Cazadoras

Las muestras de apoyo federativas, cuando se traducen en pesetas siempre serán bienvenidas. Lo demás no hace más que incidir en la misma idea

Las jugadoras de España, tras el pitido final.BERNADETT SZABO (REUTERS)

Supongo que fue por los nervios, pero en la previa del duelo me acordé de Javier Clemente y aquella Eurocopa de 1996, también en suelo británico, que retrató a las mil maravillas la esquizofrenia colectiva que el fútbol testicular provocaba en esta España mía, esta España nuestra. Así funciona, supongo, la memoria colectiva de un deporte al que se le han hurtado los referentes femeninos casi por decreto, apenas recién liberado de una concepción bisoja del ...

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Supongo que fue por los nervios, pero en la previa del duelo me acordé de Javier Clemente y aquella Eurocopa de 1996, también en suelo británico, que retrató a las mil maravillas la esquizofrenia colectiva que el fútbol testicular provocaba en esta España mía, esta España nuestra. Así funciona, supongo, la memoria colectiva de un deporte al que se le han hurtado los referentes femeninos casi por decreto, apenas recién liberado de una concepción bisoja del espectáculo que arrinconaba a las mujeres en el amateurismo y lo anecdótico.

A las futbolistas españolas las esperaba una comitiva sencilla pero ruidosa a las puertas del Amex Stadium. El primero en bajarse del autobús fue José Luis Rubiales o alguien que se le parecía mucho, pues si algo hemos aprendido de las películas de espías más taquilleras es a no dar nada por sentado. Le siguió el cuerpo técnico, entre cánticos patrióticos un tanto tenues, como de expectación contenida, que se transformaron en puro fervor cuando las protagonistas comenzaron a poner pie a tierra, camino de los vestuarios.

“Las vamos a apoyar pase lo que pase”, dijo Rubiales a la televisión pública mientras las nuestras comenzaban a sudar sobre el terreno de juego, enfocadas en un calentamiento que terminó en bulla colectiva, entendido en concepto bulla como una muestra de entusiasmo y ambición: el contrapeso necesario a la condescendencia que destilaron las palabras del presidente de la RFEF. Las muestras de apoyo federativas, cuando se traducen en pesetas —por seguir con las referencias viejunas— siempre serán bienvenidas. Lo demás, especialmente este tipo de declaraciones impregnadas de paternalismo, no hacen más que incidir en la idea de que todavía queda mucho camino por recorrer.

El nivel de exigencia lo elevaron ellas mismas nada más comenzar el choque: ni miedo al rival, ni respeto por las tradiciones inglesas más reconocibles, como la extrema puntualidad. Sacó de centro y antes de tiempo Esther González, con todas sus compañeras rodilla en tierra y el público entonando la cuenta atrás: primer aviso de sus aviesas intenciones, tan afilado el colmillo que podría haber mordisqueado el balón y nadie se lo hubiera reprochado. Minutos antes, mientras la grada atronaba con el ‘God save the Queen’, Aitana Bonmatí levantó la mano llamando la atención de sus compañeras o dando las gracias al respetable, cualquiera de las dos opciones me parecieron plausibles.

“Algunas cosas, una vez que las haces, ya no las puedes deshacer”, decía David Carradine en Kill Bill. Y con esa mentalidad se plantó España en Brighton, dispuesta a hacer historia y ahorrarse el “otra vez será, sois campeonas en nuestros corazones”, que esas cosas se ven venir. No se arrugó, mostró juego y personalidad hasta el punto de poner a las inglesas en el brete de cuestionar su propio favoritismo, pero perdió. “TVE es la casa de los concursos y esta semana comienza Cazadores”, anunció el locutor de repente. Y, miren por dónde, a mí esa obsesión moderna por la publicidad a destiempo sí me pareció una apuesta decidida por la igualdad.

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