se recoge con detalle -sobre todo en la parte III- es el giro neoliberal que, al menos desde la década de 1990, ha permitido privatizar servicios públicos, recortar políticas sociales y poner en entredicho, pieza a pieza, los elementos básicos de lo que se denomina el "modelo social europeo". ¿Con qué ánimo se puede explicar a los afiliados y afiliadas que trabajan en los sectores de la sanidad o de la educación, a los jóvenes precarios, a los trabajadores de empresas públicas, como Izar, que con esta Constitución todo irá mejor?

Y lo mismo ocurre con la política exterior y de seguridad. A veces genera una cierta tranquilidad pensar que Europa es "diferente" de Estados Unidos, y que el espectro de Beccaria y de Voltaire ya se encargarán de guardarnos de las amenazas a las libertades civiles provenientes del otro lado del Atlántico. Sin embargo, sobre todo después de los atentados del 11-S, la Unión Europea ha hecho suya buena parte del discurso militarista y de la obsesión en seguridad que tanto asusta cuando se despliega en Washington. Ninguno de estos elementos faltan en el tratado constitucional: Agencia de Armamentos, reforzamiento de la base industrial de defensa, rentabilización de gastos militares, asunción de la OTAN como "fundamento de la defensa colectiva". ¿Es ésta la Europa pacífica, autónoma, para la que se pide un rotundo y entusiasta?

Probablemente, tampoco a López Bulla y a Carlos Navales les gusten estos rasgos de la Constitución. Sin embargo, parecen atribuirlo todo a la "correlación de fuerzas". Esto es lo que hay, y quienes se oponen no son más que extraviados provincianos para los que Europa sigue siendo "el extranjero".

El resto de la canción es conocido: "O aceptáis esto, o es el caos y la crisis", "o aceptáis esto, o estáis contra Europa y con Le Pen". Viniendo, sin embargo, de ex dirigentes sindicales y de gente que en principio defiende la posibilidad de "otro mundo", estas afirmaciones suscitan inquietud. ¿De verdad se piensa que contribuirá a cambiar la actual "correlación de fuerzas" el apoyo a una Constitución pensada -como dice Valery Giscard d'Estaing, uno de sus padres fundadores- para los "próximos 50 años" y que no es ni más social, ni más democrática ni más europea de lo que ya hay? ¿No es irresponsable dejar en manos de la extrema derecha y del populismo conservador la crítica de una Unión indolentemente tecnocrática y alejada de los ciudadanos? ¿No será hora, como sugería también desde estas páginas Joan Subirats, de atreverse a poner freno a esta inercia, precisamente como una forma de salir de la "crisis" que hoy existe y de reorientar el proceso de integración en un sentido genuinamente democrático, social y pacífico? Muchos movimientos sociales altereuropeístas,que incluyen, naturalmente, gentes de partidos y de sindicatos, así lo han sostenido en cientos de plataformas y marchas convocadas a lo largo del continente, comenzando por los foros sociales de París o Londres. Como en muchas otras encrucijadas históricas, el camino resignado del personaje de El Roto no parece ser la única alternativa.

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Gerardo Pisarello y Xavier Pedrol son profesores en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona y autores de La Constitución furtiva (Icaria, Barcelona).

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