Tribuna:

Tecnópolis

La Tecnópolis hispalense, el parque tecnológico de la Cartuja, ha venido manteniendo últimamente un pulso con los propietarios de aquel suelo: Epsa y Agesa. Un pulso que, a raíz de las espantás de Siemens y Rank Xerox, se convulsionó publicitariamente en los medios y proyectó sobre la ciudad cierto grado de frustración y desaliento. El pesimismo se abatió sobre entornos muy concretos de la ciudad y desde allí se reflexionó, con el fatalismo como libro de cabecera, sobre las grandes quimeras empresariales sevillanas, una especie de mito parecido a Eldorado donde todas las energías eran devorada...

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La Tecnópolis hispalense, el parque tecnológico de la Cartuja, ha venido manteniendo últimamente un pulso con los propietarios de aquel suelo: Epsa y Agesa. Un pulso que, a raíz de las espantás de Siemens y Rank Xerox, se convulsionó publicitariamente en los medios y proyectó sobre la ciudad cierto grado de frustración y desaliento. El pesimismo se abatió sobre entornos muy concretos de la ciudad y desde allí se reflexionó, con el fatalismo como libro de cabecera, sobre las grandes quimeras empresariales sevillanas, una especie de mito parecido a Eldorado donde todas las energías eran devoradas por las selvas de los sueños imposibles. El suelo donde se ubican estas empresas no es propiedad de las mismas, sino de titularidad pública. Y el conflicto surgió cuando los interesados conocieron el precio de venta por metro cuadrado. Un precio marcado por la lógica del dinero, pero tremendamente injusto con aquellos pioneros que creyeron, en un efervescente rapto de fe bíblica, en el proyecto. Pero allí están desde los inicios de esta década intentando darle, por fin, un sentido más allá del puramente especulativo y de relumbrón a la barbacoa universal que Curro y sus amigos se montaron en el 92. Están trabajando, creando empleo y dándole una lógica productiva al escenario de aquella deslumbrante mangancia, tan hermosa y divertida en el recuerdo como obstinadamente frustrante, por entonces, en sus horizontes más inmediatos. De justicia se entiende que el precio de ese suelo sea menos violento para aquellos que allí levantaron sus sueños y quieren continuar propagándolos. El dinero no se corta con nadie. Es una especie de valentón acharolado que si le tosen demasiado cerca vuela lejos como los sellos del filatélico a los que enfila una corriente de aire. Si no me queréis aquí, allí enfrente me dan hasta la mano de la hija del alcalde. Así que de titubeos los precisos, sobre todo si volvemos la cara y miramos hacia otros paisajes. Por ejemplo, el de Aznalcóllar. ¿A pesar de la catástrofe cerrarán las minas? ¿Dejarán en paro a más de un pueblo de la zona? ¿No es la Junta quien debe valorar el coste social y laboral de esa zona? Seamos comprensivos con el suelo cartujano que crea empleo, mantiene los sueños y no contamina.J. FÉLIX MACHUCA

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