El fuego apagado de Djokovic y Osaka
La reaparición y los nervios de la japonesa y el desplome del número uno en el duelo con Carreño por el bronce definieron un torneo marcado por la dureza climatológica. Zverev y Bencic se cuelgan lo oros
Aunque la historia y los hechos dicen que el tenis y los Juegos Olímpicos han tenido sus idas y venidas –figuró en la primera edición, 1896, pero rompieron en 1924 y no se reincorporó al programa de nuevo hasta 1988–, la raqueta entró por la puerta grande en Tokio. Ascendiendo al monte Fuji, exactamente. Para siempre quedará grabada la imagen de Naomi Osaka subiendo la escalinata y portando la antorcha en el Estadio Nac...
Aunque la historia y los hechos dicen que el tenis y los Juegos Olímpicos han tenido sus idas y venidas –figuró en la primera edición, 1896, pero rompieron en 1924 y no se reincorporó al programa de nuevo hasta 1988–, la raqueta entró por la puerta grande en Tokio. Ascendiendo al monte Fuji, exactamente. Para siempre quedará grabada la imagen de Naomi Osaka subiendo la escalinata y portando la antorcha en el Estadio Nacional para encender el pebetero, algo que no había hecho antes ningún otro tenista. Estos eran sus Juegos y ese, su momento. Un mensaje multirracial hacia el mundo y el deporte como factor integrador. Luego, sobre la pista, llegó la decepción.
A Osaka, símbolo deportivo de su país, todavía le acechan los fantasmas. Venía de dos meses sin competir, desde que se plantase en París a razón de su salud mental, denunciando que el deportista de élite está sometido a un estrés excesivo y reconociendo que había sufrido una depresión, y a pesar de sortear sin contratiempos su estreno se diluyó en la segunda ronda. El sueño, pues, se transformó en un mal sueño. “Significaba mucho ganar aquí”, admitió. “Pero había mucha presión y no he sabido cómo afrontarla”, expuso tras caer en la segundad ronda contra Marketa Vondrousova. El icono nacional dijo adiós y en un visto y no visto, Japón se quedó con los ojos vidriosos.
Ella era uno de los personajes de los Juegos, como también lo era Novak Djokovic. Llegaba el serbio al galope, coleccionando victorias y agrandándose, ya con 20 majors en la cartilla, pero si el resbalón de Osaka fue sonado el suyo fue superior. Incomprensiblemente, el número uno se desplomó contra Alexander Zverev en las semifinales y al día siguiente volvió a derrumbarse, como si el bronce no fuera consuelo. Era el oro o la nada para él. Lo demás, un engorro. Coincidió su bajonazo con el hambre de Pablo Carreño y el asturiano, un roble en medio de un paisaje más que hostil, se colgó un bronce que le sabe a gloria. Es el espaldarazo a un trabajador.
“Estoy más contento que cuando gano un torneo. He ganado la Copa Davis, torneos de la ATP, he llegado lejos en eventos importantes… Pero esta sensación no la había tenido nunca”, transmitía el gijonés, que antes de tumbar a Djokovic ya había derribado al dos del mundo, Daniil Medvedev. Señor torneo el suyo. Se convirtió, de esta forma, en el quinto jugador español que lograba una medalla individual, la sexta teniendo en cuenta que Arantxa Sánchez Vicario obtuvo dos. Son, en total, 13 preseas para España en la modalidad. Y lo hizo Carreño (30 años) durmiendo a pierna suelta el día previo: “Nueve horas y media del tirón. Como nunca”.
Sus dentelladas hicieron que las raquetas volaran por los aires o acabasen hechas añicos. La de Medvedev aterrizó en el segundo graderío y la de Djokovic siguió el mismo camino; peor destino tuvo la siguiente, reventada contra un poste. “La presión es un privilegio”, decía un par de días antes Nole, que porta una pesada carga sobre los hombros porque lo quiere todo y no se permite un solo error. Falló y, en consecuencia, la posibilidad de repetir el excepcional logro de la alemana Steffi Graf en 1988, cuando ganó los cuatro grandes y el oro, se esfumó. “Estoy física y mentalmente exhausto, pero no me arrepiento en absoluto de haber venido”, se despidió.
El aclarado que supuso la marcha del balcánico fue aprovechado por el larguirucho Zverev, un enigma que viene y va. Sin colmillo todavía en los grandes, poco a poco va dándole forma a un expediente ya importante. “El título olímpico, la Copa de Maestros, 15 torneos de la ATP, cuatro Masters 1000...”, se encargaba él mismo de recitar. Pero le falta la guinda. En cualquier caso, en su primera participación (como Carreño) logró lo que ni siquiera consiguió el mismísimo Becker, tótem alemán junto a Graf y que cerró su carrera con el oro en dobles (Barcelona 92), pero sin la huella individual. Padrino en su día de Zverev, hoy día no se pueden ni ver.
Todo lo contrario que Carla Suárez y Garbiñe Muguruza, que comparten una buena amistad y quisieron marcarse un último baile antes de que la canaria se despidiera de la cita olímpica, después de cuatro presencias sucesivas. Cayeron juntas, entre lágrimas, y al día siguiente la exnúmero uno se fundió en los octavos. El cuerpo le traicionó, pero sin consecuencias; el mazo sacudió directamente a Paula Badosa, que sufrió un golpe de calor y abandonó en silla de ruedas. Los estragos de un torneo en el que la humedad obligó a corregir horarios sobre la marcha, y del que Sara Sorribes se fue concediéndose otro lujo: ko a Ashleigh Barty, la número uno, en la primera ronda. La suiza Belinda Bencic fue la gran triunfadora: oro en el individual y plata en dobles.
Sin Rafael Nadal, Roger Federer ni Serena Williams, pesando esas tres ausencias, el tenis deparó una montaña rusa con final feliz para España: ahí está Carreño, sonriente y con metal entre las manos. Desde que regresase en Seúl 1988, solo una vez, en 2012, el equipo español no cazó ninguna recompensa.
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