Tribuna:CRÓNICAS DE MADRID

¡Deprisa, deprisa!

(Crónica apresurada de un entierro)

JUAN ABARCA ESCOBARA la hora prevista llega el coche fúnebre. Surgen dos empleados dispuestos a cargar con el féretro. ¡Deprisa, deprisa! En seguida cierran la caja, la introducen en la furgoneta y ponen el motor en marcha. Familiares y amigos del difunto salen hacia sus respectivos coches, ¡deprisa, deprisa!, aunque es más recomendable estar ya al volante del mismo, habiendo tomado nota previamente del número del coche fúnebre. Éste arranca a toda velocidad y se dirige hacia el tráfago de vehículos que llenan las calles de la ciudad. ¡Deprisa, deprisa! La caravana, que trata de seguirle, sort...

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JUAN ABARCA ESCOBARA la hora prevista llega el coche fúnebre. Surgen dos empleados dispuestos a cargar con el féretro. ¡Deprisa, deprisa! En seguida cierran la caja, la introducen en la furgoneta y ponen el motor en marcha. Familiares y amigos del difunto salen hacia sus respectivos coches, ¡deprisa, deprisa!, aunque es más recomendable estar ya al volante del mismo, habiendo tomado nota previamente del número del coche fúnebre. Éste arranca a toda velocidad y se dirige hacia el tráfago de vehículos que llenan las calles de la ciudad. ¡Deprisa, deprisa! La caravana, que trata de seguirle, sortea obstáculos, adelanta por la derecha, se pasa semáforos en rojo... ¡Deprisa, deprisa! Lo importante es no perder de vista al coche fúnebre. Apenas unos minutos después, tras desenfrenada carrera, la caravana, un tanto desmembrada, con los vehículos que han logrado permanecer más o menos cerca de la cabeza, llega a las puertas del cementerio. Otros automóviles están allí esperando, atentos al número del coche que no debe escapárseles. El coche fúnebre realiza un trámite breve en las oficinas del cementerio y, ¡deprisa, deprisa!, se dirige hacia el lugar a donde se supone que hay un sacerdote dispuesto a rezar un responso. Pero generalmente el sacerdote no aparece. De modo que, ¡deprisa, deprisa!, comienza una nueva carrera por el interior del cementerio en busca del lugar del enterramiento. Cuando los últimos coches de la caravana llegan al sitio previsto -si es que no acaban confundiéndose de entierro-, familiares y amigos abandonan sus vehículos y se dirigen a todo correr al grupo de acompañantes que intenta asistir al último acto en la vida (en la muerte) del difunto.

Llegar a tiempo

Pero algunos no llegan a tiempo. La caja ha sido casi arrojada a la fosa, y las personas que han logrado estar presentes en el acto se esparcen y se dirigen a sus respectivos vehículos. El coche fúnebre -¡deprisa, deprisa.?- ya hace rato que desapareció y los enterradores están echando las últimas paletadas. Los asistentes se miran unos a otros apesadumbrados por los momentos dolorosos que acaban de vivir, y también contrariados, y hasta conteniendo la ira a la que no dan suelta porque no es el momento ni el lugar adecuado para ello.Tendremos que seguir hablando de todo esto. Despacio, despacio. Algo habrá que hacer para acabar con esta forma tan deshumanizada de dar el último adiós a nuestros seres queridos. Los responsables de estos ilógicos y repetidos desaguisados habrán de dar cuenta alguna vez del porqué de esa loca carrera en la que se mueven cientos de miles de pesetas, la razón de e ' se negocio tan redondo montado a costa de la muerte, abusando de esos momentos de debilidad en que se encuentran quienes se ven obligados a acudir a los servicios fúnebres, que son un vergonzoso monopolio del que nadie puede prescindir.

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